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martes, 12 de octubre de 2021

La Búsqueda Científica de Dios (Historia en 3 captions) (Ciencia Ficción 4)

 

Pocas veces se hace una caption que cuesta tanto trabajo sabiendo que a muy poca gente le va a gustar. Pero me da igual, quería hacer esta cap sobre mi visión de Dios y la he hecho

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Poca gente conoce la realidad, pero yo la he vivido.

Hace más de una década que los humanos pudimos ver la cara de nuestros dioses, la auténtica faz de nuestros creadores.

Pero la verdad es tan terrible que se ha silenciado. Ninguno de los descubridores ha creído que la sociedad estuviera capacitada para aceptarla.

Hace siglos, cuando se inició el programa para la búsqueda divina se esperaba encontrar a un ser omnisciente, eterno e infinito.

Pero yo avisé de que no iban a encontrar lo que buscaban. Dios, si existía, debía ser muy diferente a lo que todos esperaban. Y nadie me creyó. En la facultad de Ciencias avanzadas se rieron de mí y la asociación teológica me expulsó como miembro.

Y como había vaticinado, ellos acertaron, encontraron al Dios que buscaban, pero, con la forma que yo había predicho.

La empresa no era fácil. Comenzaron buscando a un ser que pudiera controlar el movimiento de las estrellas y la rotación de las galaxias, pero no lo había. Buscaron a un ser que condicionara la vida de todas las criaturas y tampoco lo hallaron.

Recuerdo el desconcierto de los investigadores. Tanto dinero invertido y tanto tiempo gastado y no encontraron evidencias empíricas. La mayoría de los científicos comenzó a admitir como cierta la teoría de que Dios no existía y que probablemente nunca habría existido. Yo protesté, si Dios es eterno no podemos encontrarlo buscando en la historia, porque el tiempo para Él no es real.

A pesar de todo la búsqueda continuó, las principales religiones mundiales ofrecieron riquezas sin límite a la persona que encontrara un solo rastro de la existencia divina. Estaban asustadas, si Dios no existe, tampoco deberían existir sus iglesias y sus cargos y sus predicas se convertían en proselitismo.

Casi se había abandonado la búsqueda por inútil cuando, Arno Penzias y Robert Woodrow,  dos técnicos de comunicaciones descubrieron por casualidad, una radiación que se extendía por todo el Universo, que ensuciaba los mensajes de sus antenas, y que eran los restos de la creación. Penzias y Wondrow habían encontrado la energía que lo creó todo y que nos dio la vida a todos.

Los resultados eran irrefutables. Parecía cierto que había existido una voluntad superior que lo creó el tiempo y el espacio y que ordenó el Cosmos. Se doblaron las subvenciones a la investigación y se ocultaron los resultados para no molestar a las asociaciones religiosas que sufragaban los estudios.

Con las evidencias encontradas, además, se sabía dónde buscar y como buscar. Simplemente bastaba con medir donde se acumulaba mayor cantidad de energía de fondo de microondas para encontrar el lugar y el momento donde se había originado todo lo existente y al causante de esa creación.

Era fácil, la energía primordial estaba literalmente por todas partes. No existía un solo átomo en todo el Universo que no hubiera sido modelado en la fragua cuántica del fondo de microondas.

Dios estaba en todas partes y en todo momento. Desde ese punto de vista todos éramos Dios. Y Dios era a su vez cada uno de nosotros.

 


Y aquí aconteció el gran error de los investigadores. Si todos éramos dioses por la presencia universal de la energía de fondo microondas, bastaba con hallar a los seres donde la acumulación de esa radiación fuera mayor para encontrar a un Dios indubitable.

Los resultados indicaban que todos los humanos eran dioses menores, pero había seres superiores donde se acumulaban mayores cantidades de radiación de fondo. Aunque esos eran los dioses originarios, siempre se encontraba a un dios superior con mayores niveles de energía primigenia. Pronto se descubrió que en cada galaxia al menos existía un Dios primordial y ultrapoderoso al que llamaron “Zeus”.

Tardamos un siglo en preparar una sonda robótica y enviarla al encuentro con nuestro creador. A mediados del siglo pasado la nave llegó a las cercanías del ser Supremo de nuestra galaxia.

Por supuesto, yo misma comandé la misión.

La primera gran sorpresa fue que el lugar donde aterrizamos era idéntico a nuestro pequeño planeta azul de origen. Es más, tomamos tierra en un descampado que resultó idéntico a mi lugar de residencia.

No puedo negar que me lo esperaba. Dios había preparado el escenario para nuestro encuentro. Se estaba comportando como un buen anfitrión y había preparado un lugar de encuentro agradable, familiar y donde nos sentiríamos tranquilos cuando realizáramos la entrevista más importante de la historia de la humanidad.

Cuando descendí de la nave espacial observé que había aterrizado en lo que parecía el jardín de mi casa, pude saludar a mi vecina Alba y charlar con el cartero que acababa de dejar el correo en mi buzón. Con curiosidad miré el nombre escrito en los sobres y era el mío. Todas iban dirigidas a Carmen Sanz Rojano.

Con las llaves de mi casa terrestre abrí la puerta de esta copia a millones de años luz de distancia de la mía. Mientras abría la puerta pensé que tal vez la falsa fuera la mía. Entré a la casa y por supuesto todo era igual a lo que había dejado en la Tierra. Incluso pude ver en la mesa del comedor las manchas de vino de la fiesta de despedida del día anterior al inicio de mi viaje. Para asimilar lo que estaba viendo y sintiendo me senté en mi sillón personal, que crujió como crujía el original y que se inclinó hacia la derecha igual que lo hacía el viejo.

Sabía que era imposible, pero debía calcularlo, debía comprobar que no había viajado en el tiempo y en el espacio para aterrizar en mí propio planeta en el mismo instante en que despegué.

Y no lo había hecho. Con el cuadrante estelar calculé mi localización y los resultados eran indubitables. En ese preciso instante me hallaba a más de 25000 años luz de La Tierra y continuaba alejándome a velocidades superiores a las de la luz. De todas formas, sabía que si sintiera miedo aparecería mi novia Alba, allá en la lejana Tierra, para acariciarme el pelo y murmurar que todo iba bien porque Dios había preparado este encuentro y que estaría a mi lado si yo lo deseaba.

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A pesar de la distancia sideral estaba en casa y descansé durante dos días para preparar mi cita con Dios. Pensaba en lo primero que le diría después de encontrarlo “Hola, soy una mensajera de la lejana Tierra que viene a hablarte en nombre de la humanidad” o simplemente comentarle “Soy tu hija y estoy feliz de haberte encontrado” Después de pensarlo detenidamente, llegué a la conclusión de que nada de eso iba a servir. Dios es infinito y eterno, así que conoce lo que voy a preguntar antes de que le haya hecho la pregunta. Seguramente estoy acá paraque su respuesta ha condicionado mi pregunta antes de formularla.

Así que decidí no preguntar nada, que Él me contara lo que quisiera contarme.

Sabía dónde debía buscarlo. No tenía ninguna duda del lugar donde encontrarlo.

Y eso me hacía temblar de espanto y desesperanza.

Cerré los ojos y recé para estar equivocada. Para que no estuviera donde sabía que iba a estar y que todo este viaje hubiera sido en vano. De nuevo me di cuenta de la tontería que estaba haciendo “rezando para que Dios no exista”

Tragué saliva y subí lentamente las escaleras que llevaban a mi dormitorio. Temblando abrí la puerta y miré hacia mi cama, El lugar donde YO había dormido miles de veces. Deseando que no estuviera allí.

Pero allí estaba.

Tumbado sobre la colcha, encogido en posición fetal lo encontré.

Lo saludé, pero no respondió. Tampoco esperaba que lo hiciera.

Lo agité para despertarlo, pero no se inmutó. Le grité al oído, pero no reaccionó.

Así que no me quedó otro remedio que mirar a la cara terrible de mi creador.

Y un horror espantoso me recorrió el cuerpo. Porque la cara que vi era mi propia cara. Mi rostro estaba en el cuerpo más poderoso que existe, que alguna vez haya existido o que existirá.

Y eso era lo más terrible de todo. Lo que había temido. Lo que condenaba al eterno olvido a la humanidad entera.

Lo golpeé con fuerza intentando que me prestara atención.

Pero era inútil. Se confirmaba lo que había predicado a los doctores en la Universidad: “Si Dios existe no puede conocernos porque nosotros somos finitos y mortales. Un ser infinito e inmortal no puede conocer que existen seres limitados”

Dios era nuestro creador, pero desde el primer instante de iluminación se olvidó de nosotros y dejamos de existir para Él.

Pero eso no era lo peor. Lo realmente horroroso era que tenía mi rostro y mi cuerpo.

Sabía que no podía ser de otra forma. Yo soy la creadora de todo lo que conozco. Soy el principio y el fin, la Alpha y la Omega. Todo existe mientras yo exista y lo recuerde. En el momento en que me olvide de tal cual persona o de tal cual planeta dejarán de existir.

Porque tan sólo YO existo, no conozco nada de fuera. Soy Dios y lo soy todo, nadie puede existir fuera de mí y nunca ha existido. Ahora sueño que viajo a conocerme a mí misma y que descubro que soy Dios. Pero el descubrimiento significa que soy consciente de que todo es finito y de que algún día despertaré de mi sueño y olvidaré lo soñado y entonces dejaré de ser Carmen Sanz y de ser Dios.

 

 

 

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