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jueves, 22 de agosto de 2019

Pago justo

Había pagado mucho dinero por ese cuerpo.
Y los mercenarios se habían esforzado por conseguirlo, hasta lo habían maquillado y vestido de forma sexy para que me agradara.
Pero tenía la misma mirada de psicópata alucinada de siempre. No cabía duda, era Laura, la única hija del hombre más rico de la ciudad.
Los mercenarios se habían ganado la recompensa prometida. Abrí el maletín del dinero y les enseñé los dos millones de euros. Saqué del bolsillo de la chaqueta los anillos del cambio y en mi mano izquierda coloqué uno de ellos. En el momento en que pusiera en la mano de Laura el otro anillo me convertiría en ella, su cuerpo me pertenecería y sería la única hija y heredera del hombre más rico de la ciudad.
Me acerqué a Laura y le cogí la mano, ella la cerró con miedo. Le dije que no quería romperle los dedos porque pronto serían los míos. Pero que si no los abría le iba a destrozar los huesos de la mano uno por uno hasta que pudiera ponerle el anillo.
Me miró asustada y abrió la mano. Con delicadeza, intentando no hacerle un solo rozón. le puse el anillo. Por un instante la habitación pareció dar vueltas a mi alrededor y sin darme cuenta de cómo había pasado, estaba yo sentado en una silla, encadenado y con stilettos en mis pies. Sonreí satisfecho, lo había conseguido. Pero de repente noté un extraño alboroto en mi nuevo cerebro. Mi cabeza era un caos, un gigantesco desorden, no podía pensar bien y observaba imágenes absurdas como si fueran realidades.
En ese momento entró a la habitación el padre de Laura y le dio un beso en la mejilla a mi antiguo cuerpo, se acercó y arrancó el anillo de mi mano encadenada.
“Hija, te prometí que curaría tus delirios y lo he logrado, ya no estás loca, ahora lo está ese desgraciado que además nos ha conseguido los anillos del cambio. Usaremos los anillos para que puedas conseguir un cuerpo más bello que el que tenías antes. Tan sólo nos queda esperar a que muera de locura en tu viejo cuerpo”
Dicho esto, apagó la luz, cerró con siete llaves la puerta y escuché pasos que se alejaban para siempre. Me había dejado allí, sólo, en el cuerpo de una loca, encadenado a una silla, y alucinando. En mi cerebro enfermo la única certeza era que moriría de hambre y sed de una forma lenta y agónica.

2 comentarios:

  1. Que buena historia le vieron la cara por lo menos tendrá compañía el y sus delirios

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  2. Gracias Oswaldo, como siempre, muy amable

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