Ya soy un anciano y la memoria empieza a fallarme. Se me
olvidan rostros, lugares y sucesos. Pero lo que nunca podré olvidar es el día
de la muerte de mi madre.
Mamá no era una mujer bella, pero lo compensaba
siendo buena y cariñosa. Y para el día de mi quinto cumpleaños preparó una
fiesta maravillosa, ella misma había cocinado una gigantesca tarta de chocolate
con cinco velitas en forma de oso de caramelo. Me sentó en la mesa y sonriendo
me dijo que no me moviera que tenía una sorpresa para mí. Marchó cantando el
“cumpleaños Feliz” a la cocina y volvió con la gran tarta en sus brazos. Yo la
veía sonreír, pero me di cuenta que también iba llorando, parecían faltarle las
fuerzas y justo después de dejar la tarta sobre la mesa se desplomó en el
suelo. Salté de mi silla y me arrojé sobre ella intentando levantarla, pero era
muy pequeño y no tenía fuerzas para moverla. Ella me cogió mis manitas, las
besó amorosamente y me dijo: “No te preocupes Juan, siempre estaré a tu lado, suceda
lo que suceda siempre te ayudaré. Y pronto te entregaré tu regalo de cumpleaños” El aliento de la voz de mi madre en mis oídos me
tranquilizaba, pero, de repente, deje de sentir el calor de su respiración.
Desesperado me puse a llorar y en ese preciso instante regresó mi padre del
trabajo. Asustado corrió hacia nosotros, se puso de rodillas y besó los labios
muertos de su mujer, lego me apretó contra su pecho y agitándome el pelo me
dijo: “Juan
no te preocupes, papá sabe lo que debe hacer y lo hará. Papá y mamá siempre
cuidarán de ti y pronto te entregarán tu regalo de cumpleaños”.
Mi padre siempre cuidó de mí. Se desvivía porque no me
faltara nada, para que lo tuviera todo.
Hasta el día de su muerte se comportó como un padre ejemplar y amoroso.
Pero siempre tuve la duda de a que se refería cuando dijo que él y MAMÁ siempre
cuidarían de mí y cuál era el regalo de cumpleaños que me prometieron el día de
la muerte de mamá.
Pero esta mañana lo he sabido.
Esta mañana estaba sentado en el gran vestidor de Magda
viendo como la esposa de mi nieto ordenaba los vestidos negros que acababa de
comprar. Magda era una muchacha egoísta y malvada que se había casado con mi
nieto sólo por el dinero de la familia. Yo la odiaba, aunque nunca me atreví a
contarle mis sentimientos.
De repente comencé a sentirme muy mal. Me sudaba la frente y
sentía taquicardias en el pecho. En ese momento entró al vestidor mi nieto. Se
sentó a mi lado y abrazándome mientras me acariciaba el pelo me susurró al oído: “Soy tu padre y he venido con
mamá a entregarte el regalo de cumpleaños”
Un escalofrío me recorrió la espalda porque reconocí la voz de mi difunto
padre saliendo de la boca de mi nieto. Justo en ese instante Magda me miró
fijamente y sin dejar de ordenar su ropa me dijo sonriendo: “Veo que ya te está haciendo efecto el veneno, no debiste tomarte
el café que te preparé esta mañana, eras el único impedimento para que yo y tú
nieto controlemos la fortuna familiar y en pocos minutos habrás muerto y
seremos inmensamente ricos. Por cierto, esta ropa negra la compré esta mañana pensando
en tu funeral”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Te ha pasado que quieres decir algo pero las palabras no son suficientes? Ahora puedes colocar imágenes o vídeos en comentarios, con los siguientes códigos:
[img]URL de la imagen[/img]
[video]URL del video[/video]