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Mi tía Frederika siempre había tenido fama de rara y
excéntrica. A pesar de que era una mujer de extraordinaria belleza nunca tuvo
marido, tampoco novio y no se le conocieron amantes.
Siempre fue solitaria, como si tuviera miedo de la gente y
le asustara lo que pudieran pensar sus vecinos. Ni siquiera hablaba con la
familia, parecía temernos a todos y solamente mostró un poquito de interés
hacia mi persona cuando estaba a punto de morir. Supongo que lo hizo porque me
veía tan pequeñita y vulnerable que se encariñó con la más jovencita del grupo.
No sé el motivo, pero yo también me encariñé con ella y todas
las tardes acudía a su casa a hacerle compañía durante un rato. No hablábamos
mucho, tan solo me miraba con cariño y lloraba mientras me besaba las manos. “Sólo tú me entiendes” me
decía con su voz de anciana. Yo sonreía y apretaba aún más fuerte las suyas. Notaba
que su soledad parecía desaparecer cuando le agarraba las manos. Quería ayudarla,
pero no sabía cómo, lentamente se iba muriendo, pronto no estaría conmigo y yo empezaba
a necesitar su compañía.
Me maldecía por no haberla acompañado en el pasado. Me
sentía culpable por no haber estado a su lado las semanas o los meses anteriores.
Por eso comencé a ir a su casa cada vez más temprano y a marcharme un poco más
tarde. Cada día volvía un poco antes a su lado, hasta que llegó el día en que
murió, que fue también la primera vez que llegué sin avisar. Iba a tocar el
timbre cuando creí percibir una melodía que sonaba a través de la puerta.
No se oía muy fuerte, por eso pegué el oído a la madera. Era
la canción “LIBRE” de “Nino Bravo”, un viejo cantante de la época en que mi
abuelita aún era joven. Con respeto esperé a que terminara, entonces escuché como
lloraba Frederika y de nuevo hizo sonar la canción en su viejo tocadiscos. Otra
vez volvió a llorar cuando terminó y de nuevo la hizo sonar una tercera vez.
Esta vez no esperé mas y llamé al timbre de la puerta.
Escuché como mi abuelita se levantaba del sillón y arrastraba
sus viejas zapatillas mientras abría la puerta. Llevaba los ojos rojos y un pañuelo
de tela bordada entre sus dedos. “Carmencita, que
alegría verte de nuevo por aquí. Hoy hace 50 años que mataron a Peter.
Precisamente a esta hora le dispararon y estuvo agonizando durante una hora” me dijo con los ojos rojos de tanto llorar y con la
voz medio rota del dolor. “Hace 50 años que mataron
a mi vida, y te puedo jurar que no lo he olvidado ni un solo segundo en este
tiempo. Siempre pienso en él y siempre lo extraño”
No sabía a qué se refería, pero no podía dudar de lo que
decía, sus lágrimas eran puras y auténticas y no había mentira en ellas. Sabía
que mi abuela estaba deseando contarme lo que había pesado y yo estaba inquieta
por saberlo.
Había escuchado la canción y había oído a mi abuela llorar.
Intuía que algo muy grande que nos afectaba a los dos había sucedido 50 años
atrás: “¿Quién es Peter, abuelita?” le pregunté.
Frederika levantó los ojos llorosos, sonrió levemente y
agarró mis manos para confesar con seguridad: “Peter
soy yo y hace 50 años me mataron cuando intentaba saltar el muro de Berlín”
Sentí un estremecimiento y aparté mis manitas de las zarpas
de la vieja. Parecía imposible, pero sabía que era verdad y que yo siempre
había presentido lo que me iba a contar mi abuela Frederika.
“Mucha gente piensa que Peter
murió cuando intentaba huir del Berlín Oriental para conseguir la libertad” Me dijo con los ojos vidriosos por las lágrimas aún
frescas.
“Y es verdad, pero no es toda la
verdad” Se pasó el pañuelo blanco por
sus ojos manchados de rímel negro. “Él buscaba la libertad,
pero sobre todo buscaba volver con su amada Frederika que se había quedado al
otro lado del muro” No pude evitar
abrir la boca del asombro, intenté mascullar alguna palabra, pero me había
quedado sin fuerzas. Mi abuelita espero unos segundos para que pudiera
preguntarle: “Frederika eres tú ¿Verdad?” “Por
supuesto que lo soy, pero entonces no lo era”
“Yo era Peter cuando salté el
muro de espinos, y cuando me dispararon en la pelvis y caí sobre la alambrada.
Allí agonicé durante una hora. El dolor era insoportable y pedí socorro, aunque
nadie se atrevió a ayudarme. Pero las heridas no era lo que más me dolía, lo
que de verdad me hacía sufrir era que Frederika me estaba viendo agonizar desde
el otro lado. Me la imaginaba llorando, desesperada, intentando correr a
ayudarme y siendo agarrada por los soldados del CheckPoint Charlie. Deseaba
morir solamente para que ella no sufriera más. De esta forma agonicé durante
una hora infernal.
Pero de repente una luz extraña
iluminó todo lo que podía ver. Se callaron las voces de los soldados y los
gritos de la gente y el tiempo pareció detenerse. Un inmenso silencio lo inundó
todo. No sé si duró años o un solo segundo, pero de repente pude ver como un
ángel se me acercaba caminando lentamente. Era luminoso y a cada paso que daba
sentía como se calmaban mis miedos y desaparecían mis ganas de morir. Escuchaba
sus pisadas acercándose hasta mi lado “No temas, aquí estoy Peter” me dijo
mientras se arrodillaba”
Frederika de nuevo volvía a llorar. Descansó unos segundos,
como intentando recobrar sus fuerzas y continuó su relato: “Cuando el ángel llego a mi lado se arrodilló y me levantó la
cabeza, por fin pude ver su rostro. Era la cara de Frederika, de mi amada
Frederika que había llegado para ahorrarme el sufrimiento de la muerte. “No
temas, aquí estoy Peter” me volvió a repetir mientras me besaba.
Entonces fue cuando morí. Si existe
el cielo, debo decir que es imposible que fuera más perfecto que ese beso. Pero
por desgracia ese instante no duró para siempre. De repente noté unas manos que
me sujetaban por los hombros y me impedían correr Eran los soldados americanos
que no me dejaban que me acercara a Peter, a mi antiguo cuerpo.
De alguna forma había cambiado de
cuerpo con Frederika. Ella había demostrado su amor más allá de la vida y de la
muerte. Había sido capaz de entregar su alma para salvar a su amado que había
sido yo, que era Peter. A lo lejos pude ver como los soldados retiraban mi viejo
cuerpo sin vida de los alambres espinados”
Mi sorpresa era inmensa al escuchar la historia de mi
abuela. No quería creerme ese cuento tan extraño. Frederika notó mis dudas y
por primera vez en toda la tarde sonrió.
“Hoy voy a morir, Carmen, por eso
estás aquí. Es lo justo, yo te vi morir hace 50 años y hoy eres tú quien debe
ver como muero 50 años después”
Por un momento pensé que se había vuelto loca. Pero ella que
aún sostenía con sus dedos arrugados mis manitas de niña y las llevó hasta mi
pelvis. “Toca aquí” me pidió. Había un agujero pequeñito, una marca de
nacimiento. “Ese es el punto exacto donde me
dispararon cuando intenté saltar el muro”
Entonces lo comprendí, me acordé de todo y la besé en la
boca como la había besado 50 años atrás entre las alambradas del muro de
Berlín.
Fascinante historia, me gusto esta idea; usar un contexto historico para tu historia.
ResponderEliminarGracias vaneza. Siempre intento imaginar situaciones nuevas. Pero en esta cap he ficcionado muy poco
EliminarCarmen, estás perdiendo el tiempo por aquí.
ResponderEliminarLo derrochas para nada
De momento el tiempo que yo pierdo ha servido para que tu pierdas un rato leyéndome.
EliminarImagina cientos de lectores que pierden la misma cantidad de tiempo que tú leyendo mis historias.
Después de hacer las cuentas no creo que desperdicie el tiempo.