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martes, 19 de julio de 2022

Una Niña Sóla en la Azotea (Historia en 4 captions)

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Todos los días subía a la azotea, me sentaba al borde y esperaba con ilusión y temor a que Carmen Sanz regresara. Miraba relajada las calles por las que se marchó y por las que algún día tendría que volver. Hacía más de año y medio que habíamos cambiado de cuerpo y los dos habíamos prometido regresar a esa azotea para retornar a nuestros verdaderos cuerpos. Pero Carmen Sanz no regresaba y yo empezaba a desear que NUNCA volviera.

Mi vida anterior no era gran cosa, un trabajo rutinario. un físico común y un matrimonio fracasado. No había hecho nada de lo que pudiera enorgullecerme, pero sí que había fallado en algo que me dolía y me hacía llorar por las noches. Había cumplido más de 50 años y no había tenido hijos. Era peor todavía. Mi querida esposa, Alba, se había casado conmigo para que la hiciera madre y yo no había podido. Esa frustración poco a poco nos fue agrandando hasta convertirse en insultos y desprecio de su parte que yo aceptaba con resignación culpable. Todo iba a peor hasta que un mal día me presentó una demanda de divorcio que yo acepté por puro amor, para que ella pudiera ser más feliz en compañía de otro que la hiciera madre.

Tras la ruptura me sobraba tiempo libre y decidí emplearlo colaborando en un orfanato con niños que se encontraban tan solos como yo. Intentaba darles compañía, les buscaba alimento y medicinas y les ayudaba a soportar una vida tan dura.

En ese sitio fue donde conocí a Carmen Sanz, una chiquilla preciosa y triste que tenía la extraña manía de pintarse el pelo de azul. Quizás lo hiciera por excentricidad o quizás porque necesitaba llamar la atención sobre su solitaria vida. De todos los niños del orfanato, a ella le tomé un cariño especial, quizás porque la veía más necesitada o quizás porque ella me hacía sentir lo que un padre debería sentir. Le dedicaba todos mis esfuerzos a intentar alegrar su preciosa carita y que supiera que había gente que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ella.

Poco a poco me fui ganando su confianza y su cariño, le compraba helados, le hacía regalos, y la llevaba a pasear por la ciudad. Un día, en uno de sus paseos, vi a mi anterior esposa, a Alba, sentada llorosa en un banco del parque. No me atreví a acercarme, pero Carmen Sanz se dio cuenta de mi turbación y me pregunto: “¿Quién es esa mujer, y porqué estás tan serio? “Aguantando las lágrimas le dije que no solo ella tenía una vida triste, que yo también estaba triste porque no había podido hacer feliz a Alba dándole una hija. Carmen Sanz se quedó pensativa un rato y me respondió que lo sentía mucho y que los tres, Alba, yo y ella misma merecíamos ser felices y que algún día lo seríamos. Fue curioso, pero había salido con Carmencita para aliviarla y resultaba que era ella la que me aliviaba a mí. Me daba cuenta de lo buena persona que era esa chiquilla y sabía que podría hacer cualquier cosa por ella, igual que ella lo haría por mí.

Pasaron los días y los meses. Y una mañana de abril, al regresar al orfanato, me encontré, de nuevo, con Carmen Sanz que esta vez me sorprendió porque era la primera vez que la veía sonreír y además aparentaba ser feliz. Me dijo que sabía cómo conseguir que nunca más estuviera serio, pero para conseguirlo deberíamos cambiar de cuerpo. La miré extrañado, incluso pensé que se había vuelto loca. Pero la niña sacó del bolsillo de su pantalón unos anillos oxidados y me explicó que eran los anillos del cambio y que nos iban a permitir cambiar de cuerpo.

Conocía demasiado bien a Carmen Sanz para saber cuándo bromeaba o decía la verdad, y esta vez era cierto todo lo que contaba. Subimos a la azotea del orfanato para que nadie nos molestara y al mismo tiempo nos pusimos el anillo en la mano izquierda. En menos de un segundo habíamos cambiado de cuerpo y yo miraba hacia arriba para ver la cara sonriente de mi antiguo cuerpo. Carmen Sanz se inclinó hacia mí y acariciándome el pelo me dijo que la esperara, que pronto volvería.

Se marchó y yo me quedé esperando.

Habían pasado más de tres meses desde el cambio de cuerpos y aún no había perdido la esperanza de que volviera, seguía subiendo a la azotea con la ilusión de verla regresar. Incluso había llegado a pensar en huir a un país lejano y robarle el cuerpo, pero no podía hacerle eso a una chiquilla tan amorosa como Carmencita.

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Los días pasaban lentos en la azotea del orfanato y nada sucedió hasta el día de hoy, cuando vi aparecer a mi viejo cuerpo al fondo de la calle caminando rápidamente. Pero no venía solo, cogida de su mano y mirándolo cariñosamente estaba Alba.

Entraron al orfanato y yo esperé nerviosamente a que Carmen Sanz subiera a la azotea para exigir que le devolviera su cuerpo. Pero no lo hizo. En su lugar subió la directora del orfanato que me dijo que bajara a dirección que tenía noticias importantes para mí.

Cuando entré a la oficina de la directora me encontré con Alba y Carmen Sanz en mi cuerpo, sentadas en un sofá y aún cogidas de la mano. Carmen Sanz con mi voz dijo que querían adoptarme, que se habían reconciliado y que ahora eran un matrimonio feliz.

Iluminé el bello rostro de Carmencita y sonreí con su boca mientras respondía que iba a ser feliz siendo su hija.

Ya nos marchábamos a la casa de Alba, cuando Carmen Sanz me agarró suavemente del hombro y me empujó a una habitación apartada. Allí me explicó que había traído los anillos y que si yo quería podíamos cambiar de cuerpo en ese mismo momento. Me comentó, que como había sido mujer sabía cómo hacer feliz a otra mujer y que Alba en su compañía se había convertido en una mujer feliz. Y que ver a Alba tan contenta la hacía feliz a ella también. Le respondí que no quería cambiar de cuerpo, que los tres éramos felices de la forma que teníamos en ese momento y además de esta forma yo también superaba mi frustración, porque, aunque no había podido ser padre, en un futuro podría ser madre.

 

En ningún instante dejé de sonreír cuando salimos del orfanato. La vida es maravillosa para mí y para mis padres, a veces se cumplen los sueños.

 

 

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias Cristal, normalmente intento hacer cosas diferentes. Y cuándo escribo algo que no es de mi estilo tradicional dudo de los resultados. GRACIAS

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