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Solamente Paula era capaz de abrir la puerta a un
desconocido vestida de esa manera. Supongo que sospechaba que era yo quién
llamaba a la puerta y simplemente quería volver a torturarme.
Desde que recuerdo, Paula se había dedicado a torturarme, a
mostrarse como el objeto de mis deseos y cómo algo que nunca llegaría a posees.
Poco importaba que la halagara o le hiciera regalos. Paula sonreía y me
ignoraba. Prefería coquetear con cualquiera antes que hacerlo conmigo.
Ella sabía perfectamente que la deseaba con todo mi corazón
y aprovechaba la situación para torturarme y disfrutar con mi dolor.
Conforme pasaban los años más la quería y ella más
disfrutaba haciéndome sufrir. Por eso me abría la puerta vestida de esa forma,
era otra manera de que pudiera ver lo que tanto deseaba y lo que nunca podría
tener.
Pero esta vez era diferente, esta vez había conseguido la “Costume
Gun” e iba a tenerla de una forma o de otra.
Tengo que confesar que disfruté cuando puse el cañón de la
pistola en la frente de Paula y disparé. Con una sonrisa en mis labios vi como
el cuerpo de Paula se desinflaba mientras la piel se separaba de su carne y sus
huesos.
En pocos segundos pude separar su piel de una carne
sequerosa y apestosa que antes era Paula. Tuve un momento de respeto por la que
durante tanto tiempo había deseado y no deje sus restos en el suelo, con
cuidado los deposité sobre la cama y empecé a desnudarme. Poco después me
estaba vistiendo con la piel de Paula. Esa piel era extraña, de una elasticidad
sorprendente que al vestirla se pegaba a mi propia piel y notaba como la iba
sustituyendo. Tuve momentos de placer cuando situé el coño de Paula sobre mis
genitales y cuando las tetas paulinas colgaron de mi pecho. Poco después
situaba cubria con su cabeza a la mía y un dolor tremendo cruzó cada una de mis
células. Mi cuerpo comenzó a cambiar de tamaño y de forma y yo creía que moría
de dolor. Perdí el sentido no sé por cuanto tiempo.
Cuando desperté supe inmediatamente que la “Costume Gun”
había funcionado. Una mirada en el espejo me confirmó que yo controlaba el
cuerpo, el aspecto y la identidad de Paula. Rápidamente me vestí con la ropa
que Paula llevaba puesta cuando me abrió la puerta. Era maravilloso sentir la
delicadeza de sus medias y su bra, así como la belleza que daban los tacones de
Paula a mis nuevos pies. Probé mi voz y era la de Paula. Así que llamé a la
dirección del hotel para denunciar que había un trozo de carne infecta sobre mi
cama. Jamás nadie podría sospechar que Paula pudo causar este estropicio y que
ese montón de vísceras sanguinolentas era la bellísima Paula sólo unas horas
antes.
Esta era mi nueva vida que tanto había buscado, ahora era
una mujer casada con una hija de 3 años. Era la mujer trofeo del millonario del
pueblo y la mayor zorra de la ciudad.
Pero, sobre todo, ahora era paula, la mujer que siempre me
negó su cuerpo, hasta que yo lo tomé a la fuerza para mi disfrute personal.
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