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Todos los días subía a la azotea, me sentaba al borde y esperaba con ilusión y temor a que Carmen Sanz regresara. Miraba relajada las calles por las que se marchó y por las que algún día tendría que volver. Hacía más de año y medio que habíamos cambiado de cuerpo y los dos habíamos prometido regresar a esa azotea para retornar a nuestros verdaderos cuerpos. Pero Carmen Sanz no regresaba y yo empezaba a desear que NUNCA volviera.