La gente piensa que soy rara, no les gusta mi forma de
vestir y pensar y les parecen extraños mis gustos. Creen que debería intentar parecerme
más a ellos.
Están equivocados, porque el mundo se divide en dos grandes
mitades: “YO Y EL RESTO DE LA HUMANIDAD”
Son ellos los que deberían cambiar, los que deberían
adaptarse a mi forma de ser, el mundo sería maravilloso si todos los seres
humanos fueran como Carmen Sanz.
Me sentía incomprendida, fuera de lugar, como un águila atrapada
en una jaula de canarios. Sin embargo, esta mañana todo cambió.
No tenía ganas de levantarme, me lavé el pelo con el mismo
champú de siempre, desayuné la misma porquería liofilizada de siempre, bajé los
escalones de dos en dos como siempre y salí a la calle pegando un portazo como hacía
siempre.
Pero todo había cambiado. Alguien me dio los “Buenos Días”
como NUNCA me los habían dado. Me giré y era una persona
idéntica a mí misma la que me había saludado. Desconcertada le devolví el
saludo y seguí el camino. Pero nada era igual. Todas las personas que me
cruzaba parecían felices y sonrientes, todos me daban los buenos días y todos
eran “Carmen Sanz” porque todos tenían mi rostro y todos vestían como yo.
Me molestaba que todo fuera tan previsible y corrí a la
Universidad. No me gustaba ver tan sólo caras familiares y me ponía nerviosa que
toda la gente pareciera tan feliz y siempre sonriera. El autobús llegó puntual y
el conductor, que tenía mí misma cara y vestía la misma falda que yo, me dio los
buenos días al abrir la puerta. Los pasajeros, muy educados, se apartaron para
que pudiera pasar. Y una muchacha que era idéntica a mí se levantó de su
asiento para que yo me sentara. Cuando llegué a la facultad me encontré que le
habían cambiado el nombre. ahora se llamaba “Gran Universidad Carmen Sanz”
Parecía que por fin se hacía justicia, la gente me
comprendería mejor y todos íbamos a ser felices. Paseaba por el campus cuando
dos guapísimas policías, que tenían la misma cara que yo, me cortaron el paso. Sonrieron
de forma acompasada y con la misma voz dijeron simultáneamente: “No puedes
entrar, esta Universidad es sólo para las Carmen Sanz y tú no eres Carmen Sanz”
Intenté apartarlas para seguir mi camino, pero no pude, eran mucho más fuertes
que yo. Así que di la vuelta y me marché.
No entendía nada. Yo era la auténtica y legítima Carmen
Sanz, el resto eran sólo copias mías, unos malditos clones que no sabía de
dónde habían salido. Corrí de vuelta a
casa y me crucé con decenas, tal vez con miles de Carmen Sanz que se apartaban
cuando pasaba a su lado. Al principio pensé que era educación y respeto, pero
luego comprendí que tan sólo era el asco que les producía. Nadie quería estar a
mi lado. Les repelía mi presencia y sentían repugnancia de cruzarse conmigo.
Iba a llegar a casa cuando me pararon dos policías preciosas con trajes de
diseño y con mi rostro. Me pidieron que les enseñara mi “cédula
identificativa de ciudadanía -carmenita-” e intentaron esposarme
cuando les dije que no tenía semejante cosa. De nuevo me alejé corriendo,
mientras tanto, miles de Carmen Sanz me señalaban con el dedo y gritaban “Que no escape, ha
pasado por tal calle o ha doblado tal esquina” Escuchaba
una multitud de pasos que corrían detrás de mí intentando alcanzarme cuando por
fin llegué a casa. Con las manos temblorosas abrí la puerta, subí las escaleras
de tres en tres y me encerré en mi piso.
Fuera se oían voces que bramaban “debe estar por aquí, no ha
podido esconderse lejos”. Así que cerré con dos vueltas de llave la
cerradura. Me acurruqué en el sofá del salón con las manos en la cabeza y me
puse a llorar desconsoladamente. Entonces entró mi madre fumando su cigarrillo mañanero.
Me miró con odio y dijo: “Los hombres no lloran,
compórtate como lo que eres y sal a la calle a dar la cara. Yo no he criado
maricones” Empezó a palpitarme el
corazón de forma alocada, y con un horrible presentimiento, me miré en el gran
espejo del salón y pude ver a un desconocido. Un hombre con barbas y obeso que
aparentaba al menos 50 años de edad.
“Ese no soy yo”,
repetí una y otra vez “Ese no soy yo. Yo soy
Carmen Sanz, tengo 19 años, estudio derecho y soy mujer” “Tú tan sólo eres la vergüenza de la familia, ni siquiera has
llegado a ser una Carmen Sanz de nivel básico. Sal y búscate la vida. No voy a alimentar
a vagos y delincuentes en mi casa” dijo mi madre.
Me ha gustado mucho
ResponderEliminarBuena historia un mundo donde todos se parecen a ti menos tu
ResponderEliminarIdentidad y suspenso, ¿de verdad todo sería mejor si yo tuviese el control de cada situación qué me pasa? ¿mi punto de vista y voluntad son mejores que las de los demas? a veces pensamos que todos están en un error y que nosotros somos quienes quienes poseemos la verdad de las cosas, retuerces un "deseo involuntario" por parte de la protagonista me recuerda mucho a esas fabulas donde el "hombre del espejo" siempre llevaba a un limite las palabras de quien deseaba algo, muchos filósofos, universalistas,, humanistas y demás iluminados coinciden en que el deseo es malo, el dese lleva al hombre a sentirse más vació e insatisfecho en pocas palabras a perderse así mismo, creo que esta vez Carmen se perdió a si misma en búsqueda de que todos opinasen y fuesen como ella, cruel castigo para la inocente pero egolatra mujer.
ResponderEliminar¿quien está detrás de lo que la pasa a la jovencita?