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Es curioso como sobreviven los recuerdos de la infancia.
Cierras los ojos y aún es posible recordar el sabor de una chocolatina, el olor
del jabón de mamá o la voz de las compañeras de la escuela. Yo no puedo
olvidarme de Anselmo, mi profesor de primaria. Todas las niñas estaban
enamoradas de él, era un hombre alto, moreno, con los ojos pequeñitos, pero
inmensamente azules y siempre hablaba despacito para que todos nosotros
pudiéramos entenderlo. Era una persona feliz con su trabajo, disfrutaba con lo
que hacía. Mucho antes de que amaneciera ya estaba en clase llenando la pizarra
de maravillosos dibujos para explicarnos el tema. Disponía los pupitres en
círculo y ponía su mesita justo en medio, luego se sentaba encima de ella y elevaba
la voz como si nos estuviera contando un cuento y haciendo grandes muecas nos
enseñaba la historia de Roma o la tabla del 7.