La primera vez que lo vi en la Universidad me pareció un anciano
repelente. No entendía lo que hacía ese viejo entre tantos estudiantes jóvenes.
Desde el primer momento pensé que estaba loco, y poco después me demostró que
lo estaba.
Aunque lo saludaba nunca me hablaba, se acercaba a mí y se
quedaba mirando, en silencio. Esto me hacía sentir incomoda y me marchaba a
otro lugar más solitario. Pero él me seguía. Cuando yo me paraba, él se paraba
y si andaba él iba detrás mía. Avisé a la policía, pero me dijeron que no
podían hacer nada si él no me hacía nada, era libre de ir donde quisiera. Mi
novio, José, ya le había dado un par de palizas, pero no podía acompañarme
siempre porque estudiaba en la otra parte de la ciudad.
Así estuvimos durante semanas. Yo cada vez estaba más
asustada.
Por todos los medios intentaba no andar sola por la calle. Casi
no salía de casa y cuando tenía que hacerlo para ir a la Universidad intentaba
coger el autobús. La cosa funcionó 1 o 2 veces, pero a la tercera vez lo vi en
el autobús sentado a mi lado.
Por eso mismo me decidí a hacer el camino en taxi. Así lo
hice durante una semana, hasta el día en que cogí el taxi y justo cuando arrancó
el motor y el taxi empezó a moverse descubrí que el conductor era el viejo loco
que siempre me perseguía. Intenté abrir la puerta para saltar, pero estaba
bloqueada. Grité, pero nadie parecía escucharme en el exterior y el cristal
acorazado del interior impedía que atacara al conductor. Por alguna extraña
razón el taxista realizó un trayecto realmente largo sin aparentemente ningún propósito.
Al final aparcó en la puerta de la facultad y me dijo que le pagara 40 € por el
viaje. Asustada saqué todo el dinero que llevaba en el bolso y se lo di. La
puerta se desbloqueó y pude abrirla, entonces vi a lo lejos como se acercaba mi
novio. Ilusionada por su presencia comencé a gritar pidiendo socorro. José comenzó a correr hacia el taxi.mientras
me pedía paciencia y amenazaba al taxista. Pero cuando José estaba a punto de llegar el
taxista me dijo: “Tenga un buen día, señorita”
No sé qué magia actuó pero de repente me encontraba sentada
en el sillón del conductor, dentro de su cuerpo y con José dándome una tremenda
paliza. Mientras tanto mi cuerpo apoyado en la ventanilla del conductor me
miraba sonriendo. Noté como José me rompía los huesos de la nariz y de un
brazo, entonces, mi antiguo cuerpo abrió la puerta para que saliera José.
Allá me quedé yo, viendo cómo mi cuerpo se alejaba cogido de
la mano de José y besándole en la boca.
Arranqué el coche y me marché llorando.
El cuerpo del taxista apesta, soy un hombre gordo y viejo y
encima tengo rotos varios huesos. La vida es un infierno y espero entender
algún día lo que ha pasado.
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