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sábado, 23 de enero de 2021

Las 3:33 de la Mañana (2ª Parte)

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Hace muchos años, cuando sólo era un niño, tenía una imaginación descontrolada. Mi familia pensaba que era una bendición, pero yo lo vivía como un sufrimiento diario. Con mis ojos de niño veía seres imposibles que me atormentaban y la gente pensaba que estaba al borde de la locura. Y no les faltaba razón, pasaba horas enteras hablando con amigos imaginarios, peleaba con animales fantásticos que querían robarme el alma y creía que eran ciertas las mentiras que me contaban. Hasta tal punto llegaron mis desvaríos que varias veces a la semana mis padres me llevaban a visitar a los mejores psiquiatras y psicólogos del país.

Con el paso de los años no mejoré de mi alocada imaginación y todo fue a peor porque el gasto continuo en médicos y viajes menguaron las finanzas familiares. Mi padre tuvo que vender la finca que heredó de mi abuela y varias hipotecas se colocaron sobre la casa familiar.

Fue entonces cuando comenzaron a acontecer los sucesos que quiero contar. Al no poder pagar al servicio, mi familia despidió a los cuidadores, por lo cual no me quedó otro remedio que dormir solo en la gran habitación del ático. Todas las noches me iba a la cama temblando de miedo. La oscuridad de la noche exacerbaba mi imaginación y me hacía ver sombras bailarinas y escuchar sonidos extraños.

Hasta esa maldita noche en la que desperté a las 3:33 de la madrugada. Por los ventanales se filtraba la luz de la luna que dibujaba en mi cuarto de sombras de color amarronado. Hacía frío cuando abrí los ojos y entonces la pude observar a una mujer reclinada sobre mi cama.  Tenía los ojos muy abiertos y sonreía malignamente. Era la muchacha más guapa que nunca había visto. Con el pelo ondulado y rubio y los pies descalzos, sólo vestía un camisón casi trasparente. Cuando ella se dio cuenta de que me había despertado, se acercó a mi lado, me besó en la frente y destapando la cama se acostó a mi lado. Con una delicadeza inhumana me abrazó tiernamente, igual que lo habría hecho una madre con su bebe recién nacido.

Estaba aterrorizado porque su tacto era tan frío como el de los muertos y lentamente le di la espalda.

Noté como movía sus uñas rojas y larguísimas sobre mi nuca y como su boca con dientes afilados besaba mi cuello. Sentí un frío mortal que me recorría las venas, aunque su aliento era cálido, pero apestaba a podredumbre.

Al día siguiente desperté tarde, ya cercano el mediodía, pero el descanso no me había beneficiado y me sentía exhausto. Cuando abrí lo ojos pude ver a mi padre silencioso, al pie de mi cama. Justamente estaba en la misma postura y en le misma posición que había mantenido la visión de la noche anterior. 
 
2
 
Parecía preocupado cuando me dijo que había tenido fiebre y que gritaba como si hubiera perdido la razón.  Le conté la pesadilla que había sufrido y mi papá sonrió con ternura mientras comentaba que estaba entrando en la adolescencia y que había tenido mi primer sueño sexual, y que ojalá hubiera soñado con él porque él.

Me hubiera gustado que las palabras de papá me tranquilizaran, pero no lo hicieron.

Ese día lo pasé inquieto, mirando constantemente el reloj, temiendo que llegara la oscuridad de la noche y la hora de ir a dormir.

Y cuando anocheció y me acosté en mi cuarto vació y en mi cama solitaria, no pude dormir y me arropé con las mantas esperando lo inevitable. Cuando las luces verdosas del reloj de mi mesilla marcaron las 3:33 de la noche, noté como alguien destapaba la cama a mis espaldas y silenciosamente se acurrucaba a mi lado y luego volvía a taparme con cariño.

Tragué saliva y con la voz entrecortaba afirmé: “¡Has vuelto!”

Una preciosa voz de mujer me susurró al oído: - No he vuelto, porque nunca me he ido. Siempre he estado a tu lado cuidándote.

-          Sólo eres una fantasía, mi mente está enferma y si me curo o te olvido desaparecerás para siempre. Le dije amenazante intentando que se fuera

Por primera vez pude escuchar cómo se reía esa criatura fantástica y maravillosa.

-          Te equivocas. No estás imaginando que yo estoy acostada aquí a tu lado. Soy yo la que te está soñando, porque no eres real, porque soy tu madre y porque hace 12 años que moriste de terrores nocturnos en esta misma cama. No existes y eres tan sólo el cáncer cerebral que padezco desde el momento en que moriste.

Entonces entró mi padre en el cuarto, encendió las luces de la habitación y me acarició el pelo mientras me decía con tono preocupado. “Querida, debes descansar y olvidar que alguna vez tuviste un hijo” Lo miré a los ojos y lo besé en la boca. Porque no era mi padre, era mi marido y era el único que podía curarme de la paranoia que se había encarnado en mi cuerpo.

Porque había dejado de ser Carmen, era mi propio hijo y el espíritu del niño que murió hace 12 años venía todas las noches a las 3:33 AM a pedirme que le devolviera su cuerpo y que llevara flores al cementerio donde mi padre lo había enterrado dentro del cuerpo de su madre.



 

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