Carlo había cumplido su palabra, yo estaba cruzando el país en su moto. Sintiendo la euforia que produce la adrenalina que corre por mis venas cuando acelero a más de 120 Km por hora o la sensación de libertad cuando duermo en la carretera o desayuno en tugurios de mala muerte. Son vivencias únicas e incomparables. Son sensaciones por las que merece la pena morir o matar.
Carlo me había prometido un viaje en moto que nunca
olvidaría.










