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sábado, 4 de mayo de 2019

Segundo Aniversario (1ª parte de 2)


Hacía tiempo que Laura se quejaba de que no se sentía bien. Que una sombra la seguía que le estaba robando la vida.
Ella que siempre estaba sonriendo, pidiendo que saliéramos a tomar una copa, a bailar o simplemente a cenar en el pueblo de al lado. Y yo no podía soportar ver como estaba destrozando su vida, no podía seguir conviviendo con esta mujer que ya no se portaba como mi esposa. Laura se había convertido en una enferma que apenas hablaba y que simplemente se limitaba a mirarme con rabia y llorar.

Pero me callaba porque yo no era inocente, sabía lo que estaba pasando. Todo había comenzado hace dos años. Laura, con su alegría habitual me pidió que la acompañara a cenar al restaurante que había al final de la carretera. Como siempre acepté, pero esta vez Laura me guardaba una sorpresa. Me miró fijamente a los ojos y me dijo que quería que nos acompañara su hermana Valeria.
Se me heló la sangre en las venas, porque Valeria y yo teníamos una relación a espaldas de Laura, incluso habíamos tenido sexo en la cama de matrimonio de Laura. No os confundáis, yo amaba a Laura, por eso me casé con ella, pero Valeria era especial, se la veía tan solitaria, tan necesitada que me sentía mejor ayudándola, y poco a poco, nos fuimos viendo más y más, hasta que terminé pasando más tiempo en la casa de Valeria que en la mía propia. Pero, como decía, yo amaba a Laura y no imaginaba mi vida sin el calor de sus abrazos y el beso de sus labios.
A pesar de la sorpresa no pareció extraño que Laura invitara a cenar a Valeria, al fin y al cabo, eran hermanas. Los tres subimos al coche y nos pusimos en camino al restaurante. Siempre manejaba yo, pero esta vez fue Laura quien se puso al volante, yo me senté en el sillón de copiloto, mientras Valeria iba atrás. A mitad de camino, noté que Laura estaba extraña, parecía sudorosa y extrañamente pálida. La vi apretar su cinturón de seguridad y bloquear las puertas del auto. Un mal presentimiento me cruzó por la mente y también apreté mi cinturón. Laura, de repente, dio un volantazo y gritando “SOIS UNOS TRIDORES” arremetió contra las vallas de seguridad de la carretera y se lanzó por el barranco. No tuve tiempo de reaccionar, ni de hacer nada, simplemente miré por el espejo retrovisor y vi a Valeria durmiendo plácidamente en el sillón trasero, en ese momento supe que ella iba a morir.
No recuerdo nada más. Desperté en el hospital y estuve tres meses en recuperación. Todos los días me visitaba Laura, que milagrosamente no había sufrido ningún daño, y me decía que lo sentía mucho y que a partir de ahora íbamos a estar siempre juntos y seríamos felices.
Valeria no tuvo tanta suerte. Sufrió numerosas fracturas y traumatismos, y tras una lenta agonía murió antes de que pudiera llegar la ayuda. Sin embargo, no se encontraron pruebas de un intento de asesinato, yo me acogí a mi derecho a no declarar contra mi esposa y Laura fue declarada inocente en sede judicial.
Pero desde aquel día Laura se encontraba mal, decía que algo le estaba robando la vida. Se sentía sin ánimos y muy cansada. Los dos sabíamos lo que pasaba. No podía ser casualidad que ese malestar hubiera comenzado tras la muerte de Valeria. Y yo estaba dispuesto a finalizar con sus sufrimientos.

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