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Apenas había cumplido mi primer año de vida cuando mi familia se mudó de residencia. Cambiamos la gigantesca mansión en la sierra de mi abuelo y nos mudamos a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. No necesitábamos el dinero y por eso no se vendió la finca. Simplemente la abandonamos como si estuviera maldita. Parecía ilógico que en el momento en que la familia era más numerosa dejáramos una casa grande por una pequeñita.
Pero había algo más extraño que tardé en comprender. Cuando abandonamos la mansión mi padre aseguró la puerta con 7 candados y clausuró la gigantesca biblioteca de mi abuelo. Parecía que quisiera olvidarse de que existía y deseara que los libros se pudrieran sin que nadie llegara a leerlos.