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sábado, 9 de marzo de 2019

Pacto de Ultratumba (1 de 2)



Allí estábamos en la noche, bajo la lluvia y en el cementerio abandonado del pueblo tomando una decisión empresarial decisiva para nuestro futuro. Porque era una decisión empresarial la resurrección del señor Cayo. Claro, que también había sido una decisión empresarial la de asesinarlo y enterrarlo en este recóndito lugar y esa decisión la había tomado yo.
Cayo era el presidente de nuestra empresa y un extraordinario gestor que había conseguido hacer crecer un simple taller de repuestos hasta convertirlo en una de las diez empresas más importantes del país. Yo soy su director ejecutivo y había visto como la empresa del señor Cayo se convertía en la dominara de todo su sector de mercado. Pero la semana pasada me enteré que Cayo había estado maniobrando a nuestra espalda, se había puesto en contacto con la competencia para vender nuestra empresa sin consultar al consejo de administración. Podía hacerlo porque entre él y su hija controlaban 51% de las acciones, pero era un acto inmoral y debía responderle con otro acto inmoral. No me resultó difícil contratar a un sicario para que lo secuestrara y lo trajera ante mi presencia. Y así lo hizo. Me puse de rodillas ante el señor Cayo y le rogué que si quería a su hija y si quería seguir viviendo nos transfiriera el usufructo de las acciones, aunque él siguiera manteniendo la propiedad, así podría impedir la venta de la empresa. Yo amaba a Cayo con toda mi alma y deseaba con todo mi corazón que accediera. Pero no lo hizo. Y yo mismo le corté el cuello y le rebané la cabeza que rodó hasta mis pies como una sandía madura. Era la acción más difícil que había tomado en mi vida, pero lo hice sin dudar por el bien de la empresa, y lo hice con el abrecartas de plata que me regaló en reconocimiento a mis 25 años como directivo en la empresa.
Quedaban pocas horas para que se hiciera efectiva la venta, así que debía hacerlo desaparecer para tomar las decisiones como segundo al mando. Ordené a los sicarios que lo enterraran en el cementerio abandonado del pueblo y me puse en contacto con la competencia. Estos me dijeron que el contrato de venta estaba firmado ante notario y depositado en el registro y que ellos lo harían efectivo en una semana y que sólo podían anularlo el señor Cayo o su hija en su condición de máximos accionistas
Así que hablé a su hija, una niñata acomplejada y medio imbécil que me dijo que ella no iba a hacer nada que no le ordenara su padre y que le daba igual que solo tuviéramos una semana para solucionar el problema porque ese negocio la iba a hacer multimillonaria.
No podía hacer nada para impedir la venta, pero quería vengarme, así que ordené al sicario que la secuestrara a ella también, quería contarle el cuello de igual forma que hice con su padre. El sicario me miro extrañado con los ojos brillantes y me dijo que tal vez hubiera otra solución para nuestro problema.
Esa misma tarde me reuní con el sicario en el cementerio abandonado, llevaba a la hija del señor Cayo atada de pies y manos y le acompañaba una anciana encorvada vestida completamente de negro a la que se negó a presentarme porque decía que nadie que conociera su nombre podría vivir hasta el amanecer. Esta vieja me contó que ella tenía el poder para convocar al espíritu del señor Cayo y así podríamos hacer un pacto con el difunto que resultara beneficioso para ambos. Estaba desesperado y por absurda que pareciera la situación la acepté.
La mujer de negro demostró tener un extraño poder cuando consiguió que de la nada se materializara un extraño vapor semitransparente, que poco a poco fue adquiriendo forma humana, y lo más extraño aún, consiguió que ese ente pudiera hablar. “Me has traicionado y me has asesinado y lo vas a pagar” me dijo. Yo soy un hombre sereno y un negociador nato y no permití que ese ser infernal me asustara.

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