Encendí un cigarrillo y me quedé mirando esa criatura
semihumana que torpemente se movía reptando hacia mí. Un ser aborrecible,
blanquecino y huesudo que era incapaz de mantenerse en pie. Se arrastraba con los brazos mientras dejaba
una estela purulenta y apestosa de carne en putrefacción por las losas del
suelo que rozaban su piel.
No pude resistir más. Tomé la botella de Vodka y se la
derramé entera por encima. Me miraba con ojos ensangrentados mientras intentaba
balbucear algo que no llegué a entender.
Esa criatura había sido Claudia sólo unos minutos antes. La
mujer más guapa y sexy que había visto. Desde que la conocí había soñado con
ella. Era una chiquilla maravillosa, siempre sonriendo, siempre alegre. Yo
necesitaba estar a su lado, coger su mano, decirle que la amaba. Yo Sabía que
era capaz de cualquier cosa por estar con ella.
Dudaba que algún día tuviera fuerzas para decirle cuanto la
necesitaba, que la quería con toda mi alma y que no podría vivir si me
rechazaba. Pero lo hice, me puse de rodillas ante ella, cogí su mano y le dije
que la amaba más que a mi propia vida.
Y me rechazó.
Sentí como si el aire se volviera barro en mis pulmones,
torpemente me levanté, le pegué una patada a los cristales de la ventana y
salté desde el séptimo piso. Cuando me estrellé contra el suelo noté como se
rompían mis huesos y explotaban mis pulmones y mi corazón. Pero no sentí dolor.
Era una nube blanquecina que flotaba en el aire a un metro sobre mi cuerpo
destrozado. Yo no sabía bien que había pasado, pero sí que sabía lo que hacer.
Con un simple pensamiento empecé a volar hacia lo alto del edificio. Entré por
la ventana rota y supe que allá estaba a Claudia riéndose de mi desgracia.
Yo no podía perdonarla. Con tan sólo desearlo, la nube
blanca que era mi alma entró en su cuerpo. Allí había un ser repugnante que
vivía dentro del maravilloso cuerpo de Claudia. La golpeé, le di patadas y la
empujé hasta que conseguí echarla fuera del cuerpo de mi amada Claudia. Nada
más expulsarla noté como mi espíritu rellenaba la carcasa vacía que era el
cuerpo de Claudia. De nuevo pude ver al ser inmundo y lo hacía con los ojos de
Claudia, pude andar hacia el ser inmundo lo hacía con las piernas de Claudia,
pude mover las manos, y movía las manos de Claudia, así que cogí un cigarrillos con los dedos de Claudia.
Lo encendí, Vacié una botella de Vodka encima de la criatura repugnante y tiré
el cigarrillo encendido encima del ser que cinco minutos antes era Claudia.
Lo escuché crepitar y reducirse a cenizas. No me importaba,
ese ser no se merecía vivir en el cuerpo de mi adorada Claudia. Ahora era mi
cuerpo. Yo era Claudia y volvería a ser la alegre, sonriente y feliz chiquilla
que tanto había amado.
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