lunes, 28 de julio de 2025

Noche Infernal en el Paseo de los Tristes (Video-Cap)

 

 

 

Yo nací a menos de 50 metros del Paseo de los Tristes de Granada, en España, y desde mi balcón se podía ver el Paseo y la Alhambra. Lo llaman el “Paseo de los Tristes” porque allí paraban las procesiones fúnebres camino del cementerio. 

El Paseo de los Tristes es uno de los sitios mas bellos de España, aunque también es de los más tenebrosos.

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Siempre llueve por la noche en Granada. Siempre está oscuro hasta que los rayos la iluminan durante un segundo cuándo se reflejan en la humedad de las calles de piedra.

Mi abuela decía que los truenos era el crujir de las puertas del cielo, que se abrían para que pudieran salir los muertos a lavar sus penas bajo la tormenta.

O del infierno, la corregía mi abuelo sonriendo. Son los condenados que abren la puerta negra del infierno para llenarlo de niñas idiotas que salen a la calle por la noche.

Yo temblaba y pegaba mi cara al vidrio de la ventana. Miraba a la gente corriendo entre las sombras. “¿Ves esos que corren? Van buscando a sus nietas que aún no han regresado a casa antes de que las capturen los demonios y se las lleven al averno” Se me agitaba la respiración y el cristal se volvía blanco con mi respiración. Pasaba el dedo por el vidrio opacado y luego lo miraba con miedo: “¿Será ese vapor blanco que sale de mi pecho una parte de mi alma a la que están llamando los demonios? Y si es parte de mi alma, ¿cuánta podría quedarme antes de que saliera toda y me convirtiera en una de las muertas de la tormenta?”

-          ¿Ves esa calle tan bonita al pie de la montaña? La llaman “El Paseo de los tristes” porque allí los demonios encadenan a las niñas para llevarlas hasta el cementerio viejo, que está cruzando el río, y dónde está la puerta del infierno-

Mi abuela me contaba que desde hace muchos años los jóvenes más valientes demostraban su valía cruzando el río y pasando una noche en los palacios abandonados de las laderas del cementerio. Luego susurraba que pocos de los valientes volvían y que muchos de lo que lo hacían regresaban con la enfermedad del miedo.

Pero a mí no me asustaban. Todas las noches las pasaba mirando desde mi ventana el baile de los malditos camino del cementerio. Me sentía una privilegiada porque mi balcón era el único sitio de mi casa desde el que se podía ver a los condenados antes de entrar al infierno para toda la eternidad. Veía a los demonios arrastrar a niñas incautas y llorosas. Era un espectáculo del que sólo podía disfrutar yo porque ningún otro vecino del Paseo de los Tristes se atrevía a asomarse a su balcón. Yo no tenía ese temor y pasaba horas y horas contemplando ese teatrillo de lo macabro.

Casi me había acostumbrado a esas visiones del infierno cuando tuve la desgracia de observar algo que me aterrizó como nunca pude imaginar que algo llegara a hacerlo.

Uno de los demonios que vigilaba la fila de niñas encadenadas pareció quedarse paralizado durante un momento, luego se giró y miró hacia mi balcón. Me estaba observando a mí, directamente a los ojos, y lo vi sonreír. Por un segundo me sentí aterrorizada y me escondí detrás de las cortinas. Vi como el demonio se iba corriendo. Yo también quería irme de allí y cerrar la persiana de mi balcón. Pero lo único que se me ocurrió fue pedir ayuda a mis padres. Los llamé a grandes gritos, pero no acudieron. Con el corazón palpitando de forma alocada los busqué en toda mi casa, pero no pude encontrarlos. Estaba sola y un demonio me había descubierto. Comprobé que todas las puertas estuvieran cerradas con llave y candado y volví a asomarme al balcón. El demonio había vuelto acompañado por otros dos, seguía sonriendo y levantó un brazo y me señaló con un dedo. Los otros dos demonios movieron la cabeza y me miraron. Y se me congeló la sangre en las venas cuando reconocí el rostro de mi padre y el de mi madre en la cara de esos seres infernales. Mis papás eran demonios o habían sido poseídos por demonios, por eso no estaban en casa. Vi a los demonios reírse y señalarme con sus propias manos mientras parecían gritar mi nombre: “CARMEN, CARMEN…CARMEN. Ya te tenemos”

Echaron a correr hacia mi casa y yo corrí hacia la puerta de entrada. Cómo había comprobado estaba perfectamente cerrada, pero de todas formas apoyé mi espalda contra la madera. Esperé unos minutos y nada parecía suceder. Empezaba a relajarme cuando escuché el ruido de pasos en el portal de mi casa. Parecían arrastrarse por las losas hasta que se pararon frente a la puerta de mi casa. Luego escuché tres golpes suaves y una voz tranquilizadora y tierna que decía “Abre Carmencita, somos tus papás que hemos venido a por ti” Yo no respondí y empujé fuertemente la puerta con mi hombreo “Abre Carmencita que te hemos traído pasteles de carne de santo y dulces de hueso de muerto, te van a encantar, están deliciosos”

Quería llorar, pero no podía. Simplemente me senté en el suelo esperando mi destino.

Escuché golpes en la puerta. POM. La estaban golpeando. POM. Cada vez más fuerte. CRACK. Pareció crujir. La puerta se iba a reventar pronto y entrarían los demonios a mi casa.

Desesperada buscaba una salida. Algún sitio al que huir.

Pero no había nada y nadie que pudiera ayudarme. Mis padres eran unos demonios que querían echar abajo la puerta y mis abuelos se habían ido. Quizás también fueran demonios.

No entendía como era posible que yo hubiera vivido en una familia de demonios y nunca me hubiera dado cuenta.

CRAAAAAAACK. Volvió a crujir la puerta.

No tenía tiempo, debía huir antes de que me capturaran. Todo estaba cerrado, porque yo lo había cerrado. Bueno, todo no. Quedaba abierto el balcón desde el que observaba todas las noches a los condenados en el Paseo de los Tristes.

Era una huida desesperada, prácticamente sin esperanza. Pero tal vez, pudiera pasar desapercibida entre las niñas encadenadas.

Me agarré a los hierros del balcón y con trabajo salte al empedrado del Paseo de los Tristes. Intenté mezclarme con las niñas fantasmales y esconderme de los demonios que arrastraban las cadenas.

Pero fue inútil. Un demonio me agarró del cuello y me arrastró a una fila de niñas a la que me encadenó. Luego puso sus manazas en mi cabeza y la giró para que lo mirara a la cara. La reconocí al instante, era el que me había descubierto cuando me asomaba al balcón.

“¿No reconoces a la carne de tu carne, a tu sangre, a tu propia familia? Soy tu querido abuelito”

Igual que había hecho un rato antes, levantó el brazo y señaló al balcón de mi casa.

La boca se me abrió de asombro y sentí el terror antes de entrar al infierno. Allí en el balcón estaba yo misma. O al menos alguien que era idéntica a mí misma. Vestía mi misma ropa y parecía sonreír feliz al lado de dos demonios que eran mi padre y mi madre.

¡¡¡ ESA NO SOY YO, ESA NO SOY YO!!! Grité desesperada.

Por supuesto que lo eres. O lo eras. Esa niña es Carmen Sanz, tiene tu antiguo cuerpo, tu vida y tu alma corrupta.

Tú, sólo eres una niña que no hizo caso de los consejos de sus papás y sus abuelos y que salió a la calle por la noche. Y ahora te vamos a llevar al infierno.

Las cadenas se tensaron y los demonios tiraron de mis manos arrastrándome hasta la Puerta Negra.

 

 

 

 


 

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