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Ahora que llegaba al final de mi vida tenía la sensación de
que mi vida había sido un fracaso. Nunca había hecho lo que me hubiera gustado
hacer, tampoco había sido la persona que me hubiera gustado ser. Había
desperdiciado mi vida trabajando y después de tantos años de sacrificio sólo
tenía dinero. Y ahora al borde de los 70 años me sentía cansado y con la
sensación de haber perdido el tiempo. Pero estaba ilusionado, la tecnología
podía darme una nueva oportunidad, tenía la ocasión de empezar de nuevo, de
hacer lo que me apeteciera y de ser quien siempre quise ser.
Soy un hombre de negocios y mi fortuna la había hecho
comprando los activos de empresas en quiebra, reactivándolos y haciéndolos a
funcionar para mi propio beneficio. Y eso era lo que iba a hacer ahora. Iba a
comprar los activos de una familia en quiebra para mi propio beneficio. Durante
meses investigué entre el lumpen de los barrios más bajos de la región buscando
a la persona adecuada para el negocio. No tenía prisa, la buena elección era
básica para mi bienestar futuro. Y por fin encontré lo que buscaba en una
familia de emigrantes de la Europa del este. Vivían en una cabaña en las
afueras de la ciudad. Pero tenían las características físicas que tanto deseaba,
eran rubios, altos, fuertes, de una belleza física impresionante y además parecían
poseer una gran capacidad cerebral. Investigué sus recursos económicos y
descubrí que el único que aportaba era el cabeza de familia. Así que compré la empresa en la que trabajaba
el padre. Dos días después lo despedí y presenté una demanda por robo para manchar
su historial y que no encontrara trabajo en ninguna otra parte. Tan sólo tuve
que esperar dos meses para que su situación financiera se hiciera crítica y
entonces visité a la familia.
Cuando llegué sabía que iban a aceptar mi oferta. No tenían
otra opción. Era evidente la desesperación. Les habían cortado la luz y el agua
e incluso se les notaba el hambre que estaban pasando. Me senté cómodamente en
el único sillón de la casa y con ellos en pie les hice una oferta que no podían
rechazar. “Os ofrezco 1 millón de euros a cambio de que renunciéis a la patria
potestad de vuestra hija Magda y me la deis en adopción.” En sus ojos pude ver
la rabia y el odio, pero también la derrota. No necesitaba escuchar su
respuesta, sabía que iban a aceptar.
Había escogido a Magda por su incomparable belleza, era una jovencita
de 14 años con una larga melena rubia y unos ojos azules enormes. Yo la iba a
convertir en mi hija adoptiva y mi única heredera. Aún recuerdo la cara de
asombro de Magda cuando entró en mi mansión y le dije que a partir de ahora iba
a vivir allí. Le presenté al servicio y le enseñé su nuevo dormitorio. Con la
boca abierta lo miraba todo entusiasmada y no paraba de repetir: ¿Aquí voy a
vivir yo? Sin duda eran los momentos más felices de su vida.
Al día siguiente completé la adopción en el registro. Magda
era oficialmente hija mía. Me encantaba su presencia y le permití que
disfrutara de su nueva vida durante una semana más antes de poner en marcha mis
planes. Mientras yo preparaba los aparatos necesarios para realizar la
transferencia y acolchaba una habitación que había excavado en el suelo del
sótano de 4 metros cuadrados que oculté de tal forma que nadie pudiera nunca
encontrarla, ni aún sabiendo donde estaba escondida La doté de una rampa e
instalé un sistema de apertura únicamente desde el exterior.
Justamente una semana después desperté temprano a
Magda y la llevé al sótano donde había instalado los aparatos. Cuando ella
entró pareció asustarse, había decenas de máquinas y cientos de metros de
cables y unos señores con batas blancas que la condujeron a una mesa de
quirófano. La tumbaron en ella y amablemente me indicaron que me acostara en la
otra que estaba justo al lado. Antes de que me durmieran di las últimas
instrucciones a los empleados y después permití que me anestesiaran. Estuve
durmiendo casi 8 horas y permanecí 4 horas más en recuperación. Cuando pude
levantarme observé en el espejo una gran cicatriz en mi cráneo y pude palpar
debajo de mi cabello el receptor intracraneal que me habían implantado. Satisfecho
marché a una pequeña salita donde estaba sentada Magda con su cabeza conectada
por cientos de cables a un gran ordenador que era manejado por el informático
que había contratado para este trabajo.
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