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Nunca he entendido la costumbre de colgar una lista de muertos en la puerta de las iglesias.
Y mucho menos entendía a la gente que se paraba a leerlas como si estuvieran hipnotizados mientras las comentaban como si fuera un partido de futbol.
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Nunca he entendido la costumbre de colgar una lista de muertos en la puerta de las iglesias.
Y mucho menos entendía a la gente que se paraba a leerlas como si estuvieran hipnotizados mientras las comentaban como si fuera un partido de futbol.
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Hace dos meses que recibimos las llamadas de socorro del barco de Carmen Sanz.
Sí, hablo de la famosa Carmen Sanz, la millonaria excéntrica que decidió olvidarse de todo y darle la vuelta al mundo en solitario.
Se calculó que los mensajes desesperados fueron emitidos a una distancia a 600 millas de la isla de Santa Elena. Resultaban cada vez más cortos y más inquietantes, hasta que dejaron de recibirse cuatro días después de la primera recepción.
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La gente pensaba que estaba loco porque tenía la habilidad de escuchar voces que nadie más podía oír.
Pero yo no estoy loco, son ellos los que están sordos.
Para mí no existe el silencio. Cuando la gente se lleva la mano al oído para intentar oír susurros, yo escucho el palpitar de sus corazones, el correr de la sangre dentro de sus venas y si me concentro aún más puedo escuchar cómo piensan que estoy loco.
Esta serie es una colaboración con Fede R. que él ya publicó en su blohg
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Carmen estaba enferma. Siempre lo había estado.
Un simple resfriado podía matarla, por eso no podía salir a la calle.
Yo la conocía desde que los dos éramos niños.
Era mi amiga. Y aunque no podía entrar a su habitación iba todos los días a jugar a su casa.
Me sentaba junto al pórtico de su dormitorio y sin abrir la puerta jugábamos a las adivinanzas o a contarnos chistes.
Pero a ella lo que más le gustaba era que le hablara del mundo exterior. De cómo eran las tiendas o los bares, de lo que se sentía cuando te pillaba un chaparrón o del olor de las rosas del parque.
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Poca gente conoce la realidad, pero yo la he vivido.
Hace más de una década que los humanos pudimos ver la cara de nuestros dioses, la auténtica faz de nuestros creadores.
Pero la verdad es tan terrible que se ha silenciado. Ninguno de los descubridores ha creído que la sociedad estuviera capacitada para aceptarla.
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Esta mañana realicé el descubrimiento más importante de mi vida.
Hacía años que buscaba pruebas de que nuestro planeta estaba siendo sido colonizado por una raza alienígena con la habilidad de cambiar de cuerpo. Pero no había encontrado nada. Lógicamente, los alienígenas iban robando los cuerpos de los humanos más poderosos y los utilizaban para borrar todas las pruebas de la invasión extraterrestre.
Esta cap pensaba publicarla en Navidad, pero, seguramente, antes de que llegue el 25 de diciembre estaremos todos muertos.
Quietro agradecer el trabajo de mi amigo Fede en la creación de esta serie.
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El gran Fer Luci, había pasado décadas investigando las ciencias blancas y las negras. Podía decirse que era maestro en todo y profesor en la mayoría de los temas. Conocía las matemáticas irracionales y la mayéutica bitonal. Con la ayuda de complejos programas informáticos era capaz de predecir con exactitud los números premiados de la lotería o el lugar exacto donde caería la gota 2 millones 321897 de una tormenta.
Quiero comenzar una serie de historias de Ciencia Ficción.
La Mayoría de las historias tienen pocos aspectos TG y Bodyswap, pero nos servirá para descansar siempre de la misma temática.
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No conseguían encontrar una respuesta.
Pero, yo la sabía.
Buscaba en los libros y preguntaba a los sabios. Ninguno conocía la respuesta.
Pero, yo la sabía.
Aunque deseaba estar equivocada, sobre todo anhelaba que alguien me dijera que estaba loca, que alucinaba o que había tomado demasiado peyote.
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Me había quedado dormida en el bar. Con mi cabeza apoyada en el hombro de Laura había pasado la tarde y gran parte de la noche sentada en el sofá de fieltro rojo. Me dolía la cabeza y notaba mi vestido húmedo y sudado. Hice un gesto de desagrado y empujé a mi amiga que se desplomó sobre la mesa derramando dos vasos de vodka y otros dos de whiskey. ¿Cuál era el mío? no lo sabía, porque yo apestaba a ron. Intenté pedir a ayuda a Juan y Lucas, pero roncaban su borrachera. Así que preferí no molestarlos.