Nunca he entendido la costumbre de colgar una lista de
muertos en la puerta de las iglesias. Recuerdo que siendo niña rodeaba la
Iglesia de mi pueblo para no ver las esquelas, pero el tiempo fue pasando y
terminé por acostumbrarme a tan aborrecible espectáculo. Pero no fue fácil habituarme porque mi camino
a la escuela me obligaba a pasar por la acera de la Iglesia y allí siempre
había gente comentando. “Fíjate, ha muerto Fulanita, o esta tarde entierran a
Menganito”. Tan sólo tenía 12 años y escuchar esas conversaciones no me dejó
dormir durante bastante tiempo.
Pero, como dije, me había acostumbrado a no hacer caso a la muchedumbre
que se acumulaba en la puerta de la Iglesia, a sus comentarios y a las
esquelas.
Pero, aunque intentaba pasar lo más rápido posible por la
zona, hubo algo que me llamó la atención. Todos los días a las 8:30 de la
mañana, cuando caminaba por la puerta de la Iglesia podía ver a un anciano con
sombrero leyendo las esquelas. Parecía algo normal, pero no lo era, porque ese
caballero estaba allí todos los días, a la misma hora, en la misma posición y
con la misma ropa. A mi me daba miedo y cada
vez que lo veía pasaba a su lado corriendo. Con esta visión transcurrieron un
día y otro y otro, durante semanas.
Hasta que por fin vencí mis miedos y me detuve a su lado y
le pregunté como se llamaba. “Joaquín” me
respondió sonriendo y me regaló una flor blanca que llevaba en el bolsillo de
la chaqueta. Resultó ser un hombre muy simpático y muy viejo que me contó “que todos
sus seres queridos habían muerto y que “echaba de menos tener una familia y alguien que lo cuidara”.
Sentí una extraña familiaridad por ese hombre tan solitario
y tan triste y cada día que pasaba a su lado me paraba a hablar con él. Me
señalaba un rincón en la puerta y me decía: “Aquí pusieron la esquela de mi mujer Vanessa,
una mujer guapísima y buena madre. Allí estaba la esquela de Laura, mi niña que
murió de la fiebre del heno con solo 3 años. Allá estaba la esquela de Mario,
mi hijo más querido.”
Con esta rutina charlaba con él todos los días hasta que un
día le pregunté: “Don Joaquín ¿por qué viene aquí todos los
días?” “Porque quiero ver
si ya han puesto mi esquela” me
respondió sonriendo. Un escalofrío me cruzo por la espalda y me marché a la escuela.
Al día siguiente lo volví a ver leyendo las esquelas, pero
esta vez parecía contento. Lo volví a saludar, me regaló otra flor blanca y antes
de que tuviera tiempo para preguntar me dijo: “es un gran día, mañana publicarán mi esquela y
volveré a estar con gente que me quiere” El corazón se me aceleró y
me marché corriendo de su lado.
No dormí esa noche, deseaba volver a encontrar al señor “Joaquín”
y al mismo tiempo tenía miedo porque sabía que iba a ver su esquela. Cuando
llegó la hora me puse en camino a la escuela y, cómo siempre, me paré en la
puerta de la Iglesia, allí estaban colgadas las esquelas. pero no estaba el
señor Joaquín. Era la primera vez que no acudía a la cita en meses. Me acordé
que me había dicho de que hoy publicaban su esquela y la busqué en el tablón.
Y sí, allí estaba la esquela del señor Joaquín. Leí la
cartulina, con su nombre, su fecha de nacimiento, la de su defunción que fue esa
misma mañana y me quedé con la boca abierta cuando vi su foto. No era la suya,
era la mía. Alguien había colocado mi foto en la esquela del señor Joaquín.
Entonces escuché pasos y se me acercó una niña de 12 años que me preguntó “¿Quién era yo?”. Acordándome del texto de la esquela le
respondí. “Soy
Joaquín” y cogiendo una flor blanca de una corona de mi funeral se
la di a la niña. Le pregunté como se llamaba y me respondió “Soy Carmen Sanz y todos los días paso por la puerta de la Iglesia
para ir a la escuela”
Me resultaba familiar ese nombre, me pareció recordar que había sido el
mío, que yo había sido Carmen Sanz hasta esa mañana. Pero la niña se marchó
corriendo con cara de miedo y yo me quedé sólo mirando las esquelas.
Durante semanas estuve vigilando el tablón y tendría que
hacerlo hasta que hicieran una con mi nombre, entonces volvería a saludar a la
niña Carmen Sanz y volvería a casa con mis seres queridos.
Me dejaste impresionado sin miedo a admitirlo ay un mundo de diferencia entre mis historias y tus historias
ResponderEliminarLo único que hay es una enfermedad mental. Por suerte tú estás cuerdo.
EliminarSiempre con cambios locos y trascendentales
ResponderEliminarla mayoría de las veces cuándo comienzo una cap no sé como va a terminar, voy improvisando sobre la marcha. Esta si que lo sabía, porque, aunue parezca una locura, tiene algo de autobiográfica
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