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sábado, 16 de marzo de 2019

El Viejo Pescador


Hacía meses que Mateo no pescaba nada. Pero se seguía levantando la las 6 de la mañana, se subía a su barca, la llevaba al centro del lago y allí se quedaba quieto durante horas, hasta que por la tarde volvía con su capacho vacío y una enorme sonrisa en su cara.

Mateo era un hombre mayor, casi anciano y me preocupaba que hubiera perdido la cabeza. Así que un día le pregunté: “Mateo ¿Porqué te pasas todo el día en el lago sin hacer nada?”
Y el sonreía cariñosamente, me acariciaba el pelo y se marchaba silbando. Así lo hizo durante muchos años, hasta que la pasada noche cayó una gran tormenta sobre el puerto y el viento destrozó su pequeña barquita. Casi llorando llamó a mi puerta y me imploró que por favor le prestara mi barca, que necesitaba ir al lago. Yo estaba encantada de ayudarle, pero aún seguían las lluvias y temía que naufragara. No quería defraudarlo y le volví a pregunté “Mateo, ¿Para qué quieres la barca? “Y esta vez, por fin, me respondió, “Para ver a mi nieta que me espera en el lago”
Se me erizaron los pelos en la cabeza. Su nieta, la pequeña Irene había muerto ahogada junto a sus padres cuando su barco naufragó durante una tormenta hacía casi 40 años. Aunque todos los pescadores del puerto se organizaron para buscar los cuerpos de Irene y sus padres jamás los encontraron.
Me sorprendió tanto la respuesta que no supe que decir. Pero Mateo parecía más obsesionado con nunca “Debo ir antes de que termine la tormenta, ella me espera para volver a casa” No me atreví a decir que no. Solamente le puse la condición de que esta vez yo lo acompañaría. El aceptó y apenas una hora después subíamos a mi pequeño bote. El clima parecía empeorar por momentos, la lluvia era torrencial y el viento amenazaba con hacernos volcar. Pero lo veía tan seguro que no quise aplazar la salida. La travesía fue terrible, hubo momentos en que pensé que íbamos a morir ahogados, pero Mateo era un navegante veterano y llegamos sin novedad al centro del lago. “Aquí debemos esperar” me dijo. Y cerró los ojos como si durmiera durante horas. Hasta que la tormenta se volvió casi salvaje y entonces se puso de pie con una excitación impropia de su edad. “Por fin, ha llegado el momento” gritaba exaltado. Se inclinó mirando fijamente hacia el fondo del lago y se lanzó al agua. Ahora la que gritaba era yo, no esperaba ese ataque de locura. Me lancé contra la borda y lo agarré de un brazo cuando se hundía hacia el fondo. Pesaba mucho, demasiado para mí, y casi me arrastró con él. No podía verlo, las aguas turbias del lago ya lo cubrían, pero lo tenía agarrado firmemente. Reuniendo todas mis fuerzas tiré de él hacia fuera y saqué el cuerpo. Pero no era Mateo, era el cuerpo de su nieta ahogada 40 años atrás. Que parecía seguir teniendo 10 añitos, el mismo pelo rubio y la misma cara de inocencia. “No te asustes. Soy Mateo, muchas gracias por acompañarme a buscar a mi nieta, por fin la he encontrado y volvemos a ser una familia unida” Me dijo con su voz de niñita. “Debes marcharte antes que termine la tormenta o tu también morirás ahogado. Yo tengo que marcharme con mis papás que también son mis hijos” me sonrió mientras me acariciaba el pelo como siempre hacía Mateo y se lanzó al agua. Esta vez no intenté agarrarla porque sabía que era inútil. Mateo volvía a estar con sus hijos y su nieta.
Recogí el ancla y regresé a casa. Desde entonces, cada vez que veo una niña rubia en el puerto me acuerdo de la nieta de Mateo, tal vez porque deseo que esa niña me sonría y me acaricie el pelo.

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