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miércoles, 27 de julio de 2022

La Secta - La Última Cena

 1

Sin duda era un grupo de degenerados. Unos sectarios sin piedad ni conciencia que interpretaban La Biblia de una forma atroz e inmoral.

Y Yo formaba parte de ellos.

En mi descargo debo decir que era muy difícil no aceptar la invitación para pertenecer a su grupo. Eran los más guapos, los más inteligentes y además prometían la vida eterna.

Y el grupo cantaba: Tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros” (Mateo 26-26)

Mientras tanto, Carmen Sanz pateaba con todas sus fuerzas sobre el altar intentando liberarse de las cuerdas que la ataban a los santos maderos.

Yo contemplaba con envidia los pechos turgentes y delicados de Carmen Sanz, tan apetitosos. Y sentía el deseo de que fueran míos. Así que los mordí, arrancando los pezones de una fuerte dentellada. Eran suaves y grasientos, con olor a jazmín recién cortado. Grandes chorros de sangre corrían entre mis dientes.

Y el grupo cantaba: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre” (Mateo 26-28)


Y Yo la bebía. Notaba como me llenaba de la Gracia divina por completo.

Seguía comiendo y bebiendo. Y a cada bocado que daba a su carne y a cada sorbo que daba a su sangre la Gracia Divina de Carmen Sanz pasaba a ser parte integrante de mi cuerpo, que continuamente se renovaba para tomar la forma de mi alimento.

Con alegría sentí como se formaba un gran peso bajo mis hombros. Miré hacia abajo y pude ver las tetas de Carmen colgando de mi pecho. Aunque eran preciosas, parecían ridículas por la fealdad de mi cuerpo de hombre. Así que hinqué mis dedos en las heridas de Carmencita y arranqué grandes trozos de carne que me las metí en la boca con deleite y acerqué mis labios a la sangre que manaba a borbotones y la bebí con gozo y placer.

Y el grupo cantaba: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Juan 6 - 54)

3

 

El cuerpo de Carmen era precioso y adorable y lo deseaba por completo para mí, pero si había algo que anhelaba era su cerebro. Nunca había sido una persona inteligente, así que empecé a absorber sus sesos con una pajita y arrancar grandes trozos del material gris que rellenaban su cabeza y que tenían el sabor del aliño de la carne a la parrilla. Y en eso se iba a convertir, en el aliño del resto de Carmen que me iba a zampar.

Era curioso, no me había comido ni la mitad de su cerebro y ya podía calcular donde hacer los tajos para que se desprendieran más fácilmente los miembros y cómo colocarlos para que no se desaprovechara su sangre. Pero Carmen aún seguía gritando como una loca. Había disminuido el tamaño de su cerebro, pero seguía sintiendo lo que le estaba haciendo.

Soy una persona piadosa y no me gusta ver sufrir a los demás, así que decidí comerme por completo a Carmen Sanz para que pudiera vivir en mi nuevo cuerpo y en mi nueva vida cuando asumiera su personalidad.

Y el grupo cantaba: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá" (Juan 11 – 25)

4

En ese momento pude comprobar que Carmen dejaba de agitarse en el altar. Sin duda alguna había muerto. Debía darme prisa en devorarla antes de que su cuerpo y su sangre se enfriaran.

Me apuré en absorber sus ojos que mejoraron mi visión y me apresuré en cortar las salchichas finas que eran sus dedos. Con mi nueva vista y mis nuevas manos me resultaba más fácil manejar el cuchillo y desmembrar el cuerpo de Carmen. Me costó trabajo comerme sus piernas, eran duras y fibrosas, pero mereció la pena cuando sentí como la fuerza que había sido de Carmen me sostenía en pie. Después comí sus pulmones que llenaron de aire puro mi nuevo pecho, sus riñones, su bazo y el resto de cosas que había bajo su ombligo que ahora era mi ombligo. Cuando devoré su corazón sentí como el mío se paraba para volver a palpitar con una energía y una fiereza que nunca antes había tenido.


Había dejado para el final lo mejor. El coño suavecito y depilado de Carmen. Lo corté con la delicadeza que me daban los dedos largos y finos de Carmen, en pequeños trocitos que mastiqué lentamente con los dientes perfectos de mi nueva boca y lo saboreé con el mayor placer del mundo con mi nueva lengua hasta tragármelo con el mismo goce que se siente al tomar el mas dulce de los pasteles o el mas fino de los vinos. Me di cuenta que me había convertido en una sibarita y me puse a llorar al comprobar que no me quedaba nada más que devorar del cuerpo de la vieja Carmen Sanz.

Y el grupo cantaba: El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Licas 6 – 40)

Y mis hermanas en la fe me pusieron la camisa de Carmen Sanz sobre mis hombros y la embotonaron amorosamente. Luego anclaron a mi nueva cintura la faldita de seda de Carmen y pidiendo que me sentara en el trono de oro de Nuestra Señora me pusieron sus sandalias de tacón sobre mis nuevos pies desnudos.


Me incorporé a mi nueva vida y saludé a todas mis compañeras que ahora eran mis hermanas en la fe y que habían devorado a las antiguas hermanas para convertirse en las nuevas diosas.

Me pidieron que hablara y sólo pude decir una cosa:

“Yo soy Carmen Blanca Sanz Rojano” y sonreí harta y saciada del festín divino.

Y el grupo cantaba: Tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros” (Lucas 22 – 19)

...

...

Y en el grupo Yo cantaba feliz: “No está muerto lo que puede yacer eternamente, y con el paso de extraños eones, incluso la muerte puede morir” (Abdul Alhazred – Necronomicón 13-13)

 

 

 
 

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