Pero este debía ser mi féretro, este debería ser mi funeral
y este debería ser mi entierro. Sabía que algo terrible estaba sucediendo,
aunque no entendía la terrible realidad. Volví a salir de la Iglesia y volví a
buscar mi esquela en el mural. Y pude leer algo de lo que no me había dado
cuenta. Alguien se había equivocado y había escrito en la esquela que estaba
casada con un tal “Agares Addu Ivannus” Yo nunca había estado casada, ni siquiera
conocía a ese tipo y una católica, como yo, jamás se casaría con un tipo que
tiene el nombre de tres demonios.
No importaba porque estaba muerta, y probablemente condenada,
para toda la eternidad. Sentí que me llamaba el infierno, que una extraña
conjura me había maldecido.
Por primera vez sentía el terror y la desolación. Quería
llorar, gritar desesperada cuando noté que alguien me acariciaba cariñosamente
el pelo. Me giré para observar la mano amiga que me tranquilizaba. Y mi terror
se convirtió en pánico cuando pude comprobar que la mano que me calmaba era la
mía propia, la de mi cuerpo mortal que se movía sin atender a mis deseos.
Mi antiguo cuerpo sonrió, acercó su boca a mi oído y me susurró:
“Ha llegado la hora. Debes ocupar tu puesto para
toda la eternidad”. Me cogió de la
mano y me condujo a través de la iglesia hasta que la soltó junto al féretro
del extraño. “No soy yo, ese no soy yo, no es mi
cuerpo, no es mi destino, nunca he sido mala y no estoy condenada al infierno” imploré, esperando que sucediera un milagro y me
despertará de esta pesadilla que iba a ser eterna.
“Si lo eres” me dijo
mientras señalaba mi reflejo en las grandes cristaleras. El aspecto de mi alma
era idéntico a la del hombre del ataúd. Un viejo de más de 40 años, con barba,
pelo cano y muerto.
No podía rechazar ese destino, estaba obligada a cumplir con
mi deber. Lentamente me subí a la escalerilla del ataúd y me introduje dentro.
Mi espíritu inmediatamente se acopló con el cuerpo que allí yacía. Nos
convertimos en uno sólo el cadáver y yo. Allí me quedé esperando hasta que
cerraron la caja. Pude ver como el nuevo propietario de mi cuerpo aseguraba los
cierres. Noté como levantaban el ataúd para llevarlo a hombros y como lo
trasladaban al cementerio. No podía ver nada, pero sentí como lo bajaban al
agujero y podía escuchar como le echaban tierra encima.
Ahora tendría toda la eternidad para sentir como los gusanos
se comían la carne de mis huesos y como los demonios del inframundo
martirizaban mi alma.
Mientras tanto, el verdadero Agares Addi Ivannus disfrutaba
de la vida de mi cuerpo y se escapaba de una eternidad de desolación y tormento.
Muy buena historia me agrada que agas las historias atu gusto y justamente por eso me gustan tanto por qué no sé van por el camino convencional eres una gran escritora
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