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lunes, 27 de mayo de 2019

Historia de una Depresión (2ª Parte de 2)

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Conforme mejoraba mi salud, iba empeorando la del señor Sala (Luis). De alguna forma que no entendía, Luis estaba absorbiendo mis desdichas y dolores al mismo tiempo que yo mejoraba físicamente. Literalmente estaba absorbiendo mis enfermedades.
Cuando llegó la última semana de mi estancia en el frenopático, la salud de Luis había empeorado de una forma sorprendente. Su cuerpo estaba cubierto de llagas, vomitaba cada media hora y apenas podía andar. Arrastraba los pies mientras se agarraba a los muebles para mantenerse en pie. Pero, a pesar de todo, acudió a mi despedida. Como siempre se sentó en la cama y me dijo: “Carmen ¿Qué te ocurre? Ya deberías estar sana y fuerte. ¿Por qué sigue tu alma enferma?”

Miré la piltrafa humana en la que se había convertido Luis y no pude mentirle: “No soporto la idea de volver a vivir con mi hermana, sé que me odia y no dejará de molestarme hasta que haya muerto” Luis guardó silencio durante un rato, parecía que estuviera pensando en sus palabras y en la forma de pronunciarlas. “Hasta que haya muerto, ¿Tú o ella?” No me esperaba esa respuesta e iba a decir “hasta que haya muerto yo, por supuesto” Entonces me di cuenta que Luis había pronunciado mucho más fuerte la palabra “ella” Como si pidiera permiso para algo. Así que le respondí “A mi nadie me va a echar de menos, pero a ella todos la quieren y la aman. Es mucho más fácil que yo muera” “Sí, ella no puede morir, pero tampoco voy a permitir que te haga daño. Necesito un día para arreglar tus problemas. Mañana nos volveremos a ver y te daré un regalo sorpresa”. Y dicho esto se levantó torpemente de la cama y se alejó dando grandes cojeadas
Esa noche no dormí pensando que el señor Sala iba a matar a mi hermana. No me desagradaba la idea, pero tampoco quería que tuviera un final rápido.
Por fin amaneció. era el día en que debía abandonar el frenopático y con las maletas hechas esperé a que llegara Luis con su gran sorpresa. Aunque se retrasó mucho, como si estuviera probando mi lealtad, no llegó hasta que empezaba a anochecer. Esta vez no pidió permiso para entrar en mi habitación, abrió de un gran portazo y me sonrió con unos dientes podridos y negros. Tuve que taparme la nariz para no desmayarme por el hedor que emanaba de su cuerpo. Su preciosa piel mulata ahora estaba blanca como la de los muertos y se veían palpitar unas venillas azules que amaneaban con reventar y llenarlo todo de pus y sangre. Nunca lo había visto tan enfermo y tan débil. Parecía que hubiera envejecido 20 años en las pocas horas que habían pasado desde nuestra conversación. Sin perder tiempo me agarró del brazo y arrastrándome hasta la puerta me dijo. “Carmencita, no tenemos tiempo que perder, debes venir conmigo hasta el sótano porque te voy a entregar tu regalo” Descendimos por una larga y estrecha escalera de caracol. Abrió una reja oxidada y encendió una bombilla que colgaba del techo. Y, con el aliento entrecortado, señaló hacia un rincón. Allí estaba mi hermana, sentada en una mecedora, sin moverse, sin hablar, como si estuviera muerta. Por un segundo pensé que era un maniquí hasta que vi como su pecho se inflaba al respirar. La saludé, pero ella no me respondió, me acerqué y no se movió. Por último, la empujé y cayó al suelo, pero tampoco reaccionó. Si no hubiera sido por el calor de su carne y por el hilillo de sangre en su nariz hubiera creído que era una muñeca.
¿Qué le pasa? Le pregunté a Luis. “No tiene alma, su cuerpo es una casa vacía esperando que alguien la habite para darle vida” me quedé con la boca abierta al escuchar esa respuesta. Luis sonrió, abrió un pequeño armario y me enseñó un frasco de cristal “Aquí dentro está al alma de tu hermana esperando que le busque un cuerpo para vivir” Y me enseñó un tarro de cristal. Allí estaba mi regalo, la gran sorpresa que me había preparado el señor Sala. El alma inmortal de mi hermana prisionera en una cárcel de cristal hasta que tuviera un nuevo cuerpo para vivir. La veía moverse desesperada, girar y aplastarse contra la tapadera intentando escapar. “¿Y cuál va a ser su nuevo cuerpo? “, “El tuyo” me respondió “Voy a depositar tu alma en su cuerpo y después vaciaré el frasco en el tuyo. Tú serás ella y ella será tú. Ya no podrá humillarte y podrás devolverle todo el daño que te ha causado. Será la venganza perfecta” El señor Sala no pudo terminar esas palabras sin escupir un gran coagulo de sangre. Miré el frasco con el alma de mi hermana retorciéndose de forma desesperada y después observé detenidamente al señor Sala agarrado a la estantería para no desplomarse. “NO quiero ese cuerpo, señor Sala, le propongo otro trato bastante diferente y mucho más justo.”
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Dos horas después abandoné el frenopático cogida de la mano de mi hermana. Nunca la había visto tan feliz. No paraba de hablar mientras me sonreía. Los ojos le brillaban de alegría y de una forma atropellada me contaba lo felices que íbamos a ser las dos. Iba a recuperar todo el tiempo que había perdido en torturarme y lo iba a usar para hacerme feliz. Jugaba a revolverme el pelo y de vez en cuando me sorprendía con un gran beso en los labios mientras se reía de forma escandalosa, sin importarle lo que pensara la gente que nos obserbaba. Yo estaba avergonzada con su forma de comportarse, pero nunca había estado más orgullosa de mi hermana y tampoco había sentido tanto cariño verdadero por ella.
Había tomado la decisión adecuada. Yo no cambié de cuerpo con mi hermana, lo hizo el señor Sala (Luis) que utilizando sus últimas fuerzas depositó su propia alma en el cuerpo inerte de mi hermana y luego vació el contenido del frasco de cristal en su antiguo cuerpo. Fue magnífico contemplar como mi hermana despertó dentro del cuerpo apestoso y enfermo del señor Sala. Gritó aún más fuerte que el resto de locos del edificio cuando sus rodillas se doblaron incapaces de soportar su peso y se derrumbó. Recuerdo cómo se arrastraba por el suelo para agarrarse a mis pies y besarlos de forma desesperada mientras me pedía perdón y ayuda. Lo único que consiguió fue que le pisara la cabeza y disfrutara oyendo como le crujía el cráneo.
Mientras regresaba a casa, en el coche de mi hermana, me acordé de Marco, mi antiguo novio que me había traicionado. Echaba de menos sus caricias, el olor de su piel y el susurro de su voz en mis oídos.
Quería que volviera a estar a mi lado, pero necesitaba estar segura de que nunca me fallaría y de que siempre sería fiel. Le pedí ayuda al señor Sala y este, sonriendo, con la poderosa voz de mi hermana me respondió: “Piensa en tus amigos, seguro que conoces alguno que estará encantado de cambiar de cuerpo con Marco y ser tu compañero” Yo negaba con la cabeza. No se me ocurría nadie que me quisiera tanto como para hacer ese sacrificio. Tampoco me parecía justo, yo quería castigar a Marco, y que sufriera por lo que me había hecho, pero no quería perderlo. “Piensa, alguien debe haber alguien que no te falle, y que haya demostrado que te quiere y que nunca te va a abandonar”.
Entonces se me iluminó la mente. Sí, había alguien que podría mejorar siendo Marco y que siempre sería leal. Miré a Luis, en el cuerpo de mi hermana y le dije: “Tienes el cuerpo de la amante de Marco, necesito que lo lleves a casa y me hagas un gran favor.  Sé de alguien que nunca me fallará”
Esa misma noche hicimos el cambio. El señor Luis llamó a Marco y le dijo que tenía ganas de follar. Marco acudió corriendo a la casa de mi hermana y allí lo obligamos a cambiar de cuerpo con Tobi, MI PERRO.
La única criatura que siempre me sería fiel y que nunca me fallaría. De nuevo sentí que había acertado cuando puse una correa en el cuello de Marco y tirando de ella lo saqué a pasear.
“Mañana te llevaré a castrar, no quiero que dejes preñada a ninguna perra” le dije sonriendo, mientras lo pateaba para que se moviera más rápido y me obedeciera.



3 comentarios:

  1. Muy buenos giros de argumento, y definitivamente y gran final, felicidades

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  2. me gusto y le entendí más a esta parte,sabia que haria eso al final

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  3. Escribes fimales muy interesantes gran y excelente trabajo

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