¡Mira Carmen, allí es dónde está
enterrada tu madre! Dijo papá
mientras señalaba una tumba casi destruida en el viejo cementerio.
No era una tumba nueva, tenía 19 años, pero parecía que
tuviera 200. Estaba ennegrecida, partida por los lados y las letras estaban tan
desgastadas que apenas podían leerse. Pero no me extrañaba, ninguna tumba
estaba intacta en este cementerio, porque este era un lugar maldito.