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1
¡Qué sensación tan maravillosa la de la crear! La de fabricar belleza… la de pintar.
Carmen siempre había sido una chica ambiciosa. No se acostumbraba a la pobreza, a no ser adorada y a ser una desconocida. Carmen era guapa pero no bella, tampoco tenía dinero, todo en ella era demasiado común. Sin embargo, sí que tenía un talento descomunal para la pintura. Su sentido del color era simplemente deslumbrante, sus trazos eran enérgicos e innovadores.
La primera vez que contemplé uno de sus cuadros me quedé boquiabierto, estaba ante la obra de una superdotada. Alguien que era capaz de mostrar un universo personal que tan sólo los genios eran capaces de ver.
Me imaginaba que una persona capaz de pintar esos cuadros debería tener una personalidad arrolladora, una mente sosegada y un espíritu tranquilo y en calma.
Necesitaba conocerla, así que la busqué durante días con la única ilusión de poder hablar con ella y, por fin, cuando la encontré no pude evitar desilusionarme por completo.
Carmen una persona desalmada, egoísta y triste. Frustrada por no haber conseguido su sueño de triunfar, parecía sufrir constantemente y me di cuenta de que no estaba a gusto consigo misma.
Me contó que su vida era un desastre, que a veces pensaba en el suicidio y que no merecía la pena seguir pintando porque nunca se haría rica de esa forma. Me siguió diciendo que me envidiaba, que yo lo tenía todo, pertenecía a una de las familias más poderosas del país y además tenía dinero para comprar cualquier cosa que quisiera.
2
Me dolió mucho que me
admirara solamente por eso, yo tenía fama y dinero, pero no lo había conseguido
con mi trabajo. Todo me había llegado por herencia familiar. Ella, sin embrago,
tenía el poder de los dioses, ella era capaz de crear belleza de la nada.
Le dije que necesitaba una semana para cambiar su destino y
le hice la promesa de que iba a cumplir todos sus sueños. Pareció gustarle lo
que le conté, sonrió satisfecha y nos citamos en su estudio cuándo transcurrieran
siete días.
Esa semana la dediqué en viajar a Suiza para recoger, de la
caja de seguridad de un banco de Berna, la joya más preciada de mi familia y el
origen de nuestra fortuna, los “anillos del cambio” Un mágico artefacto
que era capaz de intercambiar los cuerpos de las personas que los usaran.
Exactamente siete días después llamé al timbre del estudio
de Carmen. Nadie me abrió, empujé la puerta, que estaba entornada, y entré. Era
una sala diminuta poco soleada y Carmen Sanz estaba allí sentada, con sus manos
manchadas de pintura frente a un cuadro inacabado y con la misma cara de enfadada
de siempre. Me dijo que me estaba esperando y que había contado las horas que habían
pasado hasta mi llegada.
3
Sonreí porque sabía que mi plan estaba funcionando. Así que
le ofrecía mi vida, aunque sabía que la valoraba poco. Pero también quería
darle lo que ella más ambicionaba. Le ofrecía fama y dinero. Para ello tan sólo
debíamos cambiar de cuerpo. Su cara mostró incredulidad, luego sorpresa y por
fin esperanza. Pude ver como sus ojos comenzaban a brillar mientras ella valoraba
mi oferta y pensaba que era cierta. Eso me dio esperanzas y a continuación le
hablé de “los anillos del cambio” y su mágico poder para cambiar de
cuerpos. Carmen al principió pareció sonreír y después se carcajeó al escuchar
mi historia, pero viendo mi aspecto serio y seguro se convenció de que era
cierto todo lo que le había contado.
Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Hagámoslo”
Y lo hicimos. Ella se colocó un anillo en un dedo de su mano
izquierda y yo hice lo mismo en la mía. En unos segundos habíamos cambiado de
cuerpo y yo estaba sentado en una banqueta delante de un cuadro a medio
terminar y podía sentir el olor y el tacto de la pintura en mis manos. Miré a Carmen
Sanz que parecía absolutamente feliz en mi viejo cuerpo de hombre. Tras palparse
la cara lo siguiente que hizo fue sacar la billetera del bolsillo interior de mi
chaqueta. Con dedos temblorosos extrajo mis tarjetas de crédito y durante
largos minutos se las quedó mirando con la boca abierta. Parecía absolutamente
feliz, había logrado el gran objetivo de su vida.
Me cogió violentamente de la mano, que yo notaba frágil y
retiró el anillo de mi dedo, mientras decía “esto es propiedad de mi
familia, así que me lo llevo “Ni siquiera se despidió, se marchó pegando un
portazo mientras gritaba que odiaba la pintura y que nunca más volvería a saber
de ella.
No me importaba, yo había sido el más beneficiado, por una
pequeña cantidad de dinero había logrado la inmortalidad. Ahora era una diosa y
podía hacer lo que hacen los dioses. Cogí el pincel y continué el trabajo donde
lo había dejado Carmen Sanz. Sentí, por primera vez como llegaba la inspiración
y mi mente se llenaba de imágenes maravillosas y mis ojos relucían con miles de
colores. El pincel corría por el lienzo casi sin esfuerzo, mientras yo lo
empuñaba firmemente con mis nuevos dedos. Sonreía porque sabía que esto es lo
que hacen los genios, los que van a ser admirados y los que van a vivir para
siempre.
Fue el día más feliz de mi vida y el principio de mi carrera
como artista.
Pocos meses hice mi primera exposición como artista
revelación. Todos preguntaban quién era esa muchacha tan joven y brillante.
Solamente había una persona que pudiera lograr ese prodigio.
Yo, Carmen Sanz la pintora, que había comprado la
inmortalidad y que iba a ser una mujer feliz.
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