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martes, 19 de octubre de 2021

Enfermedad Mortal

 Esta serie es una colaboración con Fede R. que él ya publicó en su blohg

1


Carmen estaba enferma. Siempre lo había estado.

Un simple resfriado podía matarla, por eso no podía salir a la calle.

Yo la conocía desde que los dos éramos niños.

Era mi amiga. Y aunque no podía entrar a su habitación iba todos los días a jugar a su casa.

Me sentaba junto al pórtico de su dormitorio y sin abrir la puerta jugábamos a las adivinanzas o a contarnos chistes.

Pero a ella lo que más le gustaba era que le hablara del mundo exterior. De cómo eran las tiendas o los bares, de lo que se sentía cuando te pillaba un chaparrón o del olor de las rosas del parque.

A mí no me gustaba hablar de eso porque Carmen se ponía triste y a veces lloraba. De todas formas, me pedía que le hablara una y otra vez de esos temas y casi todo el rato lo gastaba contándole lo maravillosa que era la vida allá fuera.

Pero, hace una semana, cuando salía de la casa de Carmen me topé con una viejecita que me agarró del hombro y me dijo que sabía lo que estaba haciendo. “Quiero que sepas que cada una de las visitas que estás haciendo a Carmen se están apuntando en el libro de los Ángeles y vas a ser recompensado. Soy un arcángel y conozco el futuro, por eso te doy esta moneda, debes entregársela a Carmen y cambiarás de cuerpo con ella. Pero debes hacerlo mañana por la mañana o será muy tarde. De esta forma, esa pobre niña enferma podrá salir de casa y respirar el aire fresco de este maravilloso otoño. Cuando haya visto todo lo que quiere ver, habrá cumplido sus deseos y te prometo que te devolverá la moneda. De esta forma los dos seréis felices, ella habrá conocido la vida exterior y tu habrás hecho el favor que más desea a una niña enferma”

No me creí nada de lo que me contó, pero de todas formas me guardé la moneda en el bolsillo.

Al día siguiente, cuando volví a charlar con Carmen, le conté lo que me había dicho la vieja y le enseñé la moneda a través del cristal de su cuarto.

Carmen se puso nerviosa y contenta. Fue la primera vez que la vi ilusionada con algo.

Me dijo “Hagámoslo por favor, hagámoslo” No esperaba que ocurriera nada, así que le pasé la moneda por debajo de la puerta.

2



Cuando ella la cogió algo maravilloso sucedió. De repente estaba sentado en la cama y dentro del cuerpo de Carmen. Me notaba débil y frágil, apenas podía ponerme en pie. Pero una voz, que reconocí como mi propia voz, me tranquilizó desde detrás la puerta: “No te preocupes, no voy a dejarte en un cuerpo enfermo. Solamente voy a darme un paseo y cuando lo termine te devolveré la moneda”

Escuché pasos que se alejaban y después un gran portazo. Carmen se había ido con mi cuerpo a conocer el mundo exterior.

La esperé durante horas y no regresó. Las horas se convirtieron en días y los días en semanas. Y Carmen no regresaba con mi cuerpo. Pero yo estaba tranquilo, sabía que Carmen no me engañaba e iba a cumplir su promesa. Solamente se estaba retrasando un poco más de lo esperado.

Yo estaba enfermo y no podía salir de la habitación. No podía ir a buscarla y me pasaba todo el tiempo asomado a la ventana viendo a la gente caminar y deseando que Carmen volviera.

Pero nunca volvió.

Aquella mañana, mientras tenía la cara pegada al cristal de la ventana pude ver a la vieja que me regaló la moneda.

Golpeé el cristal, e hice gestos intentando que me viera. Y la viejecita me vio, me saludó con una mano y con la otra me enseñó un extraño frasco de cristal. Luego la vi entrar a la casa de Carmen y charlar con los padres de mi amiga. Después escuché como subía la escalera y se paraba frente a la puerta de mi habitación.

Tocó suavemente con los nudillos sobre la madera y me dijo que iba a entregarme un gran premio por haber cuidado tan bien de Carmen.

Esperaba que la viejecita me pasara algo por debajo de la puerta, como yo había hecho con la moneda. Pero no ocurrió eso. Tan sólo escuché como una llave abría la cerradura de la puerta y la vieja apareció entre las penumbras.

Yo estaba horrorizado. El cuerpo de Carmen no podía soportar el contacto con el aire exterior y ahora lo estaba respirando. Sabía que esto podría matar a Carmen y a mí en su cuerpo.

“No temas, todo va a ir bien” me dijo intentado tranquilizarme al mismo tiempo que me volvía a enseñar el frasco de cristal y sacaba una gran jeringa de su bolso.

Quería huir, pero no podía. Si salía de esa habitación mi muerte era segura. Tampoco tenía fuerzas para luchar con ella, así que la dejé que se sentara a mi lado.

 

Por primera vez creí que era un verdadero ángel porque habló como hablaría un ángel cuando me explicó: “Como te dije, las buenas acciones que le has hecho a Carmen no han pasado desapercibidas y vas a ser premiado”

Respiró hondo mientras me acariciaba el pelo, como si quisiera eliminar un mal recuerdo.

“Carmen estaba enferma. Pero quien estaba realmente dañado eras tú que ibas a morir el mismo día que le diste la moneda a Carmen. Tenías un corazón frágil y esa misma tarde te iba a fallar y tendrías que morir. Por eso debías cambiar de cuerpo con Carmen antes de que eso sucediera.

Ella murió feliz al ver el mundo que nuestro gran Dios ha creado y tú tendrás una nueva vida para seguir ayudando a la gente que te necesita”

Se me saltaban las lágrimas al saber que mi amiga Carmen había muerto y no podía resistir la pena cuando el ángel me cogió el brazo y empezó a subir la camisa para desnudarlo.

“No te preocupes, ella era feliz en el momento de su muerte y ahora es feliz al lado de Dios”

Cargó la jeringuilla con el contenido del bote de cristal y me pinchó en el brazo mientras decía “Aunque la ciencia no ha encontrado la cura para la enfermedad que padeces, para Dios no hay nada imposible y te estoy inyectando dos gotas de agua bendecida por la mismísima Carmen en el paraíso divino. En pocos segundos estarás sano y tendrás una nueva vida para dedicársela a nuestro creador”

Hace días que sané y pude salir a pasear por la calle. Pensaba en decenas de sitios para conocer y en cientos de personas a las que visitar. Pero al primer sitio al que tenía que ir no podía ser otro que el cementerio donde habían enterrado a Federico.

Me temblaban las pernas cuando visité la tumba cubierta de flores de mi viejo cuerpo. Recé un padrenuestro. Y justo después de terminar mi oración un olor me llamó la atención. Sabía lo que era, y la busqué entre los ramos sobre la lápida. Era una de las rosas del parque de las que tanto había hablado a Carmen y entre sus hojas encontré la moneda maravillosa que cambió nuestras vidas.

Carmen había cumplido su promesa de devolvérmela.

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