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Conforme mejoraba mi salud, iba empeorando la del señor Sala (Luis). De alguna forma que no entendía, Luis estaba absorbiendo mis desdichas y dolores al mismo tiempo que yo mejoraba físicamente. Literalmente estaba absorbiendo mis enfermedades.
Cuando llegó la última semana de mi estancia en el
frenopático, la salud de Luis había empeorado de una forma sorprendente. Su
cuerpo estaba cubierto de llagas, vomitaba cada media hora y apenas podía
andar. Arrastraba los pies mientras se agarraba a los muebles para mantenerse
en pie. Pero, a pesar de todo, acudió a mi despedida. Como siempre se sentó en la
cama y me dijo: “Carmen
¿Qué te ocurre? Ya deberías estar sana y fuerte. ¿Por qué sigue tu alma
enferma?”
Miré la piltrafa humana en la que se había convertido Luis y
no pude mentirle: “No soporto la idea de
volver a vivir con mi hermana, sé que me odia y no dejará de molestarme hasta
que haya muerto” Luis guardó silencio durante un rato, parecía que
estuviera pensando en sus palabras y en la forma de pronunciarlas. “Hasta que haya
muerto, ¿Tú o ella?” No me esperaba esa respuesta e iba a decir
“hasta que haya muerto yo, por supuesto” Entonces me di cuenta que Luis había
pronunciado mucho más fuerte la palabra “ella” Como si pidiera permiso para
algo. Así que le respondí “A mi nadie me va
a echar de menos, pero a ella todos la quieren y la aman. Es mucho más fácil que
yo muera” “Sí, ella no puede morir, pero tampoco
voy a permitir que te haga daño. Necesito un día para arreglar tus problemas. Mañana
nos volveremos a ver y te daré un regalo sorpresa”. Y dicho esto se
levantó torpemente de la cama y se alejó dando grandes cojeadas
Esa noche no dormí pensando que el señor Sala iba a matar a
mi hermana. No me desagradaba la idea, pero tampoco quería que tuviera un final
rápido.
Por fin amaneció. era el día en que debía abandonar el
frenopático y con las maletas hechas esperé a que llegara Luis con su gran
sorpresa. Aunque se retrasó mucho, como si estuviera probando mi lealtad, no
llegó hasta que empezaba a anochecer. Esta vez no pidió permiso para entrar en
mi habitación, abrió de un gran portazo y me sonrió con unos dientes podridos y
negros. Tuve que taparme la nariz para no desmayarme por el hedor que emanaba
de su cuerpo. Su preciosa piel mulata ahora estaba blanca como la de los
muertos y se veían palpitar unas venillas azules que amaneaban con reventar y
llenarlo todo de pus y sangre. Nunca lo había visto tan enfermo y tan débil.
Parecía que hubiera envejecido 20 años en las pocas horas que habían pasado
desde nuestra conversación. Sin perder tiempo me agarró del brazo y
arrastrándome hasta la puerta me dijo. “Carmencita, no tenemos tiempo que perder, debes venir
conmigo hasta el sótano porque te voy a entregar tu regalo” Descendimos
por una larga y estrecha escalera de caracol. Abrió una reja oxidada y encendió
una bombilla que colgaba del techo. Y, con el aliento entrecortado, señaló
hacia un rincón. Allí estaba mi hermana, sentada en una mecedora, sin moverse,
sin hablar, como si estuviera muerta. Por un segundo pensé que era un maniquí
hasta que vi como su pecho se inflaba al respirar. La saludé, pero ella no me
respondió, me acerqué y no se movió. Por último, la empujé y cayó al suelo,
pero tampoco reaccionó. Si no hubiera sido por el calor de su carne y por el
hilillo de sangre en su nariz hubiera creído que era una muñeca.
¿Qué le pasa? Le
pregunté a Luis. “No tiene alma, su cuerpo es una casa vacía esperando que alguien la
habite para darle vida” me quedé con la boca abierta al escuchar esa
respuesta. Luis sonrió, abrió un pequeño armario y me enseñó un frasco de
cristal “Aquí dentro
está al alma de tu hermana esperando que le busque un cuerpo para vivir” Y me enseñó un tarro de cristal. Allí estaba mi
regalo, la gran sorpresa que me había preparado el señor Sala. El alma inmortal
de mi hermana prisionera en una cárcel de cristal hasta que tuviera un nuevo
cuerpo para vivir. La veía moverse desesperada, girar y aplastarse contra la
tapadera intentando escapar. “¿Y cuál va a
ser su nuevo cuerpo? “, “El tuyo” me respondió “Voy a depositar tu alma en su cuerpo y después vaciaré el
frasco en el tuyo. Tú serás ella y ella será tú. Ya no podrá humillarte y podrás
devolverle todo el daño que te ha causado. Será la venganza perfecta” El señor Sala no pudo terminar esas
palabras sin escupir un gran coagulo
de sangre. Miré el frasco con el alma de mi hermana retorciéndose de forma
desesperada y después observé detenidamente al señor Sala agarrado a la
estantería para no desplomarse. “NO quiero ese
cuerpo, señor Sala, le propongo otro trato bastante diferente y mucho más
justo.”
.
.
Dos horas después abandoné el frenopático cogida de la mano
de mi hermana. Nunca la había visto tan feliz. No paraba de hablar mientras me
sonreía. Los ojos le brillaban de alegría y de una forma atropellada me contaba
lo felices que íbamos a ser las dos. Iba a recuperar todo el tiempo que había
perdido en torturarme y lo iba a usar para hacerme feliz. Jugaba a revolverme
el pelo y de vez en cuando me sorprendía con un gran beso en los labios
mientras se reía de forma escandalosa, sin importarle lo que pensara la gente
que nos obserbaba. Yo estaba avergonzada con su forma de comportarse, pero
nunca había estado más orgullosa de mi hermana y tampoco había sentido tanto
cariño verdadero por ella.
Había tomado la decisión adecuada. Yo no cambié de cuerpo
con mi hermana, lo hizo el señor Sala (Luis) que utilizando sus últimas fuerzas
depositó su propia alma en el cuerpo inerte de mi hermana y luego vació el
contenido del frasco de cristal en su antiguo cuerpo. Fue magnífico contemplar
como mi hermana despertó dentro del cuerpo apestoso y enfermo del señor Sala.
Gritó aún más fuerte que el resto de locos del edificio cuando sus rodillas se
doblaron incapaces de soportar su peso y se derrumbó. Recuerdo cómo se arrastraba
por el suelo para agarrarse a mis pies y besarlos de forma desesperada mientras
me pedía perdón y ayuda. Lo único que consiguió fue que le pisara la cabeza y disfrutara
oyendo como le crujía el cráneo.
Mientras regresaba a casa, en el coche de mi hermana, me
acordé de Marco, mi antiguo novio que me había traicionado. Echaba de menos sus
caricias, el olor de su piel y el susurro de su voz en mis oídos.
Quería que volviera a estar a mi lado, pero necesitaba estar
segura de que nunca me fallaría y de que siempre sería fiel. Le pedí ayuda al
señor Sala y este, sonriendo, con la poderosa voz de mi hermana me respondió: “Piensa en tus
amigos, seguro que conoces alguno que estará encantado de cambiar de cuerpo con
Marco y ser tu compañero” Yo negaba
con la cabeza. No se me ocurría nadie que me quisiera tanto como para hacer ese
sacrificio. Tampoco me parecía justo, yo quería castigar a Marco, y que
sufriera por lo que me había hecho, pero no quería perderlo. “Piensa, alguien
debe haber alguien que no te falle, y que haya demostrado que te quiere y que
nunca te va a abandonar”.
Entonces se me iluminó la mente. Sí, había alguien que
podría mejorar siendo Marco y que siempre sería leal. Miré a Luis, en el cuerpo
de mi hermana y le dije: “Tienes el
cuerpo de la amante de Marco, necesito que lo lleves a casa y me hagas un gran
favor. Sé de alguien que nunca me
fallará”
Esa misma noche hicimos el cambio. El señor Luis llamó a Marco
y le dijo que tenía ganas de follar. Marco acudió corriendo a la casa de mi
hermana y allí lo obligamos a cambiar de cuerpo con Tobi, MI PERRO.
La única criatura que siempre me sería fiel y que nunca me
fallaría. De nuevo sentí que había acertado cuando puse una correa en el cuello
de Marco y tirando de ella lo saqué a pasear.
“Mañana te
llevaré a castrar, no quiero que dejes preñada a ninguna perra” le dije
sonriendo, mientras lo pateaba para que se moviera más rápido y me obedeciera.
Muy buenos giros de argumento, y definitivamente y gran final, felicidades
ResponderEliminarme gusto y le entendí más a esta parte,sabia que haria eso al final
ResponderEliminarEscribes fimales muy interesantes gran y excelente trabajo
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