1
Juan estaba entusiasmado cuando me agarró de la mano y me dijo: “Ven conmigo, que vas a escuchar la cosa mas maravillosa que nunca hayas oído”
Me hizo recorrer media ciudad, hasta los arrabales, allá donde la ciudad termina y solo vive la miseria y habitan los que nada tienen. M entregó un gran fajo de billetes y me dijo que los guardara porque pronto los iba a necesitar. Tocó con los nudillos en una puerta de madera verde que crujió al girar. La abrió una vieja arrugada y encorvada que aparentaba tener, al menos, mil años. “¿No es maravillosa?” Me dijo sonriendo Juan. Le entregó a la vieja un puñado de euros y la siguió hasta el patio central de la casa. Allí había un gran jardín repleto de jazmines y un gran magnolio que desprendía un olor tan intenso que me mareó nada mas entrar. “Así debe oler el cielo” pensé cuando pisé el patio. Pero esta maravilla sensorial era sólo el principio, porque miles de pájaros estremecían mis oídos con sus gorgoritos, habría sido un estruendo infernal si no fuera porque era un caos celestial.
“Prepárate, porque jamás podrás olvidar lo que vas a escuchar” me volvió a decir Juan. Me agarré a su brazo y me preparé para las sensaciones mas extremas. La vieja se sentó en una pequeña silla de enea y deslió una bufanda negra que le tapaba la boca.
Miró hacia arriba, al sitio donde reposaban los pájaros en el magnolio y comenzó a cantar como ellos. ¿Cómo ellos? No, mucho mejor, lo hizo como lo harían miles de ruiseñores y canarios que estuvieran sincronizados en una orquesta.
Sentí que me dolían los oídos y noté como sangraban mis orejas para no perderse una sola nota de esa voz increíble. Era un dolor horroroso, pero tan maravilloso que tiré el pañuelo con el que secaba mi sangre para no perder un solo matiz de esos sonidos.
Los ojos se me nublaban por las lágrimas de dolor y por la luz que me cegaba. El corazón me latía alocado como si no cupiera dentro de mi pecho.
Durante varios minutos, la vieja hizo gorgoritos como sólo podrían hacerlos los ángeles. Y de repente los pájaros empezaron a trinar aún con más fuerza, parecía que se hubieran vuelto locos al escuchar la voz de la vieja.
Noté como mi alma flotaba y volaba entre las fragancias de las flores, ascendiendo hasta el cielo y girando entre los pájaros cantarines.
“Permanece atenta Carmen, los pájaros no pueden permitir que nadie cante mas bello que ellos, están llegando al límite de sus fuerzas para superar los gorgoritos de la abuela”.
El enfrentamiento entre la garganta de la vieja y los pájaros al límite de sus fuerzas duró poco. De repente comenzaron a caer desde el árbol con los pulmones reventados por el esfuerzo. Cada pájaro que moría hacía un último trino tan bello como la voz de la vieja antes de aplastarse contra el suelo.
2
Cada animal que se reventaba contra el suelo sonaba como una gota de lluvia: “CHOF”, “CHOF”. Hasta que de repente no era un goteo era un auténtico chapuzón: “CHOF, CHOF, CHOF… CHOF” y noté como se humedecían mis sandalias con la sangre de miles de canarios.
Sin embargo, entendía lo que pasaba. Para los pájaros merecía la pena morir intentando igualar la perfección del canto de la vieja. Seguían cayendo los pájaros uno detrás de otro, y luego otro, cayeron cientos en una lluvia de plumas muertas y animales destrozados por dentro.
Yo estaba horrorizada, pero feliz como se sólo se puede estar cuando contemplas a una diosa bellísima pero terriblemente malvada. No podía dejar de mirar ese espectáculo tan cruel y fascinante, mientras mis oídos parecían derretirse por la perfección y la magnitud de lo que escuchaba.
Hasta que me di cuenta que contemplaba la escena desde lo alto, volando entre los pájaros. Cantando con los pájaros una canción de muerte y destrucción. Sin embargo, sentía los dedos de mis pies mojados por la sangre de mis hermanos voladores.
Y yo seguía agonizando entre los pájaros, impulsada por la voz perfecta de esa viaja maldita y endemoniada.
Todo era perfecto y tan maravilloso que no me importaba el dolor y tampoco me importó caer como una piedra desde las alturas. Sentía como mi corazón se aceleraba al descender, mientras la voz de la vieja llenaba mi pecho y me arrastraba hacia el suelo. Sabía que iba a morir. Que me iba a reventar de la misma forma que habían reventado los pájaros contra el suelo.
Y me daba igual.
No me importaba morir. La vida sería inútil después de que la vieja terminara su canto.
Y me estrellé contra el suelo.
Ahora no lo entendía.
Mi alma había volado como un pájaro guiada por la voz de la vieja. Había gozado de las sensaciones mas extremas y de los placeres mas pútridos. Pero había estrellado contra el suelo. Mi alma se revolcaba entre la sangre de los pájaros esperando la muerte de mi cuerpo.
Pero no estaba muerta. Mi cuerpo seguía en pie y el que se derrumbó era el cuerpo de mi hermano.
Seguía sin entender nada, cuando pude ver como mi cuerpo comenzó a andar pisoteando a los pájaros muertos. Abrió el bolso que aún colgaba de mi hombro y sacó el gran fajo de billetes que un rato antes me había dado mi hermano. Los puso en la mano de la vieja que sonrió con su boca desdentada. “Un pago justo por un cuerpo joven y sano” dijo mi hermano.
Mientras tanto, mi alma mezclada con el alma de los pájaros era absorbida por la tierra del jardín.
Noté el peso de mis sandalias cuando pisaron la sangre que me arrastraba al sumidero.
Ya no podía escuchar la voz de la vieja, ni el cantar de los pájaros, pero si que escuché la risa de mi cuerpo mientras mi hermano se alejaba para siempre de mí.
Muy interesante historia como siempre aunque es una lastima lo que les pasó a tan bellas aves
ResponderEliminarGracias Oswaldo.
EliminarPues a mi me parece una muerte maravillosa. Moriri para conseguir la perfección, un instante de plenitud.
¿No te gustaría morir en el instante que eres perfecto?