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domingo, 23 de abril de 2017

La Chica del Pelo Azul



Todos los días subía a la azotea donde cambié de cuerpos con Angelika por si acaso ese día volvía
Mi vida no era gran cosa, un trabajo mundano, un físico común y un matrimonio fracasado. Ya tenía cerca de 50 años y vivía con la frustración de nunca haber podido tener hijos. Hacía más de 2 años que Anette, mi esposa, me había pedido el divorcio. Fueron los peores días de mi vida y sentí ganas de morir cuando me entregaron los papeles que ponían fin a mi matrimonio. Seguía amando a Annette, pero ella nunca me había perdonó el que no hubiera podido ser madre por mi culpa y yo acepté la ruptura por puro amor, para que ella pudiera ser más feliz sin mi presencia.
Después de la ruptura tuve mucho tiempo libre y lo dedicaba, como voluntario, a ayudar a los niños que también necesitaban compañía. Trabajaba consolando a niños abandonados en un orfanato. Les buscaba alimento y medicinas y les ayudaba a soportar una vida tan dura.  En ese sitio fue donde conocí a Angelika, una chiquilla preciosa y triste que tenía la manía de pintarse el pelo de azul. Quizás lo hacía por excentricidad o quizás porque necesitaba llamar la atención a su solitaria vida.
De todos los niños del orfanato, a ella dediqué mi cariño especialmente, quizás porque la veía más necesitada o quizás porque ella me hacía sentir lo que un padre debe sentir por su hija. Dedicaba todos mis esfuerzos a intentar alegrar su preciosa carita y que pudiera sonreír y que supiera que había gente que la quería y que estaría dispuesta a hacer cualquier cosa por ella. Poco a poco me fui ganando su confianza y su cariño, le compraba helados, le hacía regalos, y la llevaba a pasear por la ciudad. Un día, en uno de sus paseos, vi a Anette sentada llorosa en un banco del parque. No me atreví a acercarme, pero Angelika se dio cuenta de mi turbación y me pregunto: “¿Quién es esa mujer, y porqué estás tan serio? “Aguantando las lágrimas le dije que no solo ella tiene una vida triste, que yo también estaba triste porque no había podido hacer feliz a Anette dándole una hija. Angelika Se quedó pensativa un rato y me respondió que lo sentía mucho y que los tres, Anette, yo y ella misma merecíamos ser felices y que algún día lo seríamos.
Fue curioso, pero había salido con Angelika para aliviarla y resultaba que ella me aliviaba a mí. Me daba cuenta de lo buena persona que era esa chiquilla y sabía que haría cualquier cosa por ella.
Pasaron los días y los meses. Y una mañana lluviosa de abril volví al orfanato y allí me encontré, de nuevo, con Angelika que esta vez me sorprendió porque era primera vez que la veía sonreír y además aparentaba ser feliz. Me dijo que sabía cómo hacer que nunca más estuviera serio, pero que para conseguirlo deberíamos cambiar de cuerpo. La miré extrañado, incluso pensé que se había vuelto loca. Pero la niña sacó del bolsillo de su pantalón unos anillos oxidados y me respondió que eran los anillos del cambio y que nos iban a permitir cambiar de cuerpo. Conocía demasiado bien a Angelika para saber cuándo bromeaba o decía la verdad, y esta vez era cierto todo lo que contaba. Subimos a la azotea del orfanato para que nadie nos molestara y al mismo tiempo nos pusimos el anillo en uno de los dedos de la mano izquierda. En menos de un segundo habíamos cambiado de cuerpo y yo miraba hacia arriba para ver la cara sonriente de mi antiguo cuerpo. Angelika se inclinó hacia mí y acariciándome el pelo me dijo que la esperara, que pronto volvería.
Habían pasado más de tres meses desde el cambio de cuerpos y aún no había perdido la esperanza, seguía subiendo a la azotea con la ilusión de verla regresar. Pero no sucedió hasta el día de hoy  que fue cuando la  vi aparecer al fondo de la calle caminando rápidamente. Pero no venía sola, cogida de su mano y mirándola cariñosamente estaba Anette. Entraron al orfanato y yo esperé nerviosamente que subiera a la azotea. Pero no lo hizo. En su lugar subió la directora del orfanato que me dijo que bajara a dirección que tenía noticias importantes para mi.
Cuando entré a la oficina de la directora me encontré con Anette y Angelika en mi cuerpo, sentadas en un sofá y aún cogidas de la mano. Angelika con mi voz me dijo que querían adoptarme, que se habían reconciliado y que ahora eran un matrimonio feliz.
Se me iluminó el bello rostro de Angelika y sonreí con su boca mientras respondía que estaba feliz de ser su hija.
Ya nos marchábamos a la casa de Anette, cuando Angelika me agarró suavemente del hombro y me llevó a una habitación apartada. Allá me dijo que había traído los anillos y si quería podíamos cambiar de cuerpo ahora mismo. Me comentó, que como había sido mujer la mayor parte su vida, sabía cómo hacer feliz a otra mujer y que Anette, ahora, también era una mujer feliz. Y que ver a Anette feliz la hacía feliz a ella también. Le respondí que no quería cambiar de cuerpo, que los tres éramos felices de la forma que éramos ahora y que yo también vencía mi frustración, aunque no había podido ser padre, en un futuro sería madre.
Ningún instante dejé de sonreír cuando salimos del orfanato. La vida es maravilosa para mí y para mis padres, a veces se cumplen los sueños.

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