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domingo, 16 de marzo de 2025

La Pintora (Historia en 4 capas - AUDIODESCRITA)

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¡Qué sensación tan maravillosa la de la crear! La de fabricar belleza… la de pintar.

Carmen siempre había sido una chica ambiciosa. No se acostumbraba a la pobreza, a no ser adorada y a ser una desconocida. Carmen era guapa pero no bella, tampoco tenía dinero, todo en ella era demasiado común. Sin embargo, sí que tenía un talento descomunal para la pintura. Su sentido del color era simplemente deslumbrante, sus trazos eran enérgicos e innovadores.

La primera vez que contemplé uno de sus cuadros me quedé boquiabierto, estaba ante la obra de una superdotada. Alguien que era capaz de mostrar un universo personal que tan sólo los genios eran capaces de ver.

Me imaginaba que una persona capaz de pintar esos cuadros debería tener una personalidad arrolladora, una mente sosegada y un espíritu tranquilo y en calma.

Necesitaba conocerla, así que la busqué durante días con la única ilusión de poder hablar con ella y, por fin, cuando la encontré no pude evitar desilusionarme por completo.

Carmen una persona desalmada, egoísta y triste. Frustrada por no haber conseguido su sueño de triunfar, parecía sufrir constantemente y me di cuenta de que no estaba a gusto consigo misma.

Me contó que su vida era un desastre, que a veces pensaba en el suicidio y que no merecía la pena seguir pintando porque nunca se haría rica de esa forma. Me siguió diciendo que me envidiaba, que yo lo tenía todo, pertenecía a una de las familias más poderosas del país y además tenía dinero para comprar cualquier cosa que quisiera.

 Me dolió mucho que me admirara solamente por eso, yo tenía fama y dinero, pero no lo había conseguido con mi trabajo. Todo me había llegado por herencia familiar. Ella, sin embrago, tenía el poder de los dioses, ella era capaz de crear belleza de la nada.

Le dije que necesitaba una semana para cambiar su destino y le hice la promesa de que iba a cumplir todos sus sueños. Pareció gustarle lo que le conté, sonrió satisfecha y nos citamos en su estudio cuándo transcurrieran siete días.

Esa semana la dediqué en viajar a Suiza para recoger, de la caja de seguridad de un banco de Berna, la joya más preciada de mi familia y el origen de nuestra fortuna, los “anillos del cambio” Un mágico artefacto que era capaz de intercambiar los cuerpos de las personas que los usaran.

Exactamente siete días después llamé al timbre del estudio de Carmen. Nadie me abrió, empujé la puerta, que estaba entornada, y entré. Era una sala diminuta poco soleada y Carmen Sanz estaba allí sentada, con sus manos manchadas de pintura frente a un cuadro inacabado y con la misma cara de enfadada de siempre. Me dijo que me estaba esperando y que había contado las horas que habían pasado hasta mi llegada.

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Sonreí porque sabía que mi plan estaba funcionando. Así que le ofrecía mi vida, aunque sabía que la valoraba poco. Pero también quería darle lo que ella más ambicionaba. Le ofrecía fama y dinero. Para ello tan sólo debíamos cambiar de cuerpo. Su cara mostró incredulidad, luego sorpresa y por fin esperanza. Pude ver como sus ojos comenzaban a brillar mientras ella valoraba mi oferta y pensaba que era cierta. Eso me dio esperanzas y a continuación le hablé de “los anillos del cambio” y su mágico poder para cambiar de cuerpos. Carmen al principió pareció sonreír y después se carcajeó al escuchar mi historia, pero viendo mi aspecto serio y seguro se convenció de que era cierto todo lo que le había contado.

Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Hagámoslo”

Y lo hicimos. Ella se colocó un anillo en un dedo de su mano izquierda y yo hice lo mismo en la mía. En unos segundos habíamos cambiado de cuerpo y yo estaba sentado en una banqueta delante de un cuadro a medio terminar y podía sentir el olor y el tacto de la pintura en mis manos. Miré a Carmen Sanz que parecía absolutamente feliz en mi viejo cuerpo de hombre. Tras palparse la cara lo siguiente que hizo fue sacar la billetera del bolsillo interior de mi chaqueta. Con dedos temblorosos extrajo mis tarjetas de crédito y durante largos minutos se las quedó mirando con la boca abierta. Parecía absolutamente feliz, había logrado el gran objetivo de su vida.

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Me cogió violentamente de la mano, que yo notaba frágil y retiró el anillo de mi dedo, mientras decía “esto es propiedad de mi familia, así que me lo llevo “Ni siquiera se despidió, se marchó pegando un portazo mientras gritaba que odiaba la pintura y que nunca más volvería a saber de ella.

No me importaba, yo había sido el más beneficiado, por una pequeña cantidad de dinero había logrado la inmortalidad. Ahora era una diosa y podía hacer lo que hacen los dioses. Cogí el pincel y continué el trabajo donde lo había dejado Carmen Sanz. Sentí, por primera vez como llegaba la inspiración y mi mente se llenaba de imágenes maravillosas y mis ojos relucían con miles de colores. El pincel corría por el lienzo casi sin esfuerzo, mientras yo lo empuñaba firmemente con mis nuevos dedos. Sonreía porque sabía que esto es lo que hacen los genios, los que van a ser admirados y los que van a vivir para siempre.

Fue el día más feliz de mi vida y el principio de mi carrera como artista.

Pocos meses hice mi primera exposición como artista revelación. Todos preguntaban quién era esa muchacha tan joven y brillante.

Solamente había una persona que pudiera lograr ese prodigio.

Yo, Carmen Sanz la pintora, que había comprado la inmortalidad y que iba a ser una mujer feliz.

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