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lunes, 1 de noviembre de 2021

La Esquela en la Iglesia - (Especial Noche de Difuntos) - (Historia en 3 captions)

 1


Nunca he entendido la costumbre de colgar una lista de muertos en la puerta de las iglesias.

Y mucho menos entendía a la gente que se paraba a leerlas como si estuvieran hipnotizados mientras las comentaban como si fuera un partido de futbol.

Recuerdo que siendo niña rodeaba la Iglesia de mi pueblo para no ver las esquelas. Pero el tiempo fue pasando y terminé por acostumbrarme a tan aborrecible espectáculo.  Pero no fue fácil habituarme porque mi camino para la escuela me obligaba a pasar junto a la vieja Iglesia y allí siempre había gente comentando. “Fíjate, ha muerto Fulanita, o esta tarde entierran a Menganito” Tan sólo tenía 12 años y escuchar esas conversaciones me causaba tal malestar que no podía dormir cuando llegaba la noche.

Pero, como dije, me había acostumbrado a no hacer caso a la muchedumbre que se acumulaba en la puerta de la Iglesia, a sus comentarios y a las esquelas.

Aunque intentaba pasar lo más rápido posible por la zona, hubo algo que me llamó la atención. Todos los días a las 8:30 de la mañana, cuando caminaba junto a la puerta de la Iglesia podía ver a un anciano con sombrero leyendo las esquelas. Parecía algo normal, pero no lo era, porque ese caballero estaba allí todos los días, a la misma hora, en la misma posición y con la misma ropa.  A mi me daba miedo y cruzaba los dedos para que no se girara y él me viera a mí. Con esta horrible sensación transcurrieron un día y otro y otro, durante semanas.


Hasta que por fin vencí mis miedos y me detuve a su lado y le pregunté como se llamaba. “Joaquín” me respondió sonriendo y me regaló una flor blanca que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Resultó ser un hombre muy simpático y muy viejo que me contó “que todos sus seres queridos habían muerto” y que “echaba de menos tener una familia y alguien que lo cuidara”.

Nada más escuchar sus palabras, tranquilas y amables, me tranquilicé y sentí un extraña cariño por ese hombre tan solitario y tan triste.

Asi que cada día procuraba salir un poco antes de casa para detenerme a su lado y pasar un ratito charlando con el viejecito del sombrero.

Seguramente él también me esperaba porque todos los días me regalaba una flor blanca y la ponía en mi pelo mientras me decía que de esa forma no me despeinaría cuando estuviera tumbada durante muchas horas en la misma posición. Me señalaba un rincón en la puerta y me decía: “Aquí pusieron la esquela de mi mujer Vanesa, una mujer guapísima y buena madre. Allí estaba la esquela de Laura, mi niña que murió de la fiebre del heno con solo 3 años. Allá estaba la esquela de Mario, mi hijo más querido.”

Con esta rutina charlaba con él todos los días hasta que un día le pregunté: “Don Joaquín ¿por qué viene aquí todos los días?” “Porque quiero ver si ya han puesto una esquela con mi nombre” me respondió sonriendo. Un escalofrío me cruzo por la espalda y me marché a la escuela.

Al día siguiente lo volví a encontrar leyendo las esquelas, pero esta vez parecía contento. Lo volví a saludar, me regaló otra flor blanca y antes de que tuviera tiempo para preguntar me dijo: “es un gran día, mañana publicarán mi esquela y volveré a estar con la gente que tanto añoro” El corazón se me aceleró y me marché corriendo de su lado.

No dormí esa noche, deseaba volver a encontrar al señor “Joaquín” y al mismo tiempo tenía miedo porque sabía que iba a leer su esquela.

3

Cuando llegó la hora me puse en camino a la escuela y, cómo siempre, me paré en la puerta de la vieja Iglesia, donde colgaban las esquelas. pero esta vez no estaba el señor Joaquín. Era la primera vez que no acudía a su cita en meses. Me acordé que me había dicho que hoy publicaban su esquela y la busqué en el tablón.

Y sí, allí estaba la esquela del señor Joaquín.

Leí la cartulina, con su nombre, su fecha de nacimiento, la de su defunción que fue esa misma mañana y me quedé con la boca abierta cuando vi su foto.

Porque no era la suya, era la mía. Alguien había colocado mi foto en la esquela del señor Joaquín. Entonces escuché pasos y se me acercó una niña de 12 años que me preguntó “¿Quién era yo?”. Acordándome del texto de la esquela le respondí. “Soy Joaquín” y cogiendo una flor blanca de una corona de mi funeral se la di a la niña. Le pregunté como se llamaba y me respondió “Soy Carmen Sanz y todos los días paso por la puerta de la Iglesia para ir a la escuela” Me resultaba familiar ese nombre, me pareció recordar que había sido el mío, que yo había sido Carmen Sanz hasta esa mañana. Pero la niña se marchó corriendo con cara de miedo y yo me quedé sólo mirando las esquelas.

Durante semanas estuve vigilando el tablón y tendría que hacerlo hasta que publicaran una con mi nombre, entonces y sólo entonces, volvería a ser la niña Carmen Sanz y volvería a casa con mis seres queridos.

 


 

2 comentarios:

  1. Me gustó la historia bravo 👏👏

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    Respuestas
    1. Gracias Oswaldo.
      Siempre tan atento.
      Me satisface que le guste a los lectores mi trabajo, pero si te gustra a ti me satisface el doble.

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