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El 13 de Julio me reuní con Bilal Ben Tedder en la tetería más mugrienta de El Cairo. El sitio era apestoso, pero todavía olía peor el señor Ben Tedder. Me señaló una pequeña silla de madera y me senté a su lado. Bilal estaba cubierto de cabeza a pies con una chilaba andrajosa que sólo permitía ver sus ojos negros que brillaban como ascuas encendidas. Agarró la tetera y mientras llenaba nuestros vasos pude ver su mano despellejada que parecía la de un cadáver a medio descomponer. Saboreó lentamente el brebaje y después de unos segundos me dijo que estaba dispuesto a contestar todas mis preguntas. Sonreí e imaginando lo que él quería saqué de mi bolsillo un fajo de libras y las coloqué sobre la mesa.
Ni siquiera las tocó.