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lunes, 4 de septiembre de 2023

Rehaciendo el great Shift (Historia en 4 capas)

 1

Este mes se cumplen tres años desde que entró en funcionamiento el S.O.C. el primer super ordenador cuántico de la historia con 1270000 cubits de potencia. Era una máquina espectacular capaz de calcular el comportamiento de todos los átomos de agua del Océano al ser agitados por una brizna de viento a kilómetros de distancia.

La máquina estaba pensada para interpretar el clima con un año de antelación sin que hubiera posibilidad de error. 

Pero, pronto, el gobierno vio las posibilidades de utilizar el S.O.C. para encontrar a las personas que habían cambiado de cuerpo durante el Great Shift y con quiénes se había producido dicho cambio.

Poco tiempo después de comprobar que los resultados eran irrefutables, el Gobierno decidió usar el S.O.C. para clonar las condiciones atmosféricas, climáticas y personales que existieron cuando aconteció el Gran Cambio y así devolver a cada persona el cuerpo en el que habían nacido y que perdieron con el Great Shift. Durante meses el superordenador permaneció en funcionamiento creando una lista de afectados que guardó encriptada en su propio disco duro cuántico.

Cuando el Gobierno tuvo acceso a la lista completa se comprometió a devolver el cuerpo original a quienes lo pidieran y figuraran en la lista creada por el S.O.C.

Los cambios debían ser forzosos, y si el nuevo dueño del cuerpo se negaba, debía ser detenido por la policía y obligado a devolverlo.

En ese momento fue cuando vi la oportunidad de conseguir el cuerpo y la vida que siempre había soñado.

Para lograrlo contacté con Boris, un hacker que se consideraba a si mismo la persona más peligrosa del planeta. Juntos estuvimos estudiando la posibilidad de hackear el superordenador. Pero resultaba absolutamente imposible. El S.O.C. se defendía con su programa de corrección de errores que ejecutaba cada milésima de segundo en todo su software, monitoreaba su hardware y creaba cada minuto un nuevo programa antivirus que ejecutaba inmediatamente para después destruirlo y volver a crear otro completamente distinto.

Parecía imposible alterar los resultados que ofrecía.

 

 

Hasta que yo mismo hice notar un posible punto débil de la máquina más poderosa de la historia de la humanidad.

El aparato era inquebrantable, pero había un momento en que dejaba de controlar los resultados y que podríamos aprovechar para hackear sus resultados. Ese instante de vulnerabilidad apenas duraba la millonésima parte de una millonésima de segundo, durante la cual, los datos ofrecidos por el superordenador recorrían metro y medio de fibra óptica en forma de luz para iluminar el monitor donde los investigadores los leerían.

Boris me miró fijamente y sonrió. Sabía cómo hacerlo y lo veía posible.

Yo también lo sabía y le devolví la sonrisa. Ambos sabíamos que podría hacerse e íbamos a cumplir nuestros sueños.

Los siguientes días los pasamos buscando la persona que queríamos ser en las listas de cuerpos afectados por el Great Shift. Había innumerables posibilidades entre los que elegir. Boris escogió el cuerpo de un actor adolescente de Hollywood. Yo quería quedarme la vida de Carmen Sanz. Pero sucedía, la maldita casualidad, de que Carmen Sanz no había sido afectada por el Great Shift. Durante un rato me deprimí y me dieron ganas de llorar. Sólo el 10% de la población había resultado no afectada y, por desgracia, Carmen Sanz estaba entre ese reducido grupo. 

Boris me miró con cariño y luego se carcajeó con su risa estruendosa. "No necesitas que Carmen haya cambiado de cuerpo, sino que las autoridades crean que lo ha hecho". 

"Y eso lo arreglo yo"

Nos pusimos en acción.

No fue demasiado difícil. Bastaba con colocar en el cable óptico un diminuto espejo que reflejara los datos en forma lumínica hacia nuestro pc portátil, allí modificábamos los que necesitábamos y los devolvíamos al cable óptico para aparecer en pantalla debidamente rectificados.

Dos días después y por un puñado de euros había conseguido que un guarda de seguridad cambiara el cable de fibra óptica del S.O.C. por el nuestro rectificado. No parecía nada peligroso y el guarda no dudó en hacerlo por el dinero prometido.

 

3

A los tres días ya aparecía Carmen Sanz como afectada por el Great Shift y al cuarto día, aparentemente, el S.O.C. había decidido que yo era el auténtico dueño del cuerpo de Carmen Sanz.

No esperé mucho más. Y justo una semana después presenté un requerimiento judicial para que se inmovilizara el cuerpo de Carmen Sanz y se procediera a un cambio forzoso.

Por supuesto que Carmen Sanz alegó que se había producido un error y que ella nunca había sido afectada por el Great Shift, y como esperaba que sucediera, nadie la creyó. Al fin y al cabo, era imposible que el superordenador S.O.C. cometiera un error.

La detuvieron cuando escapaba hacia el aeropuerto y escoltada por dos parejas de policías cibernéticos la recluyeron en los calabozos del S.O.C. a la espera de iniciar el proceso para entregarme su cuerpo y que ella se quedara con el mío.

No había pasado una semana cuando me reí a carcajadas porque me avisaron de que podía acudir a los laboratorios del S.O.C para devolverme mi cuerpo de nacimiento.

Los pobres idiotas no sabían que me estaban regalando el cuerpo y la vida que siempre había deseado y que se la estaban robando a su legítima propietaria.

Cuando llegue, allí me esperaba el hermano de Carmen, que se iba a convertir en mi nuevo hermano. Parecía muy contento y feliz. Se acercó, me dio dos besos en la mejilla y agarrándome la mano me condujo al laboratorio de cambios de cuerpo. Me susurró algo en alemán mientras seguía riendo. No contesté, no entendía una sola palabra de ese idioma. Pero pronto tendría el cuerpo de Carmen con sus memorias y podría conversar con mi hermano en perfecto alemán. Además de alemán, entendería el inglés, estaría doctorada en derecho, tendría una licenciatura en económicas y sería la legítima propietaria de la fortuna familiar de los Sanz. Pensando en lo que iba a conseguir por fin sonreí y mi hermano me volvió a besar. Parecía tan feliz como yo.

El laboratorio era pequeñito, apenas cuatro paredes y dos camas unidas por una decena de cables. En una de las camas estaba atada Carmen Sanz que se agitaba como si estuviera loca. 

 


Por un momento temí que hiciera daño a mi nuevo cuerpo. Pero los carceleros le apretaron las correas.

Yo me acerqué lentamente, disfrutando del momento. Y lentamente me recosté en la cama.

Cerraron las puertas blindadas y la habitación se oscureció, grandes ventiladores simularon el viento que soplaba en ese momento, La temperatura subió hasta los 42 grados centígrados, y algunas moléculas de uranio enriquecido se dispersaron por el ambiente como había sucedido durante el Great Shift.

Luego lo esperado. Desorientación, mareo, ganas de vomitar y de repente la tranquilidad absoluta.

Sin grandes problemas abrí mis ojos, miré hacia mi izquierda y no había nada.

Me asusté hasta que recordé que había cambiado de cuerpo con Carmen Sanz, no podía estar allí, miré hacia la derecha y allí estaba mi viejo cuerpo intentando liberarse de cuatro correas que lo retenían contra la cama.

Disfrutando de la situación me puse en pie y me acerqué despacito hacia mi viejo cuerpo, que ahora gritaba como gritan los sentenciados a la silla eléctrica.

-       “no te vas a salir con esto, mis abogados van a destruirte” me amenazó.

-       “Son los abogados de Carmen Sanz, ahora son mis abogados y yo pago sus minutas” le respondí

-       “Te mataré, te mataré, te matarégritaba desesperada.

-       “No podrás porque ya estás muerta.

-       No podía dejar que buscaras pruebas de que naciste en este cuerpo.

Por eso, aunque aún respires y te muevas, ya estás muerta.

Ayer mismo me sometí a una inyección de polonio-210.

Tú nuevo cuerpo ya sufre de cáncer y en dos semanas estarás muerta. Pero antes perderás la vista, el habla y morirás entre horribles dolores cuando se te caiga la carne a pedazos.

Como ves he pensado en todo para que nunca puedas intentar recuperar tu cuerpo.

En gesto de buena voluntad llevaré flores a tu tumba”

 

 


 



 

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