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miércoles, 26 de abril de 2017

Magda, Una Historia de Amor

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Hoy se cumple un año desde que Magda enfermó.
Y fue el momento en el que tomé la decisión que cambió para siempre la vida de Magda y la mía. No podía permitir que ella siguiera perdiendo fuerzas y las ganas de vivir. No podía soportar verla cada día más débil y triste. Era el momento de demostrar cuánto la amaba.
Cuando era un niño, yo sentí la llegada de Magda como un regalo maravilloso de Dios. Yo era un niño inseguro y acobardado del que se burlaban casi todos los compañeros del colegio. Cada día era un tormento. Temía salir de casa y temblaba cuando llegaba la hora de ir a la escuela. Hasta que un día que estaba llorando en el suelo, después de sufrir una broma cruel, apareció Magda. Magda era la niña más bonita que nunca había visto, con su carita siempre sonriente y unos ojazos azules llenos de tranquilidad y calma. Me extendió la mano y me dijo que me levantara y se la cogiera. Me contó que la vida es maravillosa, que yo era estupendo y que tan solo necesitaba autoconfianza. Me hizo dar una vuelta por todas las aulas de la escuela mientras teníamos entrelazados los dedos de nuestras manos como si fuéramos dos amantes. Desde aquel día no volvieron a burlarse de mí y cada vez que tenía algún problema aparecía Magda de nuevo agarrando mi mano y tranquilizándome.
Con el paso del tiempo Magda creció hasta convertirse en una mujer espectacularmente bella, inteligente y buena. Si en la escuela era popular en el instituto era una reina y en la universidad una diosa. Yo no fui tan afortunado. No había sido guapo de niño y ya de mayor seguí igual de feo. Los compañeros de clase ya no se reían de mi pero los chicos no hablaban conmigo y las chicas me ignoraban por completo. No me invitaban a ninguna fiesta  y todos me ignoraban. Y fue entonces cuando volvió a aparecer Magda, me apretó de la mano y me dijo: “Vente conmigo” Desde aquel momento todos los días paseaba con Magda por la universidad cogidos de la mano, ella se sentaba en clase a mi lado y compartíamos mesa en la cafetería. A su lado yo me sentía seguro y con la suficiente confianza para estudiar día y noche con la idea de llegar a ser el mejor abogado del mundo y poder cumplir todos sueños de mi amada Magda. Ella me había convertido en el hombre más dichoso y envidiado de la Universidad, y yo era feliz tan solo viendo su preciosa carita sonreír sin preocupaciones.
Conseguí terminar la carrera de derecho con el número uno de mi promoción. Los mejores despachos de abogados del país me enviaron ofertas de trabajo. Pero no quería separarme de Magda y rechacé todas las ofertas que me llegaron. Hasta que un día se presentó a la puerta de mi casa el mejor abogado del país, me ofreció ser parte de su despacho y unas condiciones económicas y laborales a las que no pude negarme. Dos semanas después hice las maletas marché a la capital, a mi nuevo trabajo. Y dos meses después me llamó por teléfono la madre de Magda para informarme que su hija se moría y quería verme antes de su muerte.
Entre lágrimas cogí el primer avión y esa misma tarde estaba en la casa de Magda sosteniendo su mano e intentado darle fuerzas. Todo era inútil, Magda, que había sido tan alegre y vivaz estaba ahora triste y pesarosa. Contraté a los mejores médicos y los llevé a su casa, todos ellos tras visitarla me contaron lo mismo, que no sabían que pasaba, físicamente estaba bien pero sin embargo se iba deteriorando. No creían que viviera mucho, seguro un par de semanas, dudaban mucho que aguantara un mes.
El diagnóstico de los médicos era pésimo. Pero yo no podía dejar que alguien tan maravilloso como Magda muriera sin intentar cualquier cosa posible para recuperarla.
Sólo tenía dos semanas para encontrar una cura y me despedí de Magda, entre lágrimas, prometiéndole que volvería antes de que concluyeran las dos semanas de las que hablaban los médicos. Viajé mucho, primero lo intenté con la medicina tradicional, después con la alternativa, pero no conseguí respuestas y por fin, desesperado, lo intenté con la magia. Y allí encontré una esperanza, pero a un precio enorme que tan sólo yo podía pagar.
Como había prometido, dos semanas después volví a la casa de Magda. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, ella se había vestido de fiesta para mi visita y se había sentado en el sofá, en vez de esperarme en la cama. Era el último favor que podía hacerme antes de su muerte. No quería verme triste con su enfermedad, quería que la recordara como la mujer alegre y jovial que siempre había sido. Me puse de rodillas ante ella y le enseñé lo que había conseguido con tanta búsqueda.
-Esto son “los anillos del cambio”, permiten cambiar el cuerpo de dos personas. Quiero cambiar de cuerpo contigo. Si alguien merece morir soy yo y si alguien merece vivir eres tú. Si cambiamos y eso permite que tus vivas, entonces seré el hombre más feliz de La Tierra, mi vida habrá servido para algo y además conseguiré que el ser más maravilloso que nunca he conocido pueda vivir, aunque sea en mi cuerpo.
Por supuesto que Magda se negó a ese intercambio, pero estaba muy débil, me puse a su espalda y cogiendo su mano, como tantas veces había hecho antes, le puse un anillo en su mano izquierda mientras me ponía el otro en la mía.
Inmediatamente cambiamos de cuerpo, yo estaba sentada en el sofá sin fuerzas, notando como me costaba trabajo hasta respirar. Mientras tanto, Magda, en mi cuerpo se sentaba en el suelo, como había hecho yo de niño, y comenzaba a llorar.
Noté como se acercaba la muerte. Me dolían los músculos, los huesos y cada poro de mi piel parecía sudar sangre. Así estuve varios días, esperando que por fin  terminara todo. Hasta que de repente comencé a mejorar. Pude levantarme de la cama y llegar sola al servicio. Poco después era capaz de andar hasta la cocina y prepararme alimentos sólidos. Dos días después tuve fuerzas para salir al jardín y para darme paseos por el parque cogida de la mano de Magda en mi cuerpo. No se había cumplido un mes desde que los médicos desahuciaron a Magda cuando tuvieron que darme el alta en su cuerpo. No podían explicarse el motivo de la mejora, lo mismo que tampoco se explicaban los motivos de la enfermedad.
Pero yo los conocía perfectamente. Este cuerpo había enfermado cuando me alejé de él, necesitaba mi presencia y mi compañía. Magda sentía un amor extremo por mi alma, necesitaba protegerla, ayudarla, necesitaba estar junto a ella. Ahora con mi alma dentro de su cuerpo y la suya dentro del mío, se había sentido completa, perfecta. Sus deseos de estar conmigo se habían visto realizados de la forma más sublime, con el alma de cada uno poseyendo el cuerpo de la persona amada y los dos juntos y protegiéndose.
Y así llegó el mejor día de mi vida, cuando Magda se puso de rodillas delante de mí, volvió a coger mi mano izquierda, retiró el “anillo del cambio” que aún conservaba y colocó en él dedo otro anillo, pero esta vez de oro con diamantes y me preguntó: “Magda, ¿Quieres casarte conmigo?”
Desde entonces yo soy Magda. Y me casé de blanco con el hombre que durante veintidós años vivió en el que es ahora mi cuerpo, con el hombre que será el padre de mis hijos y con el que me coge todos los días de la mano para decirme lo feliz que es a mi lado.

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