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viernes, 28 de febrero de 2020

Un Instante bajo la lluvia

El cielo se nubló más rápido de lo normal. A mi me pareció muy raro, pero a nadie le extrañó.
Aceleré el paso e intenté correr, pero no podía con las sandalias que ese día estaba calzando. Durante horas me había preparado para el funeral de mi tío Juan y ahora todo se había estropeado e iba a llegar empapada al entierro. Además, comenzaba a sentir como se enfriaba el ambiente y el aire se volvía helador mientras agitaba mi falda. Pero nadie parecía darse cuenta y la gente caminaba charlando como si nada pasara.

El viento se aceleraba, silbando entre las piedras y arremolinando mi pelo. Yo sentía como el vestido se pegaba a mi cuerpo mientras chorreaba agua. Me costaba trabajo mantenerme en pie sobre sobre los tacones y me paré agotada bajo la lluvia. Desesperada busqué alguien que me ayudara, pero no había nadie. Entonces escuché una voz que gritaba “LADRÓN, ME ROBATES EL CUERPO” No había nadie, era el viento que giraba a mi alrededor el que susurraba mi nombre, “CAAAAAAAAARMEN”
¿Quién está ahí? Grite desesperada. Pero nadie me respondió.
La tormenta se había vuelto torrencial, y entre las gotas de lluvia se formó una figura que lentamente fue acercándose. Escuchaba sus pisadas chapoteando en los charcos, mientras seguía gritando: “LADRÓN, ME ROBATES EL CUERPO”
Intenté escapar, pero no podía. Mis brazos estaban paralizados por el terror. Y mis piernas se negaban a obedecer las órdenes de huir y esconderme. “LADRÓN, ME ROBATES EL CUERPO”
La sombra estaba a mi lado y rozando con su boca a mi oído me decía: “LADRÓN, ME ROBATES EL CUERPO”
Estaba aterrorizada y reuniendo mis últimas fuerzas me atreví a preguntar:
“¿Quién eres tú?”
“YO SOT TÚ” me respondió comuna voz helada que atravesó mi cuerpo y heló mi alma.
Entonces pude reconocerlo, estaba clarísimo, era la voz Carmen Sanz la que me hablaba. Y podía sentir perfectamente su miedo, sus dificultades para mantenerse de pie en sus zapatitos de tacón y la humedad de la ropa mojada sobre su piel. Quise tocarla para apartarla, no quería ver esa aparición fantasmal y alargué el brazo para empujarla. Pero mi mano atravesó su cuerpo.
Entonces sonrió, estiró su vestido y comenzó a caminar alejándose de mí.
Quise perseguirla, agarrarla para que no huyera, pero no podía, ya no tenía piernas, tampoco tenía brazos para sujetarla y mi cuerpo se estaba desgajando como el humo en el aire.
El viento me arrastraba como si fuera una hoja, me había convertido en un espíritu abandonado, sin cuerpo y sin vida. Ya no podía ver, ya no podía oír y tampoco notaba la lluvia en mis carnes. Pero podía sentir como el cuerpo de Carmen Sanz se alejaba de mi para siempre. Quise llamarla para que me abandonara y mi voz sonó como si fuera el viento entre las piedras: “CAAAAAAAAARMEN”

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