Debéis saber, mis queridos lectores, que yo no estoy loca.
Tampoco soy una suicida.
Por eso puse mis zapatitos ordenados y la ropa perfectamente doblada en el armario para que los usara la que volviera siguiendo mis pasos.
Simplemente me marché desnuda obedeciendo órdenes superiores.
Tan sólo escuchaba la llamada del bosque y de las aguas del lago que susurraban mi nombre. El viento me decía: “Ven, Carmen, ven por aquí” y yo me dejaba arrastrar por el perfume de las flores y la comodidad de los senderos del Sol Poniente.
Las piedras cortaban mis pies desnudos, pero la hierba y el agua del lago me los sanaron cuando pisé por primera vez el camino de la ahogada.
Respiraba el rocío al amanecer y sentía el frescor del agua que llegaba hasta mi pecho. El agua estancada era como un vestido de fina seda que iba cubriendo mi cuerpo a cada paso que daba hacia las profundidades.
Notaba como el lago inundaba mis pulmones mientras me acercaba al mundo de la muerte. Me seguían llamando las aguas, las estrellas y toda la Naturaleza cantaban: “Ven, Carmen, ven por acá” Y yo por supuesto seguí andando.
Llegaba al fin del sendero, al final del camino del lago y de mi vida.
Mis pies dormidos se pararon, ya no podían avanzar. Mis manos no se movían, ya no podían agarrar el corazón que había explotado.
Simplemente estaba muerta.
Y desde el fondo del lago vi surgir a la otra Carmen Sanz. Vestida con mi mismo vestido, con la misma sangre en los pies descalzos.
Seguía el mismo camino que yo había tomado, pero de vuelta, hacia mi casa. A ponerse el vestido cuidadosamente doblado y los zapatos tan preciosamente ordenados.
Iba a mi casa a retomar mi vida, a besar a mis seres amados y a enterrar a la ahogada del lago.
A enterrarme a mi.
En encanto. ❤️❤️
ResponderEliminarEl verdadero encanto es que lo lea alguien como tú y le guste. GRACCIAS POR LEERME
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