Hace ya más de 3 años desde que José F, un mendigo de más de 50 años cambió de cuerpo con Jennifer F, una multimillonaria de más de poco más de 28 años y esposa del alcalde su ciudad.
Yo le había pasado el medallón de Zulu a José, le expliqué cómo
funcionaba.
Yo había elegido a José F por su buen corazón, a pesar de no haber tenido nunca un trabajo y haber vivido siempre en la mendicidad era una buena persona. Siempre estaba contento y siempre sonreía. Aún recuerdo lo que me dijo José cuando le entregué el medallón de Zulu: “mejor que se lo des a otra persona a la que le haga más falta, yo no voy a usarlo para dañar a nadie” Eso me certificó que José era la persona adecuada para usar el medallón. José tuvo en su poder durante meses el medallón y nunca lo usó, porque él pensaba que no él no tenía forma de usarlo para el bien y que su uso podría causar el mal a otra persona.
Yo había elegido a José F por su buen corazón, a pesar de no haber tenido nunca un trabajo y haber vivido siempre en la mendicidad era una buena persona. Siempre estaba contento y siempre sonreía. Aún recuerdo lo que me dijo José cuando le entregué el medallón de Zulu: “mejor que se lo des a otra persona a la que le haga más falta, yo no voy a usarlo para dañar a nadie” Eso me certificó que José era la persona adecuada para usar el medallón. José tuvo en su poder durante meses el medallón y nunca lo usó, porque él pensaba que no él no tenía forma de usarlo para el bien y que su uso podría causar el mal a otra persona.
Hasta que un día en la puerta de la Iglesia se encontró con
Jennifer. Esta mujer era soberbia y maleducada y lo primero que hizo fue
insultar a José por pedir limosna, luego, sonriendo, le dijo que iba a hablar
con su marido, el alcalde, para que expulsaran a todos los mendigos de la
ciudad y que así no la molestaran más con su presencia y su mal olor. Después
de eso, pegó una patada al platillo de las limosnas derramando todas las
monedas por el suelo.
Fue entonces cuando José pensó que era el momento de usar el
medallón. Ahora se podía usar para evitar una injusticia y un daño a los
mendigos, si él conseguía cambiar de cuerpo con Jennifer H. Así que esa noche
José se coló a la residencia de Jennifer aprovechando una ventana entreabierta.
Y en el salón principal encontró sola a Jennifer radiante en un vestido largo
esperando que llegara su marido para una recepción en el ayuntamiento. José se
acercó por su espalda y agarrándola por el cuello le susurró al oído que si se
resistiera podría hacerle daño. Después de eso tocó con el medallón los pechos
de Jennifer mientras agarraba la cadena del medallón fuertemente con su mano
izquierda. Los cambios comenzaron pronto y en pocos segundos se hicieron
destacar cuando el cabello de José creció y tomó tonos y colores dorados, luego
desaparecieron las arrugas de su piel que parecían trasladarse al rostro, ahora
masculino de Jennifer y también se intercambiaron la estatura y la musculatura de
los dos. Por lo cual, José no pudo mantener agarrada a Jennifer que lanzó al
suelo a José y comenzó a golpearlo a puñetazos con una rabia ciega mientras
gritaba como una loca. Y justamente cuando los cabios físicos finalizaban y
José parecía como Jennifer y Jennifer como José fue cuando abrió la puerta el marido de Jennifer
acompañado de su escolta, agarraron a Jennifer y le retorcieron el brazo hasta
rompérselo, luego la golpearon hasta que perdió el sentido entre gritos de
dolor. José con los ojos llorosos se acercó a su nuevo marido, el cual lo
consoló mientras le acariciaba su pelo rubio y le decía que no se preocupara
que a partir de ahora nunca más tendría que tener miedo.
Como decía, hace 3 años de aquellos sucesos y José es feliz
con su nueva vida. Desde entonces ha destacado por su lucha en favor de los
desamparados y más necesitados. Con su asesoramiento, su marido creó
dormitorios y comedores para los transeúntes y vagabundos. La falsa Jennifer se
convirtió en una de las personas más populares y queridas de la historia de la
ciudad.
Mientras tanto, la auténtica Jennifer se dedicaba a pedir
limosnas en las calles, aunque dormía y comía en los locales que había
habilitado su antiguo cuerpo y dónde escuchaba llorosa como la gente bendecía y
alababa a la señora del alcalde.
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