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Hoy se cumple un año desde que Magda enfermó.
Y fue el momento en el que tomé la decisión que cambió para
siempre la vida de Magda y la mía. No podía permitir que ella siguiera perdiendo
fuerzas y las ganas de vivir. No podía soportar verla cada día más débil y triste.
Era el momento de demostrar cuánto la amaba.
Cuando era un niño, yo sentí la llegada de Magda como un
regalo maravilloso de Dios. Yo era un niño inseguro y acobardado del que se
burlaban casi todos los compañeros del colegio. Cada día era un tormento. Temía
salir de casa y temblaba cuando llegaba la hora de ir a la escuela. Hasta que
un día que estaba llorando en el suelo, después de sufrir una broma cruel, apareció
Magda. Magda era la niña más bonita que nunca había visto, con su carita
siempre sonriente y unos ojazos azules llenos de tranquilidad y calma. Me
extendió la mano y me dijo que me levantara y se la cogiera. Me contó que la
vida es maravillosa, que yo era estupendo y que tan solo necesitaba
autoconfianza. Me hizo dar una vuelta por todas las aulas de la escuela mientras
teníamos entrelazados los dedos de nuestras manos como si fuéramos dos amantes.
Desde aquel día no volvieron a burlarse de mí y cada vez que tenía algún problema
aparecía Magda de nuevo agarrando mi mano y tranquilizándome.
Con el paso del tiempo Magda creció hasta convertirse en una
mujer espectacularmente bella, inteligente y buena. Si en la escuela era
popular en el instituto era una reina y en la universidad una diosa. Yo no fui
tan afortunado. No había sido guapo de niño y ya de mayor seguí igual de feo. Los
compañeros de clase ya no se reían de mi pero los chicos no hablaban conmigo y
las chicas me ignoraban por completo. No me invitaban a ninguna fiesta y todos me ignoraban. Y fue entonces cuando volvió
a aparecer Magda, me apretó de la mano y me dijo: “Vente conmigo” Desde aquel
momento todos los días paseaba con Magda por la universidad cogidos de la mano,
ella se sentaba en clase a mi lado y compartíamos mesa en la cafetería. A su
lado yo me sentía seguro y con la suficiente confianza para estudiar día y
noche con la idea de llegar a ser el mejor abogado del mundo y poder cumplir
todos sueños de mi amada Magda. Ella me había convertido en el hombre más dichoso
y envidiado de la Universidad, y yo era feliz tan solo viendo su preciosa
carita sonreír sin preocupaciones.
Conseguí terminar la carrera de derecho con el número uno de
mi promoción. Los mejores despachos de abogados del país me enviaron ofertas de
trabajo. Pero no quería separarme de Magda y rechacé todas las ofertas que me
llegaron. Hasta que un día se presentó a la puerta de mi casa el mejor abogado
del país, me ofreció ser parte de su despacho y unas condiciones económicas y
laborales a las que no pude negarme. Dos semanas después hice las maletas marché
a la capital, a mi nuevo trabajo. Y dos meses después me llamó por teléfono la
madre de Magda para informarme que su hija se moría y quería verme antes de su
muerte.
Entre lágrimas cogí el primer avión y esa misma tarde estaba
en la casa de Magda sosteniendo su mano e intentado darle fuerzas. Todo era inútil,
Magda, que había sido tan alegre y vivaz estaba ahora triste y pesarosa.
Contraté a los mejores médicos y los llevé a su casa, todos ellos tras
visitarla me contaron lo mismo, que no sabían que pasaba, físicamente estaba
bien pero sin embargo se iba deteriorando. No creían que viviera mucho, seguro
un par de semanas, dudaban mucho que aguantara un mes.
El diagnóstico de los médicos era pésimo. Pero yo no podía
dejar que alguien tan maravilloso como Magda muriera sin intentar cualquier
cosa posible para recuperarla.
Sólo tenía dos semanas para encontrar una cura y me despedí
de Magda, entre lágrimas, prometiéndole que volvería antes de que concluyeran
las dos semanas de las que hablaban los médicos. Viajé mucho, primero lo
intenté con la medicina tradicional, después con la alternativa, pero no
conseguí respuestas y por fin, desesperado, lo intenté con la magia. Y allí encontré
una esperanza, pero a un precio enorme que tan sólo yo podía pagar.
Como había prometido, dos semanas después volví a la casa de
Magda. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, ella se había vestido de
fiesta para mi visita y se había sentado en el sofá, en vez de esperarme en la
cama. Era el último favor que podía hacerme antes de su muerte. No quería verme
triste con su enfermedad, quería que la recordara como la mujer alegre y jovial
que siempre había sido. Me puse de rodillas ante ella y le enseñé lo que había
conseguido con tanta búsqueda.
-Esto son “los anillos del cambio”, permiten cambiar el
cuerpo de dos personas. Quiero cambiar de cuerpo contigo. Si alguien merece
morir soy yo y si alguien merece vivir eres tú. Si cambiamos y eso permite que tus
vivas, entonces seré el hombre más feliz de La Tierra, mi vida habrá servido
para algo y además conseguiré que el ser más maravilloso que nunca he conocido
pueda vivir, aunque sea en mi cuerpo.
Por supuesto que Magda se negó a ese intercambio, pero
estaba muy débil, me puse a su espalda y cogiendo su mano, como tantas veces
había hecho antes, le puse un anillo en su mano izquierda mientras me ponía el otro
en la mía.
Inmediatamente cambiamos de cuerpo, yo estaba sentada en el
sofá sin fuerzas, notando como me costaba trabajo hasta respirar. Mientras
tanto, Magda, en mi cuerpo se sentaba en el suelo, como había hecho yo de niño,
y comenzaba a llorar.
Noté como se acercaba la muerte. Me dolían los músculos, los
huesos y cada poro de mi piel parecía sudar sangre. Así estuve varios días,
esperando que por fin terminara todo.
Hasta que de repente comencé a mejorar. Pude levantarme de la cama y llegar sola
al servicio. Poco después era capaz de andar hasta la cocina y prepararme
alimentos sólidos. Dos días después tuve fuerzas para salir al jardín y para
darme paseos por el parque cogida de la mano de Magda en mi cuerpo. No se había
cumplido un mes desde que los médicos desahuciaron a Magda cuando tuvieron que
darme el alta en su cuerpo. No podían explicarse el motivo de la mejora, lo
mismo que tampoco se explicaban los motivos de la enfermedad.
Pero yo los conocía perfectamente. Este cuerpo había
enfermado cuando me alejé de él, necesitaba mi presencia y mi compañía. Magda
sentía un amor extremo por mi alma, necesitaba protegerla, ayudarla, necesitaba
estar junto a ella. Ahora con mi alma dentro de su cuerpo y la suya dentro del
mío, se había sentido completa, perfecta. Sus deseos de estar conmigo se habían
visto realizados de la forma más sublime, con el alma de cada uno poseyendo el
cuerpo de la persona amada y los dos juntos y protegiéndose.
Y así llegó el mejor día de mi vida, cuando Magda se puso de
rodillas delante de mí, volvió a coger mi mano izquierda, retiró el “anillo del
cambio” que aún conservaba y colocó en él dedo otro anillo, pero esta vez de
oro con diamantes y me preguntó: “Magda, ¿Quieres casarte conmigo?”
Desde entonces yo soy Magda. Y me casé de blanco con el
hombre que durante veintidós años vivió en el que es ahora mi cuerpo, con el
hombre que será el padre de mis hijos y con el que me coge todos los días de la
mano para decirme lo feliz que es a mi lado.
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