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lunes, 17 de julio de 2017

Todo por el Bien de la Familia


Bárbara nunca quiso ser famosa o admirada. Era una mujer espectacularmente bella que disfrutaba con su vida sencilla y monótona. Algunos años atrás había buscado un trabajo en el mundo de la moda, pero no nadie le ofreció una oportunidad y frustrada dejó de intentarlo, pero al menos le valió para conocer a Mateo.
A mi amigo Mateo, un humilde profesor de Instituto al que le costaba trabajo creer su buena suerte de amar y ser amado por Bárbara. Mateo era mi mejor amigo y la persona que más quería en este mundo, por eso me alegré cuando me presentó a Bárbara.  Inmediatamente me di cuenta que Bárbara no sólo era guapísima, también era confiada y muy buena persona. No tenía dudas de que ella lo amaba y que jamás lo engañaría. Dos años después tuvieron una hija preciosa, rubia y delicada que los llenó de felicidad pero que también aumentó los gastos y las exigencias monetarias.
Pero nada parecía enturbiar el amor de la feliz pareja. Hasta que ocurrió lo imprevisto. Mateo enfermó repentinamente y tras varios meses de ausencia perdió su trabajo de profesor. Las facturas aumentaron con su ingreso hospitalario y Bárbara se vio obligada a vender las escasas joyas de las que era dueña, cuando ya no le quedaba nada de su propiedad hipotecó el piso y pidió un préstamo a un interés gigantesco. Como última salida me pidió ayuda. Me dijo que yo era el mejor amigo de Mateo y ahora me necesitaba. No soy un hombre millonario, pero de todas formas los ayudé con todos mis ahorros, yo iba a hacer cualquier cosa por Mateo, por su mujer y su hija. Mis ahorros sirvieron para pagar las cuentas durante varios meses, pero tampoco fueron suficientes.
Bárbara estaba desesperada y pensaba que todo estaba perdido cuando recibió una carta de un desconocido donde le ofrecía retornar a su carrera de modelo.
Era un golpe de suerte increíble. En el momento en que ella más lo necesitaba lograba un trabajo maravilloso, con un sueldo sensacional. Bárbara me dijo que no quería ese trabajo, que su deseo era quedarse en casa cuidando a su marido y a su hijita, pero que no tenía otro remedio que irse a la ciudad y aceptarlo. Me pidió que yo, personalmente, cuidara de ellos y la informara de cómo se encontraban.
Y así lo hice.
Durante más de dos años me convertí en la niñera de la hija de Bárbara y en la enfermera de Mateo. Los fines de semana viajaba a la ciudad y hablaba con Bárbara de su hijita y su marido y le enseñaba fotos y le contaba como la echaban de menos y deseaban su vuelta. Las citas duraban varias horas, Bárbara no se cansaba de preguntar por su familia. Pero conforme pasaban las semanas duraban menos los informes. Bárbara parecía abstraída por su trabajo, que cada vez parecía obsesionarla más y más. No pedía informes todos los fines de semana y comencé a hacerlo cada dos, luego cada tres semanas y finalmente de mes en mes. Y la duración de las reuniones también menguaba, alguna de ellas no duró ni cinco minutos. Por aquella época, Bárbara dejó de enviar dinero para cuidar a Mateo y a su hija, a pesar de que ganaba más que nunca.
No me quedó más remedio que llamarla por teléfono y pedirle una cita para tratar asuntos de una importancia vital. A pesar de la distancia, noté el miedo y la duda en la voz de Bárbara. Al día siguiente me reuní en ella en el restaurante del mejor hotel de la ciudad. Le dije que Mateo estaba sufriendo de un cáncer terminal y que en pocas horas moriría.  También le hablé de su pobre hijita que se negaba a dejar sólo a su papaíto y que preguntaba por qué no estaba mamá con ellos. Bárbara se llevó las manos a la cara y empezó a llorar, mientras repetía:”¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?”
Empezaba a anochecer y acordamos que volveríamos al pueblo cuando amaneciera. Bárbara había decidido abandonar su trabajo para estar al lado de su marido en sus últimos momentos. Pero esa noche, al volver a su habitación del hotel Bárbara encontró encima de la cama una cajita de madera, la abrió y dentro encontró una pistola que parecía de juguete liada en un paño de seda. También había una nota manuscrita:
“Este arma es la -costume gun- tiene el poder de convertir a cualquier persona en un disfraz que puede ser vestido por otra persona. Quien vista ese disfraz tendrá el aspecto y el cuerpo de la persona a la que se disparó. Esta es la salvación de Mateo, si él viste tu piel, él se convertirá en ti, tendrá tu cuerpo y tu salud y podrá continuar tu carrera de modelo y así YO no perderé mi inversión” Bárbara releyó varias veces la nota y reconoció la letra del hombre que le había ofrecido el trabajo de modelo.
Bárbara me envió un mensaje de texto en el que me contaba que iba a hacer lo necesario para que su marido y su hija pudieran vivir y llegarán a ser felices, y me pedía que fuera lo antes posible a su habitación. Nada más recibir el aviso corrí a su encuentro, sabía lo que ella planeaba hacer y debía encontrarla antes que nadie. Cuando labría la puerta de su habitación encontré una masa sangrienta y maloliente encima de la cama. Mezclada con tanta inmundicia estaba la clara y sedosa piel de Bárbara.
Había pasado lo que yo esperaba.
Y sonreí, porque yo había sido quien contrató a Bárbara como modelo para alejarla de su marido e hijita. Yo había sido quien le mandó la “Costume Gun” y yo había sido quien le había mentido sobre el estado de salud de Mateo, que se había recuperado por completo y estaba en casa esperando el regreso de su amada esposa.
Me desnudé y lentamente me puse la piel de Bárbara, noté como mis huesos crujían al cambiar de posición y sufrí de mareos y nauseas cuando vomité las grasas sobrantes. Fueron varias horas terribles, pero cuando finalizaron ya no era el amigo de Mateo, ahora era su mujer, la madre de su hija y su amante. Me vestí con las ropas que Bárbara tenía preparadas para el regreso a casa y recogí la “Costume Gun” que aún estaba en el suelo, en el lugar donde Bárbara se disparó a sí misma y dónde ella había cambiado para siempre mi destino.

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