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Yo vi nacer a las cuatro hijas de mi vecina del tercero.
Ana, que así se llamaba la madre, me pidió que la acompañara.
Era soltera y no quería sentirse sola en los mejores momentos de su vida. Así
que estuve a su lado durante el parto de sus cuatro hijas.
Nunca quiso revelar quien era el padre, por eso no nunca se
lo pregunté. Me limitaba a sentarme a su lado en el quirófano, a agarrarle la
mano y a sonreír cada vez que una de las recién nacidas lloraba por primera
vez. Después, Ana les pedía a los médicos que me permitieran sostenerlas entre
mis brazos. Si para Ana eran los mejores momentos de su vida, tengo que
reconocer que para mí también lo fueron. Sentía que esos instantes en que acunaba
a esas criaturas tan pequeñitas era lo que daba sentido a mi existencia.