1
El 13 de Julio me reuní con Bilal Ben Tedder en la tetería más mugrienta de El Cairo. El sitio era apestoso, pero todavía olía peor el señor Ben Tedder. Me señaló una pequeña silla de madera y me senté a su lado. Bilal estaba cubierto de cabeza a pies con una chilaba andrajosa que sólo permitía ver sus ojos negros que brillaban como ascuas encendidas. Agarró la tetera y mientras llenaba nuestros vasos pude ver su mano despellejada que parecía la de un cadáver a medio descomponer. Saboreó lentamente el brebaje y después de unos segundos me dijo que estaba dispuesto a contestar todas mis preguntas. Sonreí e imaginando lo que él quería saqué de mi bolsillo un fajo de libras y las coloqué sobre la mesa.
Ni siquiera las tocó.
Cuéntame cómo cambiar de cuerpo, cómo conseguir una nueva vida, le supliqué.
Esta vez sí, agarró el montón de billetes y lo guardó en la chilaba. Luego retiró la capucha de su cabeza y me enseñó su rostro. Su piel parecía la cera de una vela achicharrada por el calor de sus ojos. No me asqueó, sabía cómo era la persona con la que estaba hablando y recordaba lo que todos comentaban de él.
Me dijo que de joven era como yo, una persona valiente y apasionada; Capaz de arriesgarse a cualquier aventura para alcanzar la sabiduría hermética.
2
Entre sus dientes podridos pude ver una sonrisa y me explicó que: habían pasado muchos años desde que encontró a la gran sacerdotisa de la colina del desierto rojo. La llamaban la joven de los mil rostros y decían que había vivido mil vidas. Bilal le suplicó que le enseñara a ser inmortal como ella. La joven se carcajeó y le respondió que si Bilal aceptaba convertirse en un maldito ella le enseñaría lo suficiente para que le estallara la cabeza.
Durante un año entero se preparó para resistir el terrible calor del desierto en verano y a soportar el cansancio hasta que pudo caminar decenas de kilómetros por las arenas sin beber agua. Y cuándo el entrenamiento terminó, la sacerdotisa reconoció que su pupilo estaba preparado para la prueba más dura de su vida. Bilal pensó que la prueba era atravesar el desierto, pero se equivocaba totalmente.
Cabalgando en dos dromedarios se internaron en la inmensidad del desierto rojo hasta que los animales fallecieron de agotamiento, después continuaron a pie durante días hasta que llegaron a un lugar que para Bilal era desconocido. Allí le dijo la sacerdotisa que debía esperar hasta que Amón se compadeciera y le mostrara su destino. Sin avanzar, pero sin retroceder, permanecieron en ese sitio durante incontables lunas. Los alimentos escaseaban, a pesar de que Bial cada día comía menos y el agua se terminaba, aunque sólo bebía la sacerdotisa. En esa época Bilal deseaba volver, pero ya no podía, no tenía fuerzas para moverse. Así que siguió esperando durante 40 días y 40 noches más.
3
Al amanecer del día 41 una gran tormenta de arena se levantó entre dos dunas lejanas. Las agitó, las movió, las despedazó y luego se calmó dejando desenterrada una ciudad brillante con techos de oro a que había estado oculta bajo la arena.
Ese es tú destino dijo la sacerdotisa y Amón te invita a entrar a la ciudad de Isis. Allí los sacerdotes te lavarán el cuerpo, te curarán las heridas y te enseñarán a ser un Dios como Osiris que renació entre los muertos y aún vive.
“Y allí fui” me dijo.
“Ni siquiera recuerdo como llegué, a cada paso que daba la ciudad parecía alejarse otros dos. Por momentos pensaba que era una alucinación, un espejismo. Pero no podía parar de andar porque si me detenía moriría de extenuación sobre las ardientes arenas. Cuando pensé que no me quedaban fuerzas y que era mi final pisé baldosas de piedra. Era la entrada de la ciudad, arrastrando los pies llegué hasta la puerta y allí me derrumbé.
Cuando desperté pude ver a 2 sacerdotisas de Isis que limpiaban mis heridas con su propia lengua. “La saliva sana”, me dijeron, Luego me vistieron con ropajes de seda y oro y me dieron a beber agua de la fuente turquesa del oasis de Siwa.
Durante una semana entera me trataron como a un dios, o al menos como una persona que se va a convertir en dios.
4
Pero al octavo, cuando desperté, estaba atado con cadenas de oro a la cama. Y pude ver por primera vez al dios de dioses, al padre Osiris. Refulgía tanto que me dolían los ojos tan sólo de mirarlo. “Te duelen los ojos, ¿Verdad?” Me dijo, “no te preocupes no los vas a necesitar más” En ese momento estallaron mis globos oculares como si fueran dos piñatas de feria. “Debes aprender a ver con el alma” Pero yo no veía nada. Sólo sentía como la sangre llenaba la oquedad de mis ojos. Pensaba que no podía existir dolor más terrible hasta que noté los colmillos de una fiera royendo mis pies y manos. Imaginaba al dios Anubis con su cabeza de chacal devorando mi carne. Tal vez a eso se refería Osiris cuando dijo que debía ver con el alma. Sabía que era mi imaginación, pero estaba seguro de haber observado la figura negra del dios clavando sus dientes de rata en mis brazos.
Ya no podía dudar de que era el dios de la muerte porque a pesar del inmenso sufrimiento que me estaba causando lo hacía con tal sabiduría que no podía morir. Algunas horas después dejé de sentir sus dentelladas y supe que no las sufría porque ya no tenía extremidades, aunque podía verlas con los ojos del alma en la forma de carne fresca dentro del vientre de Anubis. “La sangre es la vida” decía mientras chupaba la que goteaba de mis venas destrozadas. Pero aún seguía vivo cuando comenzó a despellejarme. Sentía como tiraba de mi piel con sus garras afiladas hasta arrancarla de la carne. Es curioso, pero notaba más frío que dolor en las zonas de las que había arrancado mi pellejo. Quizás mis células nerviosas estaban tan saturadas que eran incapaces de procesar tanto sufrimiento.
Entonces fallecí. Al menos creo que morí. No lo sé.
5
Pero sé que desperté y me sentía más vivo que nunca.
Escuché la voz de Osiris que me decía: “ya eres parte de mí, tus venas están llenas de mi sangre. Vivirás para siempre como lo hago yo, pero serás temido y odiado porque tu cuerpo se extrajo trozo a trozo del cementerio de Qarafa y debe corromperse hasta que la Tierra se lo trague”
Bilal Ben Tedder terminó su vaso de té y me miró fijamente a la cara para decirme: ¿De verdad quieres ser yo? Un ser inmortal que muere en invierno y la tierra se lo traga para renacer en primavera sabiendo que su destino es la pudrición durante toda la eternidad”
Yo dudé un momento y le respondí que por supuesto quería ser como él. Que cambiaría mi vida por la suya. Mi cuerpo por el suyo. Y también cambiaría para siempre mi Ka y mi Ba por el suyo.
Bilal sonrió y recostándose sobre la silla con aspecto satisfecho me dijo que él también deseaba una vida humana con un principio y un final y que aceptaba intercambiar nuestros destinos.
Terminó su té y por primera vez pude ver la felicidad en su rostro. Yo también terminé el mío que ahora sabía más agrio.
6
¿Sabes una cosa? Me dijo, “No es té lo que has bebido, es aceite de Enebro” Te causará la muerte y ayudará a los sacerdotes de Isis para embalsamarte. De esta forma renacerás cada año en mi cuerpo. Vivirás para siempre y morirás para siempre. Ahora eres igual que Osiris que vive en el inframundo seis meses al año para renacer y descomponerse durante los otros seis meses del año”
Dicho esto, se levantó. Pero no era el viejo Bilal Ben Tedder el que se levantó. Era mi cuerpo, el cuerpo de Carmen Sanz. Me cogió de la barbilla y me besó, después me dio las gracias. Pude ver cómo se manchaban sus dedos de la grasa que goteaba por mi rostro en pudrición.
Me dio otra vez las gracias y haciendo resonar las botas que yo me había puesto esa mañana se marchó.
Intenté ponerme en pie. Pero no pude por mucho que lo intenté. Apenas quedaba mes y medio para que terminara el verano y hasta entonces me iría pudriendo como las flores cortadas. En otoño moriría.
Era el día más triste de mi vida, había logrado el conocimiento secreto y la inmortalidad. No pude evitar ponerme a llorar.
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