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sábado, 6 de agosto de 2022

La Corrupción del Cuerpo Humano es Bella (Historia en 8 Caps)

 1


La corrupción del cuerpo humano es bella.

Porque permite la transformación, el cambio de forma, y la conversión en otra cosa.

La corrupción es bella, deseable y muy beneficiosa para el causante.

Hace un mes que recibí la llamada desesperada de Carmen Sanz. Toqué tres veces en su puerta, esperé un rato, pero no me abrió. Ya me marchaba cuando la puerta se movió y escuché la voz de Carmencita pidiendo que entrara.

Dentro de su casa todo estaba oscuro pero la voz de Carmen Sanz me guio hasta una habitación paralela y allí, alumbrada con una vela, estaba mi amiga Carmen Sanz. Parecía cansada y triste pero no pude verle la cara. Así que me acerqué hasta que casi chocaron nuestros rostros. Un mes atrás hubiera pagado toda mi fortuna por estar a esa distancia de los carnosos labios de Carmen y poder besarlos. Pero ahora, aunque no podía verlos, por un motivo extraño me repelía su cercanía. 

2


Acerqué la vela y pude ver como su bello rostro estaba destrozado, como si lo hubiera golpeado un gigante sádico. Parecía pintado con tonos encarnados y rojilentos. Pero lo que me hizo dar dos pasos hacia atrás fue el insoportable olor a pudrición. Eché miradas rápidas por toda la habitación buscando el origen de tan desagradable aroma. Y no encontré nada, porque ese pestazo procedía de Carmen Sanz.

Le pregunté quién le había hecho eso y con su respuesta me demostró que había perdido la razón: “No me lo ha causado nadie, solo el amor que siento por ti y el deseo de permanecer en ti como si fuyera el alimento que te nutre”. Diciendo esto rozó con su mano sanguinolenta mi rostro asustado. Regresé a casa con paso acelerado mientras me rascaba la cara que parecía arder con el pus de la mano de Carmen Sanz.

 

Esa noche me costó dormir y fueron sueños agitados. Soñé que la piel se me caía en pedazos y mi carne se derretía hasta dejar tan sólo los huesos blancos que también se disolvían en arena blanca.

Cuando desperté había desaparecido ese malestar y al mirarme en el espejo contemplé que mi piel estaba mucho más tersa, con una rosadez que me recordó al color de la carne enferma de Carmen. Además, me sentía lleno de energía y de una fuerza como nunca me había tenido.

Tras pensarlo durante un largo rato decidí volver a visitar a Carmen. Cuando llegué a su casa no esperé a que me abriera y empujando la puerta entré a su lúgubre estancia. Seguía en su oscura habitación alumbrada tan sólo con una vela, pero esta vez me pidió que no me acercara. Le agradecí que me lo pidiera porque el olor a descomposición era aún más insoportable y entre el temblar de la luz de la llama de la vela pude ver que su rostro había casi desaparecido entre un mar de úlceras sangrantes. 


También pude ver como su fino camisón se pegaba a la sangre de las heridas que la cubrían. Fuera cual fuera el mal que la consumía se había extendido por todo su cuerpo.

Con una voz apagada y dudosa, como la de una vieja desdentada, Carmen me pidió que no llamara a ningún médico porque nadie podría hacer nada por ella y que este era el final que tanto esperaba. Marcaba en mi móvil el número de urgencias cuándo pensé que no debía hacerlo, porque si lo hacía traicionaba el destino de Carmen Sanz que era desaparecer en un charco de líquidos inmundos.  Sin avisar a los médicos guardé el teléfono en mi bolsillo y volví a casa donde caí profundamente dormido.

Tal vez durmiera durante horas, o tal vez fueron días los que permanecí en semicoma, pero cuando desperté me sentía joven y mucho más fuerte de lo que antes de dormirme.

5


Corrí al espejo del baño y asombrado contemplé como mi cabello se había vuelto rubio, mis ojos azules y mi nariz respingona. Bajo mi pijama pude ver dos bultos en mi pecho.

“Me estoy convirtiendo en un doble de Carmen Sanz” pensé maravillado.

“Cada vez que visito a Carmen me quedó con las partes de su cuerpo que se descomponen. Debo seguir visitándola todos los días y en una semana seré idéntico a la preciosa Carmen, tal vez, incluso pueda hacerme pasar por ella”

Con placer iba a su casa todos los días. Cada día había menos Carmen y más materia purulenta en descomposición.

A Carmen cada vez le costaba más trabajo hablarme e incluso reconocer a la persona que la visitaba.

Era normal que no pudiera saber con quién hablaba porque en los últimos días de la semana yo había conseguido ser idéntico a Carmen Sanz y Carmencita era poco más que una mancha asquerosa en la pared.


Imagino que si Carmen hubiera guardado algún rastro de conocimiento o de memoria habría pensado que cuando me miraba en realidad estaba mirando a un espejo. A un espejo que le hablaba con su misma voz y que se movía con sus mismas piernas.

Estaba absorbiendo la vitalidad y la forma de Carmen, pero la necesitaba por completo para adoptar su personalidad y su vida sin que nadie sospechara. No podía desperdiciar nada. Por eso empecé a lamer los líquidos en descomposición que salpicaban el suelo de su habitación. Necesitaba a Carmen por completo y comencé a limpiar su cuerpo a lametazos hambrientos. Me encantaba el gusto de la bilis, de la orina y de las vísceras semilíquidas de Carmen. A cada lametón me sentía más identificado con la real Carmen y cada vez mas alejado de mi antigua vida.

Todos los días pasaba horas limpiando con mi lengua el suelo de madera de la habitación de Carmen.  


Pero cada vez me parecía menos satisfactoria mi comida de detritus sangrantes y comencé a comer grandes trozos de la carne semipodrida de Carmen Sanz que arrancaba de su cuerpo apoyándome en la pared. Y me satisfacía, me colmaba de alegría que mi boca se llenara de sus restos inmundos. Era un placer inmenso cuando mordía un huesecito y lo rompía con mis dientes y lo sentía crujir en mil pedazos mientras lo masticaba y lo tragaba como si fuera el más dulce postre del mundo.

Al séptimo día ya ni siquiera quedaban ni manchas en la pared de lo que había sido la anterior Carmen. Tan solo su ropa empapada de líquidos rojos, amarillos y verdes tirada en el suelo.

Tenía que terminar el proceso y tomar mi lugar como la auténtica y eterna Carmen Sanz. Así que me desnudé y con gran disfrute me puse su ropa maloliente. Al principio me costó trabajo porque la humedad podrida hacía que se pegara sobre mis brazos y mis piernas.


Pero pronto conseguir estirarla hasta que se acomodó sobre mi figura.

Apagué la luz de la vela, ya no me hacía falta, y me puse en pie sobre los destrozados zapatos de Carmen Sanz. Di cuatro pasos hacia mi derecha y manejando mis nuevos dedos encendí la bombilla que colgaba del techo. Era la primera vez que podía observar con facilidad la habitación donde había muerto la antigua Carmen Sanz, donde la había devorado y donde había nacido la nueva Carmen Sanz, o sea, donde yo había renacido como Carmencita Sanz.

Entonces noté algo que me molestaba en el bolsillo de la falda de Carmen Sanz que acababa de ponerme. Introduje la mano y saqué un papel doblado cuidadosamente, garabateado con escritura de niña pequeña y escrito con estas palabras: “Gracias por comerme, por devorarme, porque ahora yo formo parte de ti y tú eres parte de mí. Gracias por ser Carmen Sanz y darme una nueva vida”

 






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