El texto de esta cap es un experimento. No pretendo que se
entienda de forma razonada. Intento que se sienta por instinto.
Nem-Rac era un pintor ciego y yo soy una escritora sin
imaginación. No intento crear imágenes comprensibles, solo sensaciones.
Mi abuelo siempre tuvo fama de maldito. La gente decía que
estaba loco, mi familia creía que era un sabio y sus vecinos que era un
sicópata. Y todos ellos tenían razón.
Porque la erudición oscura convierte a los humanos en
demonios. Y mi abuelo, que tantos libros prohibidos había leído, terminó
convirtiéndose en víctima de sus conocimientos.
Hablaba de cosas ilógicas y
actuaba de forma extraña. En sus últimos años de vida parecía que su paranoia
era mayor que nunca. Y estuvimos pensando en ingresarlo en un frenopático, pero
no pudimos hacerlo porque escapó de nuestro lado para gastar sus últimos días
en le búsqueda de un cuadro de Nem-Rac, el pintor ciego. Viajó por toda España
y cruzó toda Europa, visitó a marchantes de arte y contrato a detectives para
que encontraran sus pinturas. Pero no consiguió nada. Todos los eruditos le
repetían los mismo: “La obra de Nem-Rac, el pintor ciego, fue quemada en la
gran hoguera inquisitorial de Würzburg” En un último intento decidió
mudarse a Bamberg y allí permaneció durante meses entrevistándose con los
herederos del gran inquisidor Johann Philipp von Gebsattel. Y seguramente tuvo éxito
porque pocas semanas después retornó con un gran cuadro de 2 metros de alto por
uno de ancho cubierto con un lienzo negro clavado al marco para evitar que alguien
pudiera ver la pintura. Nada más regresar a casa colgó el cuadro en el rellano
de la escalera y declaró que a él le quedaba exactamente un año de vida. Y nos
dejó claro que nadie podría destapar la pintura hasta un día después de su
muerte y media hora antes de que su cuerpo fuera inhumado en la cripta de los
no bautizados del cementerio de Granada.
Parecía el deseo de un enajenado y no le hubiera dado
importancia si no fuera por la escalofriante petición que hizo a sus
familiares: “La única persona que podía, descubrir la pintura y verla por
primera vez, era yo Carmen, su nieta de 20 años. Y tan sólo yo”
Puedo jurar que a partir de ese momento no pude dormir ni
una sola noche tranquila, pensando lo rápido que pasaba el tiempo y como se
acercaba la fecha señalada por mi abuelo. Me tranquilizó que conforme iba
trascurriendo el tiempo parecían cada vez más absurdos mis temores. Mi abuelo
incluso mejoró en su salud, y por primera en meses salió a pasear de forma
despreocupada y sonriente. Nadie temía que se cumpliría el pronóstico de su
propia muerte. Y son esa tranquilidad recobrada estuve charlando con él un día
antes de la fecha pronosticada para su muerte, me invitó a un café en el centro
de la ciudad y me contó que ese cuadro es la obra de un ciego. Por tanto, no
debería observarlo con mis ojos humanos, debía sentirlo de la forma en que lo
haría un ciego. Me despedí tranquilamente de mi abuelo y me marché paseando
despreocupada hasta casa.
Pero al día siguiente, justamente cuando se cumplía el año
del regreso de mi abuelo, me despertó mamá con los ojos llorosos, se sentó en
mi cama y abrazándome contra su pecho me anunció que mi abuelo se había
ahorcado colgándose de uno de los brazos de la gran cruz de la capilla
familiar.
Esa noche no dormí, la pasé velando su cadáver mientras temía
que se levantara del ataúd, me agarrara del pelo y me arrastrara hasta el gran
cuadro.
Evidentemente eso no pasó, pero a las 3:33 de la madrugada,
como está estipulado en el “Cultes des Goules” del infame conde D`Arlette,
tomé el néctar de dos rosas negras para despertar mi mente y comí el extracto
de Píndalos para que mi corazón fuera capaz de soportar lo que iba a sentir.
Así creía estar preparada para enfrentarme a los sueños de los muertos.
En la misa funeral no esperé que el cura terminara el último
responso para abandonar la Iglesia. El féretro parecía iluminarse con la luz
del techo y, por momentos, creí escuchar la voz terrible de mi abuelo que me
gritaba que me marchara a ver la pintura de Nem-Rac.
No recuerdo haber cruzado la Gran Plaza Nueva, ni haber subido
la calle empinada de Abdul- Al Azrhed, pero de repente estaba frente a la
puerta de la casa de mi abuelo. Quizás nunca la crucé, simplemente estaba allí
porque estaba destinada a estar allí. La puerta se abrió sin que la empujara,
porque estaba destinada abrirse. De igual forma entré en ella y subí la
escalera porque mi destino era llegar hasta el cuadro que colgaba de lo alto de
la escalera y destaparlo.
Cuando lo hice no me sorprendió lo que contemplé. Porque no
había nada que ver. Esta era la obra de un ciego y no podía contener formas ni
colores. Tan solo una mezcla amorfa de negrura y de pintura amontonada
simulando formas.
Sólo había una forma de sentir lo que había sentido Nem-Rac cuando
la pintó. Cerré los ojos y puse mis manos sobre el lienzo. Mis ojos se llenaron
de luces brillantes y me deslumbré con el fulgor de las cúpulas de Keddashi que
poco a poco fueron levantándose en mi imaginación. En los extremos inferiores
del cuadro el tacto era sueva y estaba pulido como la gran escalinata de mármol
que asciende al templo de Niombé. Pude notar como me temblaban las pernas
porque desde hacía casi 400 años nadie había pisado ese camino. Pero, ahora,
eran las suelas de mis sandalias las que se marcaban en el polvo inmemorial y
las Puertas del Sol y las de la Luna se abrieron tan sólo para mí.
Aún estaba sentada en la escalera de la casa de mi abuelo
con los ojos cerrados, pero sentía como me sangraban as retinas por el brillo y
color que iluminaba la gran Estancia de Yog-Sothoth. Donde incontables legiones
de seres amorfos cantaban el ascenso y la caída de las civilizaciones de
Numidia, Atlantis y de la salvaje Cimmeria. El sonido era cacofónico y
repetitivo y retumbaba en mis oídos con voces distintas y sonidos nuevos,
porque son únicas y por tanto diferentes para cada persona. Y me decían “Tú
no eres Carmen, tan sólo eres la sombra que nunca llegó a ser Carmen”
El espacio y el tiempo se distorsionaban. O tal vez fuera mi
cordura la que estaba empezando a fallar. Pero necesitaba saber más. Así que
arranqué un pequeño trozo del lienzo y me lo llevé a la boca. Lentamente lo
mastiqué, sabiendo que se había pintado con la cicuta que esnifaban las
sacerdotisas de Delfos. El sabor era a ocres y a rojos sangrientos, pero tan
amargo que me hizo sentir que respiraba de nuevo el aire pestilente de la
Laguna donde se pudre la estirpe de los Primordiales. Sabía que mi cordura
estaba herida de muerte y que la cicuta de la pintura pronto me mataría, así
que me senté a reflexionar sobre mi situación y a intentar comprender lo que me
había pasado. Tal vez pasaron milenios o quizás un solo segundo, pero podía verlo
todo desde todas partes y en todo momento, de esta forma comprendí que el
pintor ciego Nem-Rac era yo misma, porque podía verme a mí misma pintando al
cuadro y lo que es peor pode ver a los seres del cuadro pintándome a mí misma
porque yo era parte del cuadro y todos ellos eran ciegos pintándome en mil
cuadros.
No era tan confuso cuando lo comprendí, incluso era sencillo
y evidente. Siempre había estado la solución delante mía sin que la percibiera.
Era tan fácil la solución que sonreí aliviada, aunque la cicuta había hecho que
perdiera la vista. Nem-Rac es mi nombre escrito al revés y por tanto yo soy el
reverso del pintor ciego.
Podía verlo terminar su obra y dándole las últimas
pinceladas. Esas pinceladas que eran yo misma en el lienzo de su cuadro. Lo
comprendía todo, yo era Nem-Rac porque era su obra, y era su obra porque era
Nem-Rac. Pero también era Carmen y
Nem-Rac era una Carmen que me contemplaba sentada en la escalera. La vi ponerse
en pie sonriente y luego sentí sus labios mientras besaba la pintura, lo cubrió
con un gran paño negro y por último pude escuchar el taconeo de sus zapatos al
bajar por la escalera para ir al entierro de mi abuelo.
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