En la casa vieja de mis abuelos existía un ático polvoriento
y semi abandonado. Durante años nadie se había atrevido a entrar en él. Y no
porque estuviera en mal estado o fuera peligroso, sino porque para llegar había
que hacerlo por la escalera de mármol negro. La escalera de mármol tampoco
estaba en mal estado, pero en el rellano, estaba colgado el cuadro de una
señora anciana y horripilante que daba la sensación de mirar con odio a quien pasaba
a su lado. Parece un absurdo, pero entre la oscuridad de la escalera y la
inquietud que provocaban los ojos malvados de la señora del retrato, habían conseguido
que nadie subiera al ático olvidado.
Recuerdo que siendo una niña le pregunté a mi papá: “¿Por qué no
quitas ese cuadro tan horroroso que da tanto miedo de la escalera?” Mi
padre se quedó lívido al escuchar mi pregunta, me agarró de la manita y tirando
de ella me hizo ascender la escalera. Paró delante del retrato y me preguntó: “¿Tú que ves?” Yo
era muy pequeñita, apenas le llegaba a la cintura a mi padre. Me puse de
puntillas y estiré cuello intentando observar a la señora de la pintura, pero
no alcanzaba. “Lo siento papá, no puedo ver a la señora, solo el marco del monstruo”
Mi padre me acarició la carita con pena, con los ojos cari
llorosos. Se acachó lentamente, me abrazó contra su pecho y con la voz
entrecortada me respondió: “Por eso mismo no podemos
quitar el cuadro, hija mía, por eso mismo, porque aún no puedes ver a la
señora”
Pocos días después mi familia se mudó de la casa de mis
abuelos. Y yo me olvidé del sótano cerrado, del cuadro con el marco monstruoso
y de la señora horripilante de la pintura.
A partir de entonces disfruté una vida plena y provechosa.
Me casé, tuve dos hijas preciosas y puedo decir que fui feliz hasta que mi
padre enfermó de unas extrañas fiebres y en su lecho de muerte me entregó la
llave que abría la casa de mis abuelos. “Es el
momento de que contemples el cuadro de la escalera” me dijo en tono triste, mientras intentaba resistir
las lágrimas provocadas por un dolor intenso.
Esa misma tarde volví a la casa de mis abuelos, que había
estado cerrada durante años. Todo debería estar viejo y decrépito, sin embargo,
la cerradura estaba en perfectas condiciones y los goznes de la puerta giraron
con facilidad. Parecía que la casa me había estado esperando. Qué todo estaba preparado
para el momento de mi regreso.
Tragué saliva. Dentro de la casa todo parecía detenido en el
tiempo, igual que estaba cuando era niña. Nada parecía roto, ni deteriorado, ni
siquiera había polvo en los muebles. Recordando mis juegos de infancia, abrí un
cajón del armario de la entrada y encontré la linterna que había guardado
cuando apenas era una niña. No me sorprendió que encendiera a la primera y que
el chorro de luz casualmente iluminara la escalera de mármol negro.
No lo pensé dos veces y comencé a subir los escalones oscuros
y brillantes. Sin atreverme a mirarlos directamente los fui contando a media
voz. “Dos,
tres, cuatro… ocho, nueve y diez”. Me paré nerviosa, con la luz
de la linterna temblando de puro miedo y la enfoqué al cuadro de la pared. El
marco metálico del monstruo reflejó la luz de la linterna en los ojos de la
gorgona que parecía reírse de mi destino. Me sudaba la frente y sentí como se empapaba
mi espalda. Reuniendo la poca fuerza de voluntad que aún me quedaba miré hacía
la pintura de la señora horripilante.
Y entonces se paró mi mundo, sentí como mis piernas
temblaban y me fallaba la razón. No había ninguna pintura. ERA UN ESPEJO, un maldito
espejo que reflejaba mi rostro asustado y horripilado porque la vieja de la
escalera siempre había sido yo. El rostro que asustaba a todos los que se
atrevían a subir era el mío.
Mantuve la mente fría durante unos segundos y reflexioné. “No puede ser.
No pude ser mi imagen la que asustaba a los visitantes porque yo era una niña,
con un aspecto muy diferente al actual y tampoco tenía la altura suficiente
para reflejarme en el espejo”
Entonces descubrí la huella de una mano ensangrentada sobre
el espejo. Y recordé cuando mi papá me hizo un corte en la palma de la manita y
me dijo que la pusiera sobre el cristal. Aún estaba allí la sangre y goteaba
lentamente sobre el suelo de mármol negro.
Miré mi mano derecha, y me estremeció la cicatriz rugosa que
la marcaba y que sentía palpitar como si aún sangrara.
Una brisa de aire frío me movió el pelo y un gran resplandor
iluminó la escalera de tonalidades amarronadas como las del pino mohoso de los
ataúdes. Seguí ascendiendo por la escalera y me paré ante la puerta abierta del
ático. Un olor a descomposición se filtraba hasta encharcar mis pulmones.
Tenía dudas, quería huir para nunca más volver, pero mi papá
me había dicho que era el momento y aguantando la respiración entré en ese
lugar enfermizo.
Allá estaba sentada en el suelo la primera muñeca con la que
jugué y que creía perdida. También estaba mi primer libro de poemas. La flauta
con la que aprendí solfeo y la camita donde me acunaba mi mamá. En una esquina agitaba
el rabo mi perra “Luna” que hacía décadas que había muerto y mi abuelita se
balanceaba en su vieja mecedora como hacía cuando me contaba cuentos. Todo lo
que había sido mío en la infancia se encontraba allá. Todo lo que alguna vez
había perdido se había quedado encerrado en ese ático cerrado.
Mi abuelita dejó de mecerse y me sonrió. Abrió sus brazos y
yo corrí hacia ella para besarla. Estaba calentita y olía a jabón de jazmín,
tal y como yo la recordaba. Su voz era amable y amorosa cuando me dijo: “Tenemos
una sorpresa para ti” y me señaló la puerta del ático. Por unos segundos no
pasó nada, hasta que se recortó en el umbral una figura masculina que
tranquilamente caminó hacia nosotras y nos abrazó con más amor del que nunca
había sentido. Por fin pude ver su cara y sonreí al descubrir que era mi papá.
Supongo que me alegré al encontrarlo, pero me daba mucha pena
que hubiera sido en el cuarto donde estaban mis recuerdos perdidos. Igual que había
sucedido años atrás, se puso de rodillas y me volvió a abrazar aún más fuerte,
mientras me decía “Ya estoy muerto hija mía. Solo
soy un recuerdo”
De nuevo se puso en pie y tirando de mi manita me llevó a
otra escalera que descendía desde la parte trasera del ático. Pero estas eran
de mármol blanco. “Blanco como nuestras almas cuando
se reúnen con Dios” me dijo. “La vida debe continuar, y tal como es dentro es fuera y tal como
es el comienzo es el final” y del bolsillo de su chaqueta sacó una
pequeña navaja. Y yo que sabía lo que debía ocurrir extendí la palma de mi mano
derecha. Me hizo un corte profundó que llenó mis dedos de sangre. “Sé lo que
tengo que hacer, papá” le dije mientras ponía mi manita sobre el
cristal horroroso del cuadro de la Gorgona. Mirando a través de él pude ver a
una niñita diminuta, yo misma, quien, al otro lado, también ponía su manita sangrante
sobre el espejo. “Ella me está viendo, yo soy su monstruo” pensé. “Lo que es
antes es ahora y lo que es el pasado es el presente”
Pero no era así, esa niña a la que había asustado la mujer
horrible del cuadro, ya no era yo misma, era otra persona, alguien que dirigía
su destino más allá del tiempo y del espacio.
Justo entonces, en ese preciso instante, me di cuenta de que
mi padre ya no estaba a mi lado y que la muerta tan sólo era yo. Mientras tanto
la niñita del otro lado bajaba las escaleras negras y pude contemplar en su
rostro la sonrisa de mi padre.
En serio tus historias serían perfectas para un libro el cual yo compraría
ResponderEliminarEs a lo que me dedico desde hace bastante tiempo.
EliminarIntento escribir un libro de cuentos, pero no avanza.
Nunca me gusta el resultado final y el argumento del cuentecillo termina siendo la base de alguna de mis caps.
La verdad es que espero que algún día puedas, de verdad, comprar un libro mio
Carmen, piensa lo que te he dicho.
ResponderEliminarPor aquí te llega la mierda hasta los tobillos, mejor que te alejes antes de que te llegue al culo y no te lo puedas limpiar.
Te ofrezco la solución
Mi solución es que me limpies tu el culo. Que parece que es lo que quieres hacer. Me encanta la mierda de mis amigos, es mucho mejor que tu olor y mas sana
EliminarGracias Carmencita me gustó mucho la historia, cuando escribirás más sobre la isla y la hora de la muerte uwu
EliminarMe repito mucho Kari.
ResponderEliminarY con este calor infernal me cuesta mucho trabajo estar imaginando historias.
Aunque espero volver pronto por la isal