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viernes, 12 de junio de 2020

La Loca de la Estación (historia en 2 captions)

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Dicen que los niños son las personas más crueles. Y es cierto. Puedo afirmarlo porque yo también fui un niño cruel. Era un niño malvado, sin piedad, ni consideración para nadie.
Disfrutaba humillando al gordo de la escuela o desplumando vivo al canario de mi abuela. No tenía empatía por nadie y me parecía divertido hacer daño a los torpes o a los incapacitados. Por eso me fijé en la “loca de la estación”. Una pobre mujer, que todos los días se sentaba en el banco del andén y esperaba en silencio a que llegara un tren que nunca aparecía. Luego se levantaba, recogía sus maletas y se marchaba con la cabeza baja y arrastrando los pies.
Me parecía divertido, esa estación llevaba cerrada casi 10 años y hacía más de 15 del último tren que paró allí. Pero la loca parecía no darse cuenta y todos los días, a la una de la tarde, iba a la estación, se sentaba y esperaba durante una hora que llegara el expreso y luego se marchaba llorando porque no venía.
Parecía una víctima fácil y yo quería burlarme de ella. Como sabía el sitio en que se sentaba, una vez le llené el banco de pintura. A ella no pareció importarle mancharse el abrigo y la falda, se sentó allí y se marchó como si nada hubiera pasado. Otro día le robé una maleta que tiré en un contenedor de basura. Tampoco pareció importarle, permaneció sentada y cuando vio que no llegaba el tren recogió la maleta que le quedaba y se marchó. Al día siguiente volvió con una maleta idéntica a la que yo le había quitado.
Estaba fracasando de manera lamentable en mis intentos de hacer burla y mofa de ella. Así que intenté molestarla por medio del insulto y tampoco funcionó, posteriormente le escupí en la cara y tampoco la perturbó. Sacó un pañuelo de tela de su bolso, se limpió la cara y permaneció en silencio como si nada pudiera molestarla.
Era frustrante. Nadie había conseguido soportar mis bromas y permanecer impasible. Me daba cuenta de que esa mujer era especial, alguien a quien no le importaba lo que yo dijera, hiciera o pensara de ella. Así que decidí investigar de quien se trataba y porqué esperaba un tren que nunca iba a llegar, quizás así consiguiera alguna idea para dañarla.
Al día siguiente, volvió a la estación con sus maletas, su sombrero y su abrigo. Esta vez llegó con un paraguas que abrió a pesar de que lucía un sol deslumbrante. Pero no usó el banco. Puso una vieja maleta de cuero en el suelo y se sentó en ella. Lentamente me acerqué y empezó a nublarse y a tronar. Apenas me había puesto a su lado cuando comenzó a llover con fuerza. Estaba empapado y sentía como la lluvia me estaba calando hasta los huesos. Ella me miró con pena, y por primera la escuché hablar, con voz amorosa me pidió que me acercara. Me aproximé a su lado y me senté en una esquinita de la maleta, apretándome contra ella para refugiarme de la lluvia bajo su paraguas.
Era la primera vez que sentía agradecimiento por alguien y comencé a avergonzarme por el trato que le había dado. Con la voz entrecortada por el frío le di las gracias por el calorcito que salía de su cuerpo y que poco a poco calentaba el mío. Y me atreví a preguntarle: “¿Quién eres?” Me volvió a mirar tiernamente y respondió con otra pregunta: “¿Aún no te has dado cuenta? Yo soy tú” La respuesta me sorprendió, pero mucho mas me extrañó que sentía mis pies calados por el agua y las piernas empapadas como si no vistiera pantalones. Miré hacia abajo y vi que calzaba unos viejos zapatos de tacón con falda y medias negras. “¿Y qué haces aquí, porque esperas al tren en una estación cerrada?” Me miró de nuevo, pero esta vez fue sin amor, con el brillo de la maldad en sus ojos y con una voz infantil me dijo: “No espero al tren, solamente te espero a ti y por fin has llegado para cumplir con nuestro destino” No sabía que hacer, sentía mis manos cansadas por el peso del paraguas y el sombrero en mi cabeza. Un segundo pensé, el paraguas lo tenía ella, el sombrero lo tenía ella, los zapatos de tacón con medias los tenía ella.
“Ya te lo dije, yo soy tú y, por tanto, tú eres yo”
En ese momento comenzaron a temblar las viejas maderas de la estación y escuché el silbido de la locomotora del tren. Podía ver el humo de su chimenea de carbón que poco a poco se iba acercando. Quería escapar, huir de allá, pero no podía moverme. Llorando le pedí que me dejara ir y ella se carcajeó con su cara de niño, con su cuerpo de niño, que había sido mi cuerpo y con mi voz de niño me respondió. “Por supuesto que te voy a dejar ir, pero todos los días tendrás que volver a la estación hasta que regrese para ocupar tu lugar”
En ese momento se detuvo el tren. De forma automática se abrió la puerta del vagón que estaba frente a nosotros y se desplegó una pasarela de hierro oxidado. “La Loca de la estación” se levantó sobre mis zapatos y con la fuerza de la juventud corrió por las vías, subió por la pasarela, cerró la puerta y el tren arrancó sin más retraso. Escuchaba a la máquina arrancando cuando lo vi acomodarse en los asientos de cuero del vagón mientras me miraba sonriendo desde la ventanilla. Parecía feliz y me dijo adiós agitando su pequeña manita de niño cruel y malcriado.
El tren se perdió en la lejanía, y dejó de llover, me puse en pie sobre los tacones de mis pies, recogí las maletas, bajé la cabeza y me marché de ese lugar maldito. Ahora entendía a “La Loca de la Estación” y sabía que todos los días tendría que volver a ese andén, a esa hora, con la esperanza de que volviera en el tren ese niño malcriado que tanto se burla de mi y que me llama “La Loca de la Estación”
 


2 comentarios:

  1. Quiero agradecer a auna amiga que me avisó de que el texto de las imágenes de esta historia era dificilmente legible.
    He reeditado y espero haber aumentado la legibilidad.

    Agradezco mucho este tipo de críticas. Gracias a mi amiga Y DISCULPAS a los lectores.

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  2. Me fascino carmencita, mas que nada porque amo los trenes y se conectan con el destino de los personajes.

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