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lunes, 30 de agosto de 2021

La Muerta Sorpresa (Historia en 2 captions)

 1

 

Me había quedado dormida en el bar.  Con mi cabeza apoyada en el hombro de Laura había pasado la tarde y gran parte de la noche sentada en el sofá de fieltro rojo. Me dolía la cabeza y notaba mi vestido húmedo y sudado. Hice un gesto de desagrado y empujé a mi amiga que se desplomó sobre la mesa derramando dos vasos de vodka y otros dos de whiskey. ¿Cuál era el mío? no lo sabía, porque yo apestaba a ron.  Intenté pedir a ayuda a Juan y Lucas, pero roncaban su borrachera. Así que preferí no molestarlos.

Con dificultades me levanté y dando traspiés de un lado a otro marché a mi domicilio que estaba a poco más de dos manzanas del bar. Hacía frío, estaba lloviendo y notaba las gotas de lluvia caer sobre mis hombros desnudos. Mis sandalias se quedaban pegadas en los charcos y mis pies estaban empapados de agua sucia así que tardé en llegar a casa. Temía encontrarme con mis vecinos y que señalándome con el dedo dijeran “allá va Carmen la borracha”. No quería que me vieran y empecé a correr, pero por suerte no me crucé con nadie en mi camino. Al llegar a casa no podía abrir la puerta, tenía la vista borrosa y parecía que la cerradura había menguado de tamaño y ya no entraban las llaves. Tras varios intentos conseguí abrirla, tanteé en la pared para encontrar el interruptor de la luz. Lo pulsé, observé lo que había en mi dormitorio, grité desesperada y apagué inmediatamente la luz

Aunque tenía frío y sudores fríos, me había quedado helada.

Conté hasta tres. Uno, dos y tres y volví a encender la luz.

Hubiera deseado que solo fuera una visión o un efecto secundario del ron, pero no, allá estaba lo que creía haber visto antes de apagar la luz. Una mujer muerta en mi cama, rodeada de cirios de 1 metro de altura y con las manos cruzadas sobre su pecho. Temblando de miedo, me acerqué para verle el rostro y volví a gritar. Era yo misma la que estaba muerta en la cama.

No sabía que hacer. Esto no podía ser real, pero sin embargo la estaba observando justo delante de mí. Acerqué mi mano y le toqué el rostro. Era lo que esperaba, estaba fría como están todos los muertos.

No recuerdo exactamente lo que pasó. Estaba asustada, un temor infame me dominaba y aterrada salí de mi piso andando hacia atrás procurando no dejar de mirar mi cadáver. Como si temiera que se fuera a levantar de su lecho mortal y empezara a perseguirme.

Me acordé de Laura, que vive en el piso de abajo y que siempre había sido tan sensata. Sin duda alguna ella podría darme una explicación. Pero no me acordé que la había dejado durmiendo en el bar. Bajé las escaleras hasta llegar a su puerta, iba a hacer sonar mis nudillos contra la madera, pero al tocarla se abrió completamente. Dentro del piso de mi amiga había una luz amarillenta débil y temblorosa. Era la luz de cuatro velas que apenas alumbraban algunos rincones del dormitorio. Me acerqué lentamente. 


Y entonces lo pude ver tan sólo unos segundos hasta que una corriente de aire que recorrió la habitación apagó los cirios. Ojalá no lo hubiera visto nunca porque, a partir de entonces, nunca más podría dormir tranquilamente. Allá en la cama de Clara también había un cadáver y de nuevo resultaba ser el mío. ¿Cómo podía haber bajado tan rápido de un piso a otro? ¿Me estaba volviendo loca? Sin aliento salí de la casa de mi amiga y busqué la ayuda de su vecino, la puerta de nuevo se volvió a abrir nada más tocarla y de nuevo encontré mi cadáver tumbado en su cama.

Ni que decir tiene que salí corriendo de allí y entre al piso de la vecina del bajo, de nuevo estaba mi cadáver en la cama.

Gritaba aterrorizada y escapé corriendo con todas mis fuerzas de ese edificio endemoniado. Fuera seguía lloviendo y volví a chapotear sobre los charcos negros. No había nadie. Las calles estaban vacías de paseantes, de autos, de sonidos, solo se escuchaba el continua golpear de la lluvia contra las aceras y en mi pelo. Seguí corriendo hasta la casa de mis padres, de nuevo se abrió la puerta sin esfuerzo y de nuevo encontré mi cadáver.

Notaba que estaba perdiendo el sentido, las fuerzas me fallaban y notaba que estaba a un milímetro de la completa locura.

Seguí corriendo de forma desesperada por las calles vacías y abandonadas. Me fallaban las fuerzas, y se me rompió el tacón del zapato derecho, pero seguí corriendo mientras gritaba “Si hay alguien ahí, por favor muéstrate antes de que muera de verdad”

Pero nadie respondió. Yo sólo corría y gritaba de la forma en que deben gritar y correr los muertos en el infierno.

No podía mas y me derrumbé sobre la acera encharcada. El agua sucia me llenaba la boca y me enredaba el pelo. Con las pocas fuerzas que me quedaban intenté levantarme apoyando las manos en el barro, levanté la cabeza y en un charco pude contemplar mi rostro.

Bueno, no era mi rostro. Era la faz de un hombre de mas de 50 años con el vestido embarrado y los zapatos rotos de una jovencita de 21 años.

Tal vez perdiera la razón o tal vez me desmayé. Pero cuando terminé de levantarme ya era de día, había dejado de llover y la gente caminaba a mi lado sin percatarse de mi presencia. Incluso pasaron a mi lado Juan y Lucas que ya se habían despertado de la borrachera y volvían a casa. Pero no me saludaron. Tampoco me dijo nada Laura que corría tras de ellos y se agarró a Juan para darle un beso en la boca. Quise decirles algo, pero me di cuenta de que no me iban a creer. Ya no era Carmen, era un tipo de mas de 50 años al que nadie conocía y al que nadie le importaba. Por eso habían aparecido ataúdes con mi cuerpo en todas las casas, porque Carmen había muerto para todas las personas del mundo.

Sólo quedaba yo.  Me enderecé sobre mis sandalias rotas y marché en dirección contraria a mis amigos, a mi casa y a mi vieja vida.

 

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