Yo era la esperanza del reino. No podían arriesgar mi vida hasta
que llegara el día de mi sacrificio. De que sobreviviera hasta ese momento dependía
el futuro de nuestra raza y de nuestra gente.
Por eso me encerraron en la base de la torre. Cuando cumplí
5 años se reunieron los grandes sabios del reino y decidieron que, por
seguridad, debían aislarme del mundo exterior hasta que cumpliera mi vigésimo
aniversario. Y ese día mi cuerpo sería sacrificado en el altar de los dioses da
la sangre. Después convocaron al gran mago Negro y este purificó el sótano de
la torre pintando un gran pentáculo en el suelo, fortificó las cerraduras y me
encerró en la base de la torre hasta el día de mi sacrificio.
Sabía que mi cuerpo debía ser torturado y descuartizado el
día de mi 20 cumpleaños por el bien de mi pueblo. Por eso me extrañaba que continuamente
recibiera la visita del bibliotecario mayor y del señor de los números para
enseñarme la sabiduría del mundo exterior. Cuando yo les preguntaba que había
fuera de la torre me miraban con tristeza y me decían que el mundo estaba lleno
de monstruos que querían destruirnos y que debía aprender a ser como ellos para
que no me reconocieran. Y por ese motivo debía aprender sus ciencias y sus
leyes y hasta que conociera todo sobre ellos tampoco podría salir.
Mi estancia en el sótano era una frustración continua porque
se limitaba a estudiar algo que nunca podría contemplar, porque el mundo
exterior está habitado por monstruos que me destrozarían en cuanto me
descubrieran. Cuando no estudiaba me pasaba las horas enteras observando por mi
pequeña ventana la escalera que llevaba a lo alto de la torre e imaginando planes
de fugar.
El tiempo pasaba lentamente. Los días se convertían en
semanas, las semanas en meses y los meses en años y toda esa espera tan sólo
conducía a mi muerte. Estaba desesperada, ya había llegado la semana de mi
sacrificio y aún no sabía como escapar de la torre.
No me quedaba más remedio que arriesgarlo todo y enfrentarme
a los monstruos del mundo exterior. Cuando regreso el maestro de los números lo
agarré por el cuello con mi mano izquierda y casi sin esfuerzo destrocé los
huesos de su garganta. Lo vi caer al suelo boqueando y sangrando por la boca. Cogí
su antorcha y comencé a subir los escalones que me llevarían al mundo exterior.
La torre estaba húmeda por la lluvia y los escalones enverdecidos por el musgo.
Mis pasos eran sonoros, pero nadie se atrevía a salir a detenerme.
Esa soledad me aceleró el corazón. Los habitantes de la
torre tenían tanto miedo al monstruo que no se atrevían a salir a detenerme por
el temor a encontrárselo, debería ser una alimaña inhumana y feroz.
Finalmente llegué a la puerta de salida de la torre. Sólo me
quedaba traspasarla y sería por fin libre, debería tener cuidado. No tenía otro
remedio que escapar porque esa misma semana me iban a sacrificar. Fuera de la
torre hacía un frío espantoso y llovía con fuerza. Tan sólo mi antorcha me permitía observar mis
pies al caminar. Entonces vi una luz que se acercaba. Era de una antorcha. Con
miedo, yo también me acerqué y entonces, por primera vez, vi al monstruo.
Era un engendro espantoso, Con una piel semilíquida y
verdosa que se movía como si fuera humo. Yo estaba horrorizado, pero me di
cuenta de que él también tenía cara de miedo. ¿Podría ser que ese monstruo me
tuviera miedo? Alargué el brazo para tocarlo y él hizo lo mismo. Con mis dedos
toqué los suyos y noté un tacto helado que me caló hasta los huesos. Miré de
nuevo a su cara y tenía la misma cara de sorpresa que yo.
En ese instante me di cuenta de que no podría sobrevivir en
el mundo exterior luchando contra bestias como esas. Por tanto, decidí volver,
mejor morir en la torre por el bien de mi pueblo que destrozado por esa criatura
en el exterior.
Mientras bajaba los escalones de regreso al sótano una idea
cruzó mi mente. Di la vuelta y subí de dos en dos los escalones y corrí al
sitio donde había visto al monstruo. Me acerqué lentamente y pude ver como él
también se me acercaba, me paré para observarlo más detalladamente y él también
se paró. Entonces lo pateé y rompí el cristal. Era un maldito espejo. Yo era el
monstruo que tanto me había aterrorizado. Yo era el ser inmundo que
aterrorizaba a los habitantes de la torre. Yo era el bodyhopper y ahora sabía
en qué consistía la ceremonia de desmembramiento de mi cuerpo y en el que yo
nacería en el cuerpo de uno de los habitantes del exterior.
Bajé de nuevo la escalera con una sonrisa en mi cara. Para eso
me habían preparado, para ser el rey de los bodyhoppers. La que destrozará a
los humanos del exterior y que garantizará el futuro de mi raza.
Buena historia como siempre Carmencita
ResponderEliminarkary eres un encanto, por eso te quiero tanto.
Eliminarjajajaja
me gusta hasta cuando mientes