Mi vida no era gran cosa, un trabajo mundano, un físico
común y un matrimonio fracasado. Ya tenía cerca de 50 años y vivía con la frustración
de nunca haber podido tener hijos. Hacía más de 2 años que Anette, mi esposa,
me había pedido el divorcio. Fueron los peores días de mi vida y sentí ganas de
morir cuando me entregaron los papeles que ponían fin a mi matrimonio. Seguía
amando a Annette, pero ella nunca me había perdonó el que no hubiera podido ser
madre por mi culpa y yo acepté la ruptura por puro amor, para que ella pudiera
ser más feliz sin mi presencia.
Después de la ruptura tuve mucho tiempo libre y lo dedicaba,
como voluntario, a ayudar a los niños que también necesitaban compañía.
Trabajaba consolando a niños abandonados en un orfanato. Les buscaba alimento y
medicinas y les ayudaba a soportar una vida tan dura. En ese sitio fue donde conocí a Angelika, una
chiquilla preciosa y triste que tenía la manía de pintarse el pelo de azul.
Quizás lo hacía por excentricidad o quizás porque necesitaba llamar la atención
a su solitaria vida.
De todos los niños del orfanato, a ella dediqué mi cariño especialmente,
quizás porque la veía más necesitada o quizás porque ella me hacía sentir lo
que un padre debe sentir por su hija. Dedicaba todos mis esfuerzos a intentar
alegrar su preciosa carita y que pudiera sonreír y que supiera que había gente
que la quería y que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por ella. Poco a
poco me fui ganando su confianza y su cariño, le compraba helados, le hacía
regalos, y la llevaba a pasear por la ciudad. Un día, en uno de sus paseos, vi
a Anette sentada llorosa en un banco del parque. No me atreví a acercarme, pero
Angelika se dio cuenta de mi turbación y me pregunto: “¿Quién es esa mujer, y
porqué estás tan serio? “Aguantando las lágrimas le dije que no solo ella tiene
una vida triste, que yo también estaba triste porque no había podido hacer
feliz a Anette dándole una hija. Angelika Se quedó pensativa un rato y me respondió
que lo sentía mucho y que los tres, Anette, yo y ella misma merecíamos ser
felices y que algún día lo seríamos.
Fue curioso, pero había salido con Angelika para aliviarla y
resultaba que ella me aliviaba a mí. Me daba cuenta de lo buena persona que era
esa chiquilla y sabía que haría cualquier cosa por ella.
Pasaron los días y los meses. Y una mañana lluviosa de abril
volví al orfanato y allí me encontré, de nuevo, con Angelika que esta vez me
sorprendió porque era primera vez que la veía sonreír y además aparentaba ser
feliz. Me dijo que sabía cómo hacer que nunca más estuviera serio, pero que
para conseguirlo deberíamos cambiar de cuerpo. La miré extrañado, incluso pensé
que se había vuelto loca. Pero la niña sacó del bolsillo de su pantalón unos
anillos oxidados y me respondió que eran los anillos del cambio y que nos iban
a permitir cambiar de cuerpo. Conocía demasiado bien a Angelika para saber cuándo
bromeaba o decía la verdad, y esta vez era cierto todo lo que contaba. Subimos
a la azotea del orfanato para que nadie nos molestara y al mismo tiempo nos
pusimos el anillo en uno de los dedos de la mano izquierda. En menos de un
segundo habíamos cambiado de cuerpo y yo miraba hacia arriba para ver la cara
sonriente de mi antiguo cuerpo. Angelika se inclinó hacia mí y acariciándome el
pelo me dijo que la esperara, que pronto volvería.
Habían pasado más de tres meses desde el cambio de cuerpos y
aún no había perdido la esperanza, seguía subiendo a la azotea con la ilusión
de verla regresar. Pero no sucedió hasta el día de hoy que fue cuando la vi aparecer al fondo de la calle caminando
rápidamente. Pero no venía sola, cogida de su mano y mirándola cariñosamente
estaba Anette. Entraron al orfanato y yo esperé nerviosamente que subiera a la
azotea. Pero no lo hizo. En su lugar subió la directora del orfanato que me
dijo que bajara a dirección que tenía noticias importantes para mi.
Cuando entré a la oficina de la directora me encontré con
Anette y Angelika en mi cuerpo, sentadas en un sofá y aún cogidas de la mano.
Angelika con mi voz me dijo que querían adoptarme, que se habían reconciliado y
que ahora eran un matrimonio feliz.
Se me iluminó el bello rostro de Angelika y sonreí con su
boca mientras respondía que estaba feliz de ser su hija.
Ya nos marchábamos a la casa de Anette, cuando Angelika me agarró
suavemente del hombro y me llevó a una habitación apartada. Allá me dijo que
había traído los anillos y si quería podíamos cambiar de cuerpo ahora mismo. Me
comentó, que como había sido mujer la mayor parte su vida, sabía cómo hacer
feliz a otra mujer y que Anette, ahora, también era una mujer feliz. Y que ver
a Anette feliz la hacía feliz a ella también. Le respondí que no quería cambiar
de cuerpo, que los tres éramos felices de la forma que éramos ahora y que yo
también vencía mi frustración, aunque no había podido ser padre, en un futuro
sería madre.
Ningún instante dejé de sonreír cuando salimos del orfanato.
La vida es maravilosa para mí y para mis padres, a veces se cumplen los sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te ha pasado que quieres decir algo pero las palabras no son suficientes? Ahora puedes colocar imágenes o vídeos en comentarios, con los siguientes códigos:
[img]URL de la imagen[/img]
[video]URL del video[/video]