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domingo, 13 de diciembre de 2020

Supongo (Historia en 2 Captions)

 1


Supongo que aún es hoy. Y supongo que aún llueve sobre la tierra que le cubre. Agua del color de los excrementos se filtra por la madera para golpear en su calavera. Estas gotas de agua hacen que la madera cruja como violines desafinados. Es un sonido desagradable, en otras circunstancias hubiera sido macabro, pero ahora es simplemente el último vestigio de vida que aún le queda.

También llovía el día que me colgué de la lámpara. Comenzaba la tormenta cuando até mi cinturón al tornillo de la que pendía. No me parecía un anclaje muy fuerte. Incluso dudaba que el techo fuera capaz de soportar mi peso. Pero la verdad es que mi presente me importaba poco y mi futuro absolutamente nada. Lo único que me dolía era mi pasado. El dolor que había causado a Alba. Sentía ganas de llorar pensando en las lágrimas que iba a derramar Alba cuando me viera colgado del techo. Era lo único que me apenaba y lo único que me animaba al suicidio.

Tragué saliva y miré fijamente la puerta de entrada sabiendo que pronto la cruzaría mi amada.

Puse la silla de madera debajo de la lámpara y me subí a ella. Era la misma silla que usaba Alba para bordar. La recuerdo con su falda roja acuclillada en la silla y con sus pequeñas lentes azules mirando esos bordados minúsculos. Eran los días felices en los que llegaba del trabajo y de puntillas me acercaba a ella para besarla en el cuello. Que lejanos parecen ahora.

Volví a mirar a la entrada deseando que apareciera Alba.

Me atormentaba pensar que Alba nunca más se sentaría en esa silla. Tal vez la tiraría, tal vez la quemaría, pero estaba seguro que la destruiría. En un acto de respeto me quité los zapatos para no ensuciarla y apreté el nudo a mi cuello. Fue el primer instante en que sentí la llegada de la muerte. Pero esa sensación se diluía por la culpa de haber fallado a la persona que tanto había amado. Durante años había jurado que pasaría hasta el último segundo de mi vida en su compañía, ahora me conformaba con pensar en ella durante el último segundo.

 

No dejaba de mirar el portal, no quedaba mucho tiempo y Alba pronto llegaría.

 

Salté y temblaron las paredes, se agitó la lámpara y cayó la silla. Allí me quedé colgando del techo mientras luchaba por mantener mi conciencia de enamorado.

 

Cuando agonizas los sentidos también notan que termina tu vida y atiborran el cerebro de ilusiones para hacer aún más placentera la muerte. Quizás por eso creí oír el sonido de los pasos de Alba subiendo las escaleras. La escuché parándose para sacar sus llaves del bolso y abrir la puerta. Ese bendito sonido me llenó de alegría e intenté levantar mis manos para aferrarme a la cuerda y que la muerte se retrasara tan sólo unas décimas más, las suficientes para que ella entrara y pudiera volver a ver el rostro que tanto amaba.

2


Pero era imposible, a mis brazos ya no les llegaba la sangre y pesaban como si fueran de piedra. Con mis últimas fuerzas intenté mantener la vista fija en la puerta con la ilusión de contemplar a Alba. Al abrirse, igual que se abren los cielos, la habitación se llenó de luz y pude observarla en toda su gloria corriendo a mi lado mientras gritaba.

Seguramente estuviera viendo una escena del Paraíso dónde los ángeles más bellos te rodean para ungirte en su Gloria. Sentí como Alba se abrazaba a mis pies, tal y como lo hizo Maria Magdalena a la cruz de Cristo y me la imaginé con su cuerpo delgadísimo y sus diminutas manos intentando levantar mi corpachón.

La muerte siempre es desagradable, pero puedo jurar que en esos momentos fui feliz. Y aunque el dolor en el cuello era inmenso se compensaba al sentir que agarrada a mis rodillas estaba la mujer que tanto amaba.

“Sé que no debo hacer esto” me dijo Alba mientras se descalzaba y se ponía mis zapatos.

Sé que me has engañado para que haga esto” repetía mientras se ponía en pie

Sé que me condeno para toda la eternidad afirmó mientras me besaba mis manos hinchadas.

“Pero todo lo hago por ti, mi amor”

Sonreí con agradecimiento y con mi último aliento susurré “Debes tomar mi lugar, eres el cordero que debo sacrificar para mi festín de renacimiento”

Alba inclinó la cabeza y respondió “Hágase en mi según tu voluntad”

Soy el portavoz de la luz negra que expandí para cubrir a mi amada con mi alma y mi espíritu.

Ya no sentía dolor en el cuello. Ya no agonizaba, pero lágrimas de resignación corrían por mis mejillas. Estaba abrazada a la persona que tanto amaba y que se había sacrificado para darme la vida.

Levanté la cabeza y pude ver a mi viejo cuerpo agitándose como una serpiente de la cuerda que colgaba del techo.

Alba había demostrado su lealtad cambiando su cuerpo conmigo. Ahora intentaba quitarse el lazo que le rompía las venas del cuello y que le impedía que la sangre le llegara al cerebro.

“Soy el camino a la vida, quien conmigo permanece nunca muere” le dije para consolarla.

Y era cierto, Alba en mi cuerpo no iba a morir. Jamás moriría. Mañana mismo la enterrarían y tendría decenas, cientos, miles de años para pudrirse bajo tierra. Para comprobar como su pellejo se vuelve arena y como los gusanos se comen su carne.

Porque, “Quien cree en mí nunca muere”

 


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