Apenas quedaban 2 horas para que terminara el plazo y Jack continuaba sentado, tranquilamente, mirando como vaciaba los cajones en mi búsqueda desesperada.
Cuando accedí a rentar mi cuerpo durante una semana no
necesitaba el dinero. Simplemente quería poder pagar mis caprichos sin necesidad
de pedirle a mi padre. Se realizó una subasta bastante animada en Internet y
todos nos sorprendimos de que el ganador fuera Jack, un hombre gordo, bajito y
mayor de 50 años. Un hombre que había vendido su casa, su coche y usado todos
sus ahorros para ganar la puja. No me importó, en una semana me iba a pagar más
dinero que el que me daba mi papá en un año.
Las condiciones del cambio de cuerpos eran idénticas para
los dos. El intercambio se realizaba por medio de la magia de los anillos del
cambio. Los anillos eran unas ancestrales rarezas que al usarse al mismo tiempo
por dos personas permitían que estas intercambiaran sus cuerpos. Para evitar el
robo de personalidades o fugas, yo no tendría acceso al anillo de Jack y Jack
tampoco podría tener acceso al mío y dispusimos medidas de conexión remota para
realizar el cambio de cuerpo incluso a miles de kilómetros. La condición más
importante, en la que exigí la máxima dureza, era la obligación de presentarnos
a los 7 días exactos de la firma del contrato en la notaría, con los anillos
del cambio para devolver los cuerpos. En caso de retraso se podría exigir el pago
de una multa y en caso de ausencia o pérdida del anillo se podría forzar la devolución
del cuerpo original utilizando la conexión a distancia o quedarse, para siempre,
con el cuerpo y la vida del huésped. Nada más firmar el contrato recibí el
dinero y me dispuse a dilapidar lo que acababa de ganar.
En el contrato no figuraba que no pudiera emborracharme
hasta perder el conocimiento. Y a eso me dedique. Llegué a tomar casi litro y
medio de whisky antes de caer al suelo vomitando, no me gustóa la experiencia y
decidí no repetirla. El día siguiente lo gasté en pasearme por la calle desnudo,
me detuvo la policía y pasé lo que quedaba de tarde en el cuartelillo de la
policía. Al tercer día, hice la mayor comilona de mi vida engullendo tan sólo
salchichas, bacon y cerveza, me encontraba tan pesado después de tanto tragar
que decidí que esta era otra experiencia que no quería repetir. Al cuarto día
quise comprobar si era capaz de hacer funcionar sexualmente mi cuerpo masculino,
así que entré al puticlub más caro de la ciudad. El sexo como hombre no está
mal, pero me gustaba más como mujer. De todas formas, repetí al día siguiente,
pero esta vez quería probar algo nuevo. Llamé a la encargada del burdel y le
pedí que me recomendara una chica y una experiencia extrema. Me avisó que el
servicio que me iba a ofrecer era muy caro, y que le chica que lo realizaba era
excepcional y que sólo trabajaría si tenía bastante dinero para pagar su
precio. Contesté que no me importaba el dinero, que sólo me quedaban 2 días y quería
gozarlos al máximo.
La encargada me dijo que la siguiera hasta una habitación al
fondo del pasillo Abrí la puerta y cuando entré me quedé con la boca abierta.
En la habitación no había ningún mueble, ni siquiera una cama y sólo estaba una
mujer con una cadena de acero enrollada en su cintura. La figura de la mujer
era espectacular y resaltaba por el cuero negro que la cubría. La máscara que
oprimía su rostro tan sólo tenía dos agujeros diminutos para los ojos y una
abertura horizontal para la boca. Me agarró del pecho con sus uñas anilladas, y
me arrastró hacia ella, se agachó, sacó la lengua por la rendija y comenzó a
jugar en mi sexo. De nuevo se levantó, me piso con los tacones de sus botas y
cuando abrí la boca para gritar me mordió los labios. Me susurró al oído que iba a conocer los
mayores placeres del cielo por medio del dolor. Tirando del pelo me arrastró
por el suelo, desenredó la cadena de su cintura, con unos pequeños candaos ató
mis muñecas y me encadenó a una argolla en la pared. Cuando comprobó que no
podía escapar me dijo: “Ahora empieza la diversión”. Es imposible contar con
acierto como se puede mezclar el dolor y el placer de una forma tan intensa y
absoluta. Fueron más de tres horas de tormentos salvajes y goces celestiales. Al
llegar la noche estaba física y sicológicamente destrozado, pero no quería que parara.
Le dije que todavía me quedaba un día para que me martirizara y que le pagaría
lo que quisiera por otra hora como esta.
Esa noche casi no dormí, me dediqué a prepararme para otra
sesión de sado-maso con la enmascarada.
Cuando amaneció, el último día antes del cambio, , me dirigí al burdel,
saludé a la encargada y entré a la habitación de la encapuchada. Allí estaba ella, esperándome.
Lo primero que hizo fue atarme al muro de la pared, me
abofeteó y cogiendo un cuchillo gigantesco me lo puso en la garganta, la
escuché reírse y con la otra mano se arrancó la máscara. Era mi propio rostro,
la enmascarada era Frank vistiendo mi cuerpo. No pude soportar el pánico y
grité con todas mis fuerzas, en las habitaciones de al lado se escucharon
carcajadas de gente que bromeaba sobre mis gritos. Sin duda pensaban que había
llegado al climax del placer.
Con la punta del cuchillo jugó a romper mi ropa y a arañarme
con su borde. Me dijo que ahora podía matarme y si lo hacía se quedaría con mi
cuerpo para siempre. Pero luego me tranquilizaba. No lo haré, probablemente podrían
demostrar que yo te hice las heridas. Pero me cortó en el pecho y me hizo
sangrar durante horas. Si el día anterior había disfrutado de un dolor que me
hacía sentir vivo, esta vez disfruté de un dolor que me llevaba al borde de la
muerte. Con la pérdida de sangre, iba perdiendo fuerzas, me costaba trabajo no desmayarme,
hasta que Jack se acercó, me quitó el anillo de mi mano y me dijo que se lo
quedaba, también se quedaba con mi cuerpo y mi vida. Se cambió rápidamente de
ropa y ya se marchaba cuando se me acercó. Me dio las gracias por un cuerpo tan
joven y tan bello. Me agarró del pelo y me dio un último beso de despedida.
Noté su saliva en mi boca y como mordía mi lengua hasta que casi la cortaba. Tuve
que tragar la sangre para no ahogarme mientras ella escarbaba con su lengua en
las heridas de mi boca. Hasta que, por fin, separó sus labios de los míos sonriendo.
Me hizo un gesto con la mano y se marchó.
Estaba tan dolorido y cansado que dormí hasta avanzada la
mañana del día acordado para devolver los cuerpos en la notaría. Pero ya no
tenía el anillo. Corriendo marché a la casa de mi padre, donde residía Jack en
mi cuerpo, y empecé a revolver los armarios. Jack en la silla me miraba
fijamente, mientras yo vaciaba cajones buscando el anillo. Apenas quedaban 2
horas y debía encontrarlo o perdería para siempre mi cuerpo.
Por fin, Jack me dijo, No vas a encontrarlo, no lo tengo yo,
prometí que no te lo quitaría y no te lo he quitado. Lo tienes tú. Volví a mirar
en mis bolsillos y carteras, pero no estaba allí.
Mientes, le dije. No miento respondió. ¿Recuerdas el último
beso que te di? ¿Recuerdas que te mordí la lengua y tragaste sangre? Yo llevaba
el anillo en mi boca, con mi lengua lo moví a la tuya y te lo tragaste con la
sangre. Como se acordó en la notaría, no te he quitado el anillo, siempre lo
has tenido tú. Pero puedes recuperarlo. Abrió el bolso y extrajo el cuchillo de
la noche anterior y me lo puso en la mano. Tienes 2 horas para abrirte el estómago
y recuperar el anillo. Si lo haces
perderás tu cuerpo por maltratar el mío y si no lo haces perderás tu cuerpo por
no tener el anillo. TU DECIDES.
Se levantó de la silla, se puso el bolso sobre el hombro
izquierdo y dando un gran portazo se marchó a la cita con el notario.
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