Me acerqué a la chiquilla clavada en la pared y con mi nueva
mano le acaricié el pelo, gocé tocando ese precioso pelo rojo que pronto sería
mío. “No
me gusta tu peinado, lo voy a cambiar cuándo tenga tu vida” le
dije.
Con satisfacción noté como las puntas de mis dedos sentían a
la perfección cada uno de sus cabellos, el sudor que mojaba su cabellera y el
calor de las heridas en su frente.
Ella abrió los ojos y respirando agitadamente me señaló con
la cabeza el cuchillo de desollar, mientras hacía un gesto para que la matara. “No puedo” le
dije. ”No quiero hacerte sufrir pero
necesito que estés viva para tener tu piel fresca y sana cuando yo la vista”