No sé cuando conocí a Bruno. Sólo sé que era un ser muy
poderoso que se había enamorado de mí.
Me había pedido que lo amara cientos de veces y yo siempre había tenido
el valor de rechazarlo. No importaba,
usaba su poder para poseer el cuerpo de
mi acompañante y volvía a pedirme que lo amara.
“Nunca podrás abandonarme” me decía “Soy la única persona
que puede hacerte feliz y soy capaz de hacer cualquier cosa para que seas
feliz” y para probarlo robaba el cuerpo
de la gente a la que amaba y tras usarlos los abandonaba sin vida.
No podía permitir que siguiera haciendo daño a la gente que quería
y para preservar su seguridad terminé por aceptar convivir con Bruno. Y así lo
hicimos durante años , Bruno se había convertido en mi amante, aunque nunca
llegó a ser mi amada. Pero a Bruno parecía no importarle, le bastaba con mi compañía y las sesiones de
sexo.
Todo cambió el día que conocí a Sonia. Era muy jovencita, con
sus 18 años recién cumplidos parecía una niña. Sonia tenía unos ojos verdes
preciosos y un pelo castaño rojizo que le llegaba hasta la cintura. Pero lo que
de verdad me enamoró de ella fue su alegría y su perpetua sonrisa. Desde la
primera vez que la vi sentí que la amaba, deseaba besarla, acariciarla y
compartir con ella todo lo que me quedara de vida. Y por extraño que pareciera,
ella respondió a mis atenciones de la
misma forma, también decía que me
quería. Por eso Sonia y yo nos convertimos en amantes y abandoné a Bruno.
Yo era feliz, pero Bruno comenzó a pasarlo muy mal. Me había
prometido que haría cualquier cosa para que yo fuera feliz pero no iba a permitir que lo fuera sin él Con lágrimas en los ojos fue a visitarme a mi
casa, me cogió la mano, se puso de rodillas y me rogo que por favor no lo
abandonara, que sin mí no podría vivir. Le respondí que todo había cambiado,
que ya no le temía y que quería vivir el resto de mi vida con Sonia. Gritó y me
maldijo y con la voz llena de rabia me dijo que no iba a permitir que lo
despreciara, que iba a buscar a Sonia y que le iba a robar el cuerpo.
Sabía que Bruno nunca mentía, pero no iba a permitir que
hiciera daño a Sonia. Nos marcharíamos a un lugar donde nunca pudiera
encontrarnos. así que compré dos billetes de avión al punto más lejano del planeta
y nos marchamos sin avisar. Durante meses Sonia y yo tuvimos una vida feliz.
Vivíamos juntos, ella estudiaba, yo trabajaba y por la noche follábamos como
animales.
Esa noche le pedí a Sonia que se casara conmigo y ella
aceptó. Lo celebramos con una sesión de sexo mucho más intensa de lo habitual
que se alargó durante horas. Cuando terminó y mientras yo descansaba y Sonia se
relajaba con su cabeza sobre mi pecho, ella me dijo “Espero que te haya
gustado, hoy ha sido más intenso de lo habitual” “has estado maravillosa” le
respondí. “Lo sé, te dije que haría
cualquier cosa para hacerte feliz y voy a hacerlo”
Horrorizado grité. No soportaba haber perdido para siempre
la alegría y la vitalidad de Sonia y que un ser tan egoísta como Bruno hubiera
robado su cuerpo y yo lo hubiera follado
como si fuera la verdadera Sonia. Lo agarré del cuello y apreté, quería
estrangularlo. Pero Bruno, en el cuerpo de Sonia, no luchaba por su vida,
parecía relajado y sonreía de una forma cruel. “jamás harás daño a este cuerpo,
lo amas y si quieres seguir amándolo tendrás que amarme a mí porque yo soy
Sonia”
No sabía que hacer, estaba desesperado. Jamás en mi vida
tendría valor para dañar al cuerpo de mi amada Sonia. Me levanté desesperado y
con mi mano desnuda le pegué un puñetazo al espejo de la habitación. El cristal
saltó en mil pedazos. Ni siquiera noté el dolor aunque me había roto los huesos
de la mano. Caí de rodillas llorando, no soportaba haber perdido a Sonia para
siempre.
Señalé a Bruno con la mano sana y le grité: “Dijiste que
harías cualquier cosa para hacerme feliz, es el momento de que lo demuestres”
Con la mano rota cogí uno de los cristales del suelo, lo
llevé a mi garganta y me corté el cuello. La sangre manaba a presión de la
aorta, saltaba y llenaba mi propia boca. Sentí que se me nublaba la visión y me
desplomé en el suelo sin fuerzas.
De pronto noté que me volvían las fuerzas, abrí los ojos y
contemplé a mi propio cuerpo con las
manos en la garganta intentado parar la fuga de sangre. Bruno había hecho lo
que esperaba y había cambiado su cuerpo con el mío para cumplir la promesa de
hacer cualquier cosa para hacerme feliz.
“Ayuda, ayuda por favor… te amo, podemos vivir juntos para
siempre”
Me acerqué a él, arranqué el cristal que estaba clavado en
su garganta y miré el trozo de espejo. Allí estaba reflejado mi rostro, mi
nuevo rostro, el precioso rostro de Sonia que Bruno había robado.
No lo dudé, levanté el cristal y lo clavé una vez y otra y
otra en la cara ensangrentada de Bruno.
No podría volver a estar con Sonia porque yo iba a ser Sonia
para el resto de mi vida. Y esto no lo hacía por mí, lo estaba haciendo por
Sonia para que nunca más temiera que un canalla como Bruno le robara su cuerpo
y su vida.
Y seguí clavando el cristal en el cuerpo de Bruno aunque ya
había muerto.
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