¿Mandarías a alguien al infierno para quedarte con su cuerpo y su vida?
Soy de poco dormir. Nunca lo he hecho más de 4 o 5 horas al día. Quizás por eso tengo la piel tan blanca como los muertos y sufro alucinaciones al despertar.
Hace dos días tuve un amanecer horroroso. Pasaban algunos minutos de las tres de la mañana cuando desperté. Aún me dolía la cabeza porque la tarde anterior había estado de fiesta con mis amigas. No quería despertar y tampoco quería levantarme. Simplemente me quedé acostada con los ojos cerrados, intentando reconciliar el sueño. Una brisa agradable entraba por la ventana semiabierta, la luz estaba apagada y no se escuchaba nada. Bueno, algo sí que oía. Era un sonido suave y repetitivo como el rozar de pies desnudos sobre el parqué de mi habitación. Encendí la luz y fijé la mirada en el rincón oscuro del que procedían los ruidos.
En ese momento noté como algo apretaba mi garganta y me dejaba sin aliento. No podía respirar y el corazón se me aceleró como si fuera a explotar. Porque allí, en la penumbra del rincón estaba yo misma, sentada en una silla y garabateando algo en unos papeles de la mesa. Me seguía faltando el aire, quería gritar y tampoco podía. Entonces, mi doble, dejó de escribir. Se levantó de la silla, se acercó y con una mueca de odio señaló los papeles sobre la mesa. Pareció que me maldecía y se difuminó en el aire como si fuera humo. Desapareció la presión en mi cuello y pude volver a respirar, mis pulmones se llenaron de aire y me puse en pie. Me acerqué a la mesa, recogí los papeles y leí lo que había escrito mi doble: “Tú no eres Carmen, devuélveme mi cuerpo, maldito”
No podía ser, pero lo que parecía una ilusión me había dejado pruebas físicas de que era real, y yo, por supuesto, estaba aterrada.
No quería quedarme sin hacer nada, y en cuanto amaneció me subí al autobús y fui a casa de mi madre en Granada. Ella estaba vestida, había desayunado y me esperaba cómodamente sentada en su butaca favorita. Como si estuviera esperando mi llegada. Me abrió la puerta, me miró con asombro simulado y me invitó a entrar.
Seguramente se imaginaba lo que había pasado esa noche porque la veía más nerviosa de lo habitual. Ella que nunca fumaba hasta el almuerzo ya había encendido su tercer cigarrillo a las 9 de la mañana. Me invitó a un café y se sirvió otro. Con la voz temblorosa preguntó: “¿Qué ocurre Carmencita? Cuéntame lo que ha pasado” Vi que le temblaban las manos y que apenas podía sostener la taza sin derramarla. Ella me preguntaba, pero sabía la respuesta. Miré su cara sudorosa e insegura y me di cuenta que ella habría deseado que le dijera que había suspendido “derecho romano”, que había roto con mi novia, o, incluso que había ardido mi casa. Cualquier cosa era mejor que lo que iba a preguntarle.
No podía complacerla, tenía que contarle lo que me había ocurrido. Así que le expliqué lo que había pasado y le hablé de la nota que había escrito la “otra Carmen”. Inclinó la cabeza para que no pudiera ver su rostro, pero yo sabía que estaba llorando. Me señaló la puerta y me ordenó que me marchara, que todo había sido una pesadilla y que no me preocupara por eso.
No podía dejar que esto terminara así. Me levanté, y por primera vez en mi vida traté de forma violenta a mi madre. Con una mano la agarré del brazo para que no se marchara y con la otra levanté su cabeza para obligarla a mirarme la cara. Tenía los ojos rojos por el llanto, suspiró, y me dijo que me sentara. Me senté y ella se dejó caer en el sofá. Con la voz entrecortada me contó: “Tú no te acuerdas, pero tenías un hermano mellizo” Me quedé con la boca abierta al escuchar eso, pero lo que siguió era aún más sorprendente. “No pienses que no lo recuerdas porque murió pronto. Tu hermano, que se llamaba Juan, vivió más de 9 años. Aunque era un niño era de aspecto afeminado y se parecía sorprendentemente a ti. Era una persona delicada y sensible, con cara de muñeca. A él le gustaba jugar a las casitas, se dejó el pelo largo y sólo quería estar con otras niñas. Era tan femenino que incluso a mí me costaba trabajo distinguiros y además jugabais a haceros pasar la una por el otro. Tú decías que eras Juan y él decía que era Carmen, incluso os cambiabais de ropa para engañarnos.
Pero juan tenía un grave defecto físico. Había nacido con un corazón más pequeño y le costaba trabajo andar, siempre estaba cansado y eso hizo que padeciera depresiones clínicas. Todos los días me contaba que sufría más de lo que podía soportar y que deseaba morir.
Mañana se cumplen exactamente 10 años del día en el que tu hermanito se ahorcó en tu habitación”
Sabía que era verdad lo que contaba mi madre. Lo sabía porque sólo la verdad podía causar tanto dolor. Volvía a dolerme la cabeza, no entendía nada. Todo carecía de sentido. Pero: “¿Por qué yo no me acuerdo de eso, mamá?”
“Hija mía, tu sufriste más que nadie. Estabas muy unida a tu hermanito. No parabas de llorar cuando murió y decías una y otra vez que era culpa tuya lo que había pasado. Papá y yo temíamos que repitieras lo que hizo tu hermano, así que te sometimos a sesiones hipnóticas y te trataron los mejores psiquiatras para que olvidaras que habías tenido un hermano que se había suicidado.
Pero, cómo siempre he temido, tu hermano ha vuelto para reclamar lo que es suyo”
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Esa noche no dormí Era el décimo aniversario de la muerte de mi hermano y sabía que su espectro vendría a visitarme.
Y lo hizo.
Apenas se habían cumplido las tres y media de la mañana, la hora en que se ahorcó mi hermano. Recuerdo que me había puesto en pie y estaba preparada para huir si aparecía su espectro. Entonces noté una gran presión en la garganta. Sentí como se hinchaban las venas de mi cuello, me costaba trabajo respirar y se me enturbió la vista.
Entre los nublos se materializó el espíritu de mi hermano. Estaba aterrada, pero no sólo porque hubiera aparecido mi hermano muerto, sino porque su aspecto era la que debería haber sido mi propia imagen corrupta si hubiera estado enterrada durante 10 años.
Yo estaba casi asfixiada y no podía moverme. Mi hermano se acercó. Mis rodillas se quedaron sin fuerza y se doblaron. El espectro se paró frente a mí. Pero no caí al suelo, algo me mantenía erguida apretando mi garganta. Mi hermano sonrió. Miré hacia arriba y vi una cuerda liada a mi cuello y atada al techo. Los ojos de mi hermano no eran oscuros, eran negros como el infierno. Estiró la mano y me tocó la frente mientras decía “Me robaste el cuerpo”, de pronto desapareció la cuerda y caí al suelo. Dando grandes bocanadas al aire me volví a levantar.
Y de nuevo repitió: “Me robaste el cuerpo” Hice un gesto negativo con la cabeza y sentí como se volvía a apretar la cuerda en mi garganta. Mi hermano volvió a tocarme la frente y cientos de imágenes se iluminaron en mi cerebro como si fueran bombillas “Son recuerdos borrados” me dijo.
Pude recordar a mi hermana jugando conmigo en el jardín, nos cambiábamos de ropa y ella decía que era Juan y yo decía que era Carmen. Aunque engañábamos a la gente, entre nosotros nada cambiaba, porque yo era el verdadero Juan, yo era el que estaba enfermo y cada día que transcurría me costaba más trabajo salir de la cama.
Entonces, entre los recuerdos perdidos, como si fuera una bombilla encendida en la oscuridad supe la verdad, yo siempre había sido juan.
El descubrimiento era terrible y me hizo llorar la sorpresa.
Pero Carmen y yo éramos hermanos mellizos y me sentía alegre cuando mi hermana era feliz y ella decía que me quería tanto que era capaz de ponerse en mi piel y sentir los dolores que yo sufría. No sabíamos a que se debía, pero sí que sabíamos que éramos mucho más que hermanos.
Un día, en que el dolor era muy grande, Carmen me propuso un juego: “Imagínate que tú eres yo y yo imaginaré que soy tú, seguro que te sentirás mejor y yo te quitaré algo del dolor que sufres” Las dos cerrábamos los ojos fuertemente e imaginábamos que nuestro espíritu abandonaba nuestro cuerpo de nacimiento y entraba en el cuerpo de nuestro hermano. Cuando los abría, estaba de pie y podía verme a mí misma en la cama con muecas de dolor.
Habíamos cambiado de cuerpo y ese acto maravilloso se repetía todos los días.
Mi hermana y yo compartíamos la buena salud cuando entrábamos a su cuerpo y los padecimientos cuándo estábamos en el mío. Y así lo hicimos durante semanas hasta que los médicos diagnosticaron que mi cuerpo iba a morir en pocos días porque sufría de un fallo multiorgánico irreversible.
A partir de ese momento mi hermana ya no quería cambiar de cuerpo conmigo y yo no podía obligarle a hacerlo.
Los días iban pasando lentamente y poco a poco aumentaba mi agonía y sentía más cercana la muerte. Me acordaba de mis compañeros de escuela, de mis antiguos profesores y de mis amigos. Por eso le pedí a mi hermana que me hiciera un último favor y que cambiara de cuerpo conmigo una vez más para decir adiós a mis amigos. Carmen dudó porque no quería volver a sentir los dolores insoportables de mi cuerpo. Pero yo era su hermanito y me quería tanto que al final accedió a hacerlo.
Sabía que era la última vez que iba a cambiar de cuerpo con mi hermana. Y no me quedaba otro remedio que aprovechar la ocasión.
Carmen cerró los ojos y se tumbó en la cama, poco a poco se fue relajando y su cuerpo quedó libre de su espíritu para que lo habitara mi alma una vez más. Y así lo hice. Aunque habíamos cambiado de cuerpo decenas de veces. Esta vez me maravilló volver a sentirme fuerte y notar que no me dolía nada. Aprovechando mis nuevas energías empujé mi viejo cuerpo tirando del pijama y lo arrastré hasta sacarlo de la cama. “Patapac” sonaron sus huesos al caer al suelo. Mi hermana se despertó y me miró horrorizada. Usando mis antiguos ojos mi hermana me observaba aterrada, comprendiendo lo que estaba haciendo. Y con las fuerzas que le quedaban intentó resistirse. Pero no podía, ni siquiera tenía energía para gritar pidiendo socorro. Solamente me miraba aterrada con la boca to rcida en un gesto de dolor.
De una bolsa que había escondido en el armario saqué una cuerda y la até a la argolla de la lámpara del techo. El otro extremo lo anudé al cuello de mi hermana que intentaba huir arrastrándose como una babosa por el parqué. Y tiré de la cuerda hasta que los pies de mi hermana dejaron de tocar el suelo y su cuerpo se agitó como lo hacen los cerdos en el matadero. Duró poco su lucha por sobrevivir hasta que dejó de patear y moverse. Con su última energía vital estiró su brazo y me acarició el pelo, su antiguo pelo, con la cara hinchada por la presión de la sangre me miró con odio y dijo “Me has robado el cuerpo y la vida”
Y en ese momento murió.
No puedo decir que me entristeciera. Yo no quería morir y ahora iba a tener una vida larga y feliz en el cuerpo de mi hermana.
Simulé estar asustada y grité pidiendo socorro. Llegaron mis padres corriendo y me abrazaron fuertemente.
Días después asistí al funeral de Juan con la cara llorosa y simulé estar triste y apenada. La familia y mis nuevas amigas me dieron el pésame y yo les di las gracias.
Apenas había pasado una semana desde el funeral cuándo mi madre me obligó a sentarme en la silla favorita de Juan en el comedor. Me miró muy fijamente a los ojos y dijo:
“Sé lo que has hecho, Juan, le has robado el cuerpo a tu hermana. No te preocupes, sólo podía sobrevivir uno y tú eres el más fuerte. Ahora eres Carmen, y lo serás hasta que tú hermano vuelva para vengarse.
Porque, no lo dudes, tu hermana volverá y reclamará lo que es suyo”.
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Habían pasado diez años desde que tuve la charla con mi madre. Me habían tratado sicólogos y médicos, me habían atiborrado de pastillas y me habían hipnotizado para que olvidara lo que le había hecho. Pero mi hermana iba a volver. En la noche del décimo aniversario de su muerte mi hermanita volvió para reclamar lo que era suyo.
Esa noche volví a sentir como se apretaba la cuerda en mi cuello. La presión era tan fuerte que me levantó. Mis pies no tocaban el suelo y me faltaba el aire para respirar. Carmen había vuelto para vengarse y quería ahorcarme de la misma forma que lo había hecho yo con ella. El dolor era terrible, agitaba los brazos y no podía encontrar nada en que apoyar mis pies. La agonía era inmensa, un dolor irresistible bajaba de mi cuello por la columna. Sabía que iba a morir, pero hasta que llegara ese momento tendría un sufrimiento insoportable. Me quedaban 15 minutos de un padecimiento insufrible. Mucho mayor del que había conocido cuando era Juan. Lo pensé un momento y me di cuenta que la única solución era que mi hermana y yo volviéramos a hacer nuestro juego de niños. Podía obligar a mi hermana a que se quedara en mi cuerpo agonizante para librarme de ese sufrimiento espantoso. No tenía nada que perder, de todas formas, iba a morir esa noche, y pensaba que era muchísimo mejor hacerlo sin dolor. Me concentré y expulsé mi alma fuera del cuerpo de Carmen. Pero el dolor no paraba, incluso estaba aumentando. Entonces vi como el espíritu de mi hermanita entraba a su antiguo cuerpo y se hacía dueña de él.
La cuerda desapareció y mi hermana se pudo poner en pie.
Pero nada había cambiado, el dolor seguía aumentando. Si antes era insufrible ahora era inaguantable.
Ni siquiera la muerte podía terminar con ese padecimiento porque ya estaba muerta.
Entonces escuché las carcajadas de mi hermana desde su nuevo cuerpo y lo entendí todo. Seguíamos jugando de la misma forma que lo hacíamos cuando éramos niños. Ella simulaba que era yo y yo estaba obligada a ser ella. Carmen tendría mi vida en este mundo y yo tendría su padecimiento en el infierno. Esos eran los dolores que estaba sintiendo, estaba cruzando las puertas de entrada a los tormentos del infierno.
Que buen video y que buena historia. Tú deberías trabajar haciendo series con éste tipo de historias
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