Hacía tiempo que Laura se quejaba de que no se sentía bien.
Que una sombra la seguía que le estaba robando la vida.
Ella que siempre estaba sonriendo, pidiendo que saliéramos a
tomar una copa, a bailar o simplemente a cenar en el pueblo de al lado. Y yo no
podía soportar ver como estaba destrozando su vida, no podía seguir conviviendo
con esta mujer que ya no se portaba como mi esposa. Laura se había convertido
en una enferma que apenas hablaba y que simplemente se limitaba a mirarme con
rabia y llorar.
Pero me callaba porque yo no era inocente, sabía lo que
estaba pasando. Todo había comenzado hace dos años. Laura, con su alegría
habitual me pidió que la acompañara a cenar al restaurante que había al final
de la carretera. Como siempre acepté, pero esta vez Laura me guardaba una
sorpresa. Me miró fijamente a los ojos y me dijo que quería que nos acompañara
su hermana Valeria.
Se me heló la sangre en las venas, porque Valeria y yo
teníamos una relación a espaldas de Laura, incluso habíamos tenido sexo en la
cama de matrimonio de Laura. No os confundáis, yo amaba a Laura, por eso me
casé con ella, pero Valeria era especial, se la veía tan solitaria, tan
necesitada que me sentía mejor ayudándola, y poco a poco, nos fuimos viendo más
y más, hasta que terminé pasando más tiempo en la casa de Valeria que en la mía
propia. Pero, como decía, yo amaba a Laura y no imaginaba mi vida sin el calor
de sus abrazos y el beso de sus labios.
A pesar de la sorpresa no pareció extraño que Laura invitara
a cenar a Valeria, al fin y al cabo, eran hermanas. Los tres subimos al coche y
nos pusimos en camino al restaurante. Siempre manejaba yo, pero esta vez fue
Laura quien se puso al volante, yo me senté en el sillón de copiloto, mientras
Valeria iba atrás. A mitad de camino, noté que Laura estaba extraña, parecía
sudorosa y extrañamente pálida. La vi apretar su cinturón de seguridad y
bloquear las puertas del auto. Un mal presentimiento me cruzó por la mente y
también apreté mi cinturón. Laura, de repente, dio un volantazo y gritando
“SOIS UNOS TRIDORES” arremetió contra las vallas de seguridad de la carretera y
se lanzó por el barranco. No tuve tiempo de reaccionar, ni de hacer nada, simplemente
miré por el espejo retrovisor y vi a Valeria durmiendo plácidamente en el sillón
trasero, en ese momento supe que ella iba a morir.
No recuerdo nada más. Desperté en el hospital y estuve tres
meses en recuperación. Todos los días me visitaba Laura, que milagrosamente no
había sufrido ningún daño, y me decía que lo sentía mucho y que a partir de
ahora íbamos a estar siempre juntos y seríamos felices.
Valeria no tuvo tanta suerte. Sufrió numerosas fracturas y
traumatismos, y tras una lenta agonía murió antes de que pudiera llegar la
ayuda. Sin embargo, no se encontraron pruebas de un intento de asesinato, yo me
acogí a mi derecho a no declarar contra mi esposa y Laura fue declarada
inocente en sede judicial.
Pero desde aquel día Laura se encontraba mal, decía
que algo le estaba robando la vida. Se sentía sin ánimos y muy cansada. Los dos
sabíamos lo que pasaba. No podía ser casualidad que ese malestar hubiera
comenzado tras la muerte de Valeria. Y yo estaba dispuesto a finalizar con sus sufrimientos.
Buen inicio de historias
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